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Los cardenales del Papa

Cardenales junto al Pala

Benedicto XVI anunció 24 nuevos purpurados, ninguno colombiano, y recompuso el poder de la Iglesia católica. ¿Qué significa la medida?

Aunque se anunciaron esta semana, el 20 de noviembre en el tercer consistorio del papa Benedicto XVI serán “creados” formalmente 24 nuevos cardenales. Según la “Constitución Lumen Gentium”, responsables de “ayudar al sucesor del apóstol Pedro en el cumplimiento de su Misión”. Era una tarea urgente también porque el número de cardenales electores se había disminuido sensiblemente y quedaban sólo 101 habilitados para un hipotético Cónclave, órgano elector del Papa y encargado de la sucesión de la cabeza de la Iglesia católica.

Es esa capacidad de votar para elegir un pontífice el único poder que distingue a un cardenal. Estos dignatarios no son nombrados, ni designados sino “creados”. Son dependientes del Papa y sus principales consejeros. Por eso es de suponer que no existe derecho a “ser nombrado cardenal”.

Fue Pablo VI quien determinó ampliar el número de cardenales electores de 70 a 120 y limitar la capacidad de voto hasta los 80 años cumplidos. Por eso se llegó el miércoles al número de 121 electores, que por razón de los cumpleaños se nivelará a 120 en los inicios del año 2011.

Esa era la primera finalidad del Consistorio en el cual el Papa marca la ruta de su eventual sucesión. El 20 de noviembre Benedicto XVI tendrá ya el 41,3% del Colegio de Cardenales de su propia creación, lo que es importante en el momento de un discernimiento electoral.

Los retos del nuevo gobierno

Los 24 cardenales nombrados traen consigo 20 electores; diez de ellos cumplen funciones directivas que normalmente se asimilan en el mundo civil a “ministros de Estado” del Vaticano. Por lo general se retiran de sus funciones —como todo funcionario de iglesia— a los 75 años, a no ser que el Papa les prorrogue el tiempo de servicio por dos años más y máximo hasta los 80 años. Fue el caso del cardenal Pedro Rubiano en Bogotá, así como el del cardenal Ratzinger, a quien nunca Juan Pablo II quiso aceptarle su dimisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Lo importante es que finalmente ha podido el Papa redondear su equipo de gobierno y puede gobernar plenamente con los suyos.

Son muchos y delicados los problemas que afronta la Iglesia católica; por lo general hay algunos que se quedan en la importante discusión del sacerdocio de las mujeres, del matrimonio de los sacerdotes, de la pedofilia, de la división de los cristianos, de la autoridad superior del Papa, de la colegialidad, de las posiciones sobre el aborto, de la eutanasia y en general de la bioética y del diálogo entre la fe, la razón y la ciencia, así como del manejo de las riquezas de la tierra desde las entidades bancarias de la Iglesia, que tienen a su cuidado la caridad internacional ejercida a nombre del Papa o de la cristiandad.

Pero preocupa también la eficiencia del testimonio de muchos sacerdotes, del gran servicio en su compromiso con los marginados, con los pobres y excluidos, con las tareas en pro de la paz, de la defensa de la vida; la apasionante discusión y diálogo en los terrenos de la educación, de la recuperación del sentido de familia, de la redefinición y enriquecimiento de los valores, de la mirada certera sobre los signos de los tiempos, del manejo de la caridad en términos de superación de la pobreza, de la unidad de quienes creen en Cristo.

Y éstos, si bien graves, no son los problemas principales. Más significativo es que en el mundo de hoy —que es de una rara pero profunda espiritualidad— ni la Iglesia católica ni las otras han sabido descifrar en los signos de los tiempos que hemos llegado al final de un orden cristiano que no supo responder a los desafíos que se plantearon en el Concilio Vaticano II.

Los elegidos

Por estas razones Benedicto XVI tuvo que comenzar con su escudero Tarcisio Bertone, secretario de Estado, a crear un equipo y buscar —con la inteligente asistencia del jesuita Federico Lombardi, vocero papal— nuevos puntos de referencia para recuperarle en lo posible a la Iglesia el liderazgo en lo espiritual y el buen manejo en lo temporal.

Al santo padre le urgía gente capaz de entender el Siglo XXI, cuya llegada requería de la espera delicada para que el calendario realizara la tarea de finiquitar los servicios de quienes ya habían servido bien en el pontificado de Juan Pablo II, pero no eran los hombres del mundo por venir.

De Ratzinger se dijo que sería un pontífice de transición y esa afirmación no resultó cierta. Es “el Papa de la bifurcación”. Ha creado un equipo de lujo que completa la elección ya realizada de los cardenales William Levada, estadounidense que lo sucedió en la Doctrina de la Fe; Bertone, en la Secretaría de Estado, y el canadiense con pasado colombiano Marc Ouellet, en la Congregación para los Obispos.

Además, llamó desde hace un tiempo, pero sin haberlos nominado cardenales aún, a Gianfranco Ravasi para los asuntos de la cultura, a decir verdad hoy la mente más brillante de la Iglesia.

Mauro Piacenza, quien será el cardenal italiano más joven, llega al manejo del Clero que había sido ejercido con hondo testimonio por el brasileño Claudio Hummes y quien hizo puente de transición con  el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos.

Monseñor Velasio de Paolis, presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede, deberá hacerse a la tarea de clarificar esa denominada “comedia de las equivocaciones” de la institución bancaria vaticana en donde ya se debaten Ettore Gotti Tedeschi, su presidente, y Paolo Cipriani, su director, quienes han visto con asombro el secuestro por la justicia italiana de 23 millones de euros de los que pide explicación sobre su origen. Más aún, es a este hombre de excepción a quien le dieron la tarea de reconducir a los “Legionarios de Cristo al carisma original”.

En fin, el equipo está listo para dejar huella. Este consistorio marcará la línea divisoria entre el ayer y el mañana de la Iglesia, lleno de polémicas, discusiones, contradicciones, tomas de posición, innovaciones que habrán de ir motivando la necesidad de convocar un Concilio Vaticano III que —recuperando los logros del anterior y corrigiendo lo fallido— lance el mensaje cristiano como propuesta original para el tercer milenio que habrá de hacer realidad la presencia de un Pedro nacido en la entraña de Nuestra América —la de Martí— orientando a la Cristiandad en los desafíos inusitados que planteará el porvenir.

*Consultor Pontificio, ex embajador de Colombia ante la Santa Sede y profesor de la Universidad Gregoriana en Roma.

Los latinos perdieron poder

No salió bien librada Latinoamérica que ha obtenido sólo dos cardenales: Raimundo Damasceno Assis, arzobispo de Aparecida, Brasil, y actual presidente del Celam, y Raúl Eduardo Vela Chiriboga, arzobispo emérito de Quito; en tanto que Europa ha recibido 15 (diez italianos ), África obtuvo 4, Estados Unidos 2 y Asia 1.

Latinoamérica representa cerca del 50% de la cristiandad y su presencia en la estructura de orientación —para no decir de poder— de la Iglesia es verdaderamente pobre. Hay ya fatiga retórica en “el continente de la Esperanza”. Se han vuelto a desnivelar las proporciones: ha querido reforzar el Papa la representación italiana, que ascendió de 19 a 25 votos. El segundo país en votos son los Estados Unidos, que ven incrementada su votación de 13 cardenales a 15 y luego hay que considerar otros 18 votos que se los reparten España, Alemania y Francia. Estos cinco países tienen casi la mitad de los votos para elegir un nuevo Papa europeo cuando falte Benedicto XVI, pues son 58 votos de 120 posibles.

Nadie puede llamarse a engaño en que todavía pesa en el ánimo de los europeos la huella que se dio en llamar “Teología de la liberación” por un lado y por el otro la persistencia —no sólo eclesial— de los europeos que siguen pensando que la filosofía sólo es posible allí, que la teología cierta es sólo posible entre europeos, que la sociología y demás ciencias las podemos aprender, pero no tener el atrevimiento de intentar elaborarlas. Y a ello se añade ese respetuoso silencio de no presentar lo nuestro y a los nuestros con estimación y orgullo, que es tarea de presidentes de conferencias episcopales, de los nuncios que prestan su servicio en América Latina, de nuestros embajadores, tal como sucedía en la época de Juan Pablo II. Está visto que Latinoamérica no está integrada a Latinoamérica, sino que forma parte de los vagones que en Europa arrastran mejores destinos. Y esto sucede no sólo en este asunto de los cardenales, sino igualmente en el de los “candidatos a santos”, en donde es muy difícil encontrar quién nos colabore en verdad y eficacia para promoverlos.

¿Y los colombianos qué?

Lamentablemente Colombia ha perdido mucho de su nombre en el Vaticano y nadie niega que en buena parte se debe a la especial situación del país; pero ello no debe ser óbice para que se reconozca que en la Iglesia ministerial colombiana hay clérigos, pastores e intelectuales que han marcado caminos muy importantes no sólo de la Iglesia nacional, sino de la latinoamericana.

No por otra razón es la Sede del Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano) y hay que reconocer además que la Iglesia colombiana es una institución que ha sido capaz de colocarse al frente de todas las dificultades con hombres emblemáticos como Jorge Enrique Jiménez Carvajal, arzobispo de Cartagena y secretario general del Celam y luego su presidente; de Alberto Giraldo, arzobispo emérito de Medellín; con el arzobispo de Tunja, Luis Augusto Castro; con Pedro Rubiano; con el obispo Fabio Suescún desde una responsabilidad tan alta como la de responder por la vida espiritual de las Fuerzas Armadas de Colombia; del arzobispo Rubén Salazar, actual titular de la Iglesia bogotana y con la inmensa mayoría de personas de la Iglesia ministerial desde sacerdotes, religiosos y religiosas; con el gran nuncio que fuera Gabriel Montalvo punto cimero de la diplomacia vaticana y con la vida ejemplar de monseñor José de Jesús Pimiento, arzobispo emérito de Manizales, y del mártir que fue monseñor Jesús Emilio Jaramillo, asesinado por el frente Domingo Laín del Eln. Se hace este recuento porque es menester que la Iglesia colombiana, los embajadores y los nuncios hablen con oportunidad y sin ella de los grandes hombres de una Iglesia que en la mayoría de los suyos asume su vida como misión y no como tarea.

Hay demora en reconocer en vida al arzobispo Pimiento con la nómina honoraria cardenalicia que adorna hoy al arzobispo castrense emérito de España José Manuel Estepa; del historiador alemán Brandmuller y del director musical de la Capilla Sixtina Bartolucci.

De la misma manera escapa la justicia a la que sería justa nominación del ex presidente del Celam y hoy arzobispo de Cartagena, único de esa organización que no ha sido convocado a la púrpura cuando ya todos los presidentes de ella y aún el actual han sido reconocidos sin haber tenido que sortear las dificultades que durante una década tuvo Jiménez Carvajal para mantener la fidelidad al Evangelio, al Pontífice y a lo específico de la misión en América Latina.

Existe la obligatoria espera del actual arzobispo de Bogotá, ya que la costumbre indica que no puede una misma sede abrigar dos votos y solamente podrá tener una aspiración cierta cuando Rubiano cumpla los 80 años el 13 de septiembre de 2012. Rubén Salazar tendrá que esperar, es cierto, pero llegará a los 70 años, edad que se considera normal para el ejercicio de esa dignidad.

Hasta noviembre de 2011 habrá de nuevo 10 vacantes por razón del 80° cumpleaños de cardenales. ¿Será esta una oportunidad para tener un nuevo cardenal en Roma?

Breves de los nuevos poderosos de la Santa Sede

Mayoría italiana

Los obispos italianos serán mayoría. Benedicto XVI impondrá la berretta roja a 10 cardenales italianos, entre ellos a Angelo Amato, prefecto para las Causas de los Santos; Fortunato Baldelli, penitenciario mayor, y Velasio De Paolis, presidente de la Prefectura de Asuntos Económicos y comisario de los Legionarios de Cristo. Otros miembros italianos de la Curia que ascienden son Gianfranco Ravasi, ministro de Cultura de la Santa Sede; Paolo Sardi, propatrón de la Orden de Malta, y Paolo Romeo, arzobispo de Palermo y ex Nuncio en Colombia.

El único español

De los nuevos purpurados, 20 son menores de 80 años. Entre estos últimos figura el único español, el arzobispo castrense emérito José Manuel Estepa, uno de los cuatro autores del catecismo de la Iglesia católica.

África se posiciona

Destaca además la presencia de tres cardenales africanos: el congolés Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa; el zambiano Medardo Joseph Mazombwe, emérito di Lusaka, y el guineano Robert Sarah, nuevo presidente de Cor Unum. Un egipcio, Antonios Naguib, patriarca de Alejandría, será el representante de la tradición copta.

Dura crítica

El vaticanista Filippo di Giacomo criticó a Benedicto XVI: “El Papa ha acariciado la cabeza a la Curia, seguramente para que no le muerdan la mano, pero no la ha reforzado porque el elenco está lleno de personajes de segunda fila”. Según él, “el único italiano de alto nivel cultural es Ravasi; todos los demás son personajes intrascendentes culturalmente y desde el punto de vista eclesial. Sobre De Paolis dijo que es un jurista que “se ha caracterizado por firmar las absoluciones de Marcial Maciel impuestas por Stanislaw Dwiwisz, el secretario del papa Juan Pablo II”.

Otros beneficiados

Los nombramientos premian a la Iglesia popular brasileña; ponen orden en la Curia polaca, que vive una guerra civil, premiando a Kazimierz Nycz, arzopisbo de Varsovia y miembro de la facción contraria a Dwiwisz; y reconoce con retraso el valor de la teología africana “contextualizada”, con el arzobispo de Kinshasha.

Amigos del Papa

El cardenal más ratzingeriano es el suizo Kurt Koch, jefe del dicasterio para la Unidad de los Cristianos. Sorprende la ausencia de purpurados chinos y vietnamitas, aunque Asia queda representada por el arzobispo de Colombo, Albert Malcom Ranjith Patanbendige. El nombre del alemán Reinhard Marx, sucesor de Ratzinger en la cátedra episcopal de Munich, ofrece una doble curiosidad: nació y fue obispo de Tréveris, la ciudad natal de Karl Marx.


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