Pinocha

por Redacción BL
Realismo trágico

Crédito de foto: Especial para 90minutos.co

Si la pereza es la madre de todos los vicios, la mentira lo es de todas las desgracias. De todas, si excepción alguna. No hay mentira solitaria porque basta una para que se vengan en cascada una cadena sucesiva de farsas para sostener esa que algunos llaman piadosa. La historia de la humanidad no tiene el femenino para Pinocho. No aún. Pero candidatas que con creces superan en la realidad la famosa ficción de Carlo Collodi, hay por montones. Algunas en representativos cargos o en anónimos lugares haciendo más daño que el coronavirus. Cierto es que más hace un lobo en silencio que una perra ladrando por su yunta, pero como bien se lee en La ópera de los tres centavos: del gran dramaturgo alemán, Bertolt Brecht: “El que no conoce la verdad es simplemente un ignorante. Pero el que la conoce y la llama mentira, ¡ese es un criminal! De modo que debe decirse la verdad a costa de lo que sea y de quien sea.

Todos sabemos que en algún momento de la vida hemos dicho mentiras, pero no distinguir entre la verdad y la mentira, es una terrible enfermedad mental que arrastra a otras personas al espiral envenenado donde se revuelcan las atormentadas. Los mitómanos son malas personas -quizás sin saberlo, porque se creen sus funestas invenciones- gente ignorante, odiadora, sórdida, con hipócrita pudor, víctimas de sí mismos, de sus ausencias afectivas, de sus resentimientos inconscientes y de sus históricos abandonos que llenan con mentiras, y algunas, con líquidos y fluidos. Su trastorno no les deja ver cuánta ruindad destilan, cuánto daño le pueden hacer a su entorno inmediato (pareja, si la tienen; y familia) y contextual (comunidad y sociedad), cuánta sevicia hay en su tendencia a victimizarse después de haber generado los problemas con sus embustes y alucinaciones para sembrar el caos.

Debe ser triste para estas personas débiles y miserables de espíritu tener que mentir sobre los seres a los que dicen amar, cuando en realidad carecen del más terrible de los desafectos: no tienen ni siquiera amor propio. Nadie que no se ame a sí mismo puede proyectar amor sobre cualquiera. El amor, dice José Ortega y Gasset, es una luz que se proyecta sobre el objeto amado. Tener que inventarse una épica y una proeza inexistentes, es una vergüenza interna del mentiroso que sus áulicos desconocen. Tener que recurrir a saberse plagiarios de hechos ajenos para tratar de convertirse en figuras a sabiendas de ser traidores, es la desgracia de quienes todo lo voltean a su favor para transfigurar su pésima imagen. Algo más terrible aún, tener que vivir creyéndose sus mentiras y someterse a cada momento a la pesadilla de comprobar por todas partes la gloriosa verdad del odiado. Su gran tragedia, sin embargo, es que cuando eventualmente dicen la verdad, no puede creérseles.

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Cualquier acto bueno que pueda acometer una persona mentirosa termina enlodado por las miserias humanas en las que incurren para sostenerse en una mentira o en un objetivo, sin importar cuál sea. Traicionan desde las sombras porque no tienen carácter. Su argumentación es pendenciera y temeraria. Son execrables, padecen de una megalomanía con la que enredan incautos e ignorantes, embelesados por un treintena de monedas. Son amorales, antiéticas y sinvergüenzas. Un derroche de libertinaje que su estrechez mental confunde con libertad. Sin formación en valores y sin principios. En suma, personas infelices, aunque intenten en su algarabía proyectar otra cosa. Expertas en propaganda negra dirigida a tontos. Puro teatro barato. Porque los mataderos que promueven están ocultos. Siempre vivirán en mentira por cárcel. Sus bajas pasiones son alta traición y sus lágrimas, lixiviados de su condición. Eternas pasajeras de la cuarentena porque en cuanto son descubiertas no hay más alternativa que el distanciamiento.

Son personas adictas al dolor, porque necesitan de la mentira para sostener su vida desventurada. Sus estandartes son mucho más que los siete pecados capitales: lujuria, ira, soberbia, envidia, avaricia, pereza y gula, pero digamos que todos los disimulan con la falsedad. Se engaña con palabras es cierto -y hasta esta columna puede ser calificada como tal-, pero no lo es menos que las acciones encierran poderosas trampas del engaño. La sociedad pareciera aceptar con menos recelo la mentira que la sinceridad total, pero la veracidad de los actos es contundente frente a la fragilidad de los sentimientos. Aunque razón le asiste a Oscar Wilde: “La verdad pura y simple raramente es pura y nunca es simple”. Los matices son el análisis de los hechos concretos, más allá de las especulaciones. La cultura popular lo ha sentenciado, como siempre, magistralmente: “Obras son amores, y no buenas razones”.

Propongo que Pinocha sea sinónimo de mentira. No vaya eso si la tercera vocal a usurpar el lugar de la primogénita, porque sería el acabose. ¡Tal vez no! O que sea al menos equivalente de Colombia, qué más da. Baste con comprobar que nada tiene más enemigos en nuestra patria atribulada que la Comisión de la verdad y nadie más detractores que quienes la integran. O ver en YouTube, Las peores mentiras de Duque, en #HolaSoyDanny. Pocos más mentirosos que el encargado de la verdad para todos. Por eso no asombra que, a pesar de todas las evidencias, las mayorías les crean más a las personas mentirosas que se cubren bajo el manto oscuro de la falsedad, de la difamación y de la calumnia, que a quienes han sufrido el parto de la verdad, doloroso pero necesario.

La chulamenta que se cierne sobre la verdad con mentiras, oscurece con su sombra nefasta el futuro de cualquiera que intente salir adelante con honestidad, con trabajo honrado, con estudio disciplinado y compromiso social. Pero esa lobreguez de los gallinazos es pasajera, solo mientras revolotean desde lo alto para regodearse en su festín de carroña e inmundicia. Con saña convierten su prédica de chismes ruines, en historias asombrosas para generar lástima y conmiseración, para ratificar su ausencia de escrúpulos. Contagian su odio patológico para engendrar la táctica y lanzar el ataque de su mente enferma. No tienen convicciones sino estrategias en su mente mezquina. Mentir no solo provoca, sino que intensifica el conflicto y, por eso, afecta la confianza, que es como la virginidad, una vez perdida no se recupera jamás.

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