– Realizar actos de autodominio mental que nos permita controlar los impulsos, la rabia, la ira, controlar nuestras reacciones, nuestras emociones… Es decir, guiar nuestros pensamientos de forma positiva.
– Controlar nuestro enfado. Saber de dónde procede, aceptarlo y comprendernos es fundamental para poder controlarlo.
Debemos saber dar respuesta a la pregunta porqué nos sentimos tan enfadados ante una determinada persona o situación y tener en cuenta que nosotros no podemos hacer que cambie la forma de ser, de pensar y actuar de los demás, no podemos modificar sus conductas. Saber que no podremos evitar esas situaciones o a esas personas que nos irritan, por lo que sería más inteligente por nuestra parte asumirlo.
– Pensar antes de hablar qué vamos a decir y cómo lo vamos a decir, sin exaltarnos y no permitir que la situación o el fragor del momento nos hagan perder la calma.
– Observación. Es fundamental identificar los antecedentes de la conducta y sus consecuencias para poder controlarlos. Hay que saber cuáles son los factores que propician dicha conducta y así poder cambiarlos o evitarlos.
– Control de estímulos. Consiste en evitar o no exponerse a los estímulos que desencadenan la conducta. Para ello es necesario saber cuáles son las situaciones que debemos evitar y buscar una conducta alternativa para realizar.
– Cuando en una conversación estemos muy alterados debemos aplazarla hasta que consigamos tranquilizarnos. Le diremos a la otra persona que es mejor hablar en otro momento cuando estemos más tranquilos e inmediatamente debemos separarnos e irnos a otro lugar hasta que se nos pase el enfado y podamos mantener una conversación de forma serena y sin perder las formas.
Es muy importante controlar siempre nuestras palabras y nuestros actos.