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Gustavo Petro: lo que viene para la segunda mitad del mandato del presidente | Análisis Ricardo Ávila | Gobierno | Economía

por Redacción BL
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Economía colombiana

Es lo primero que aparece cuando se entra a la página web de la Presidencia de la República: un contador que muestra los días transcurridos del ‘Gobierno del cambio’, desde el 7 de agosto de 2022. El miércoles 7 de agosto que viene el número llegará a 731, jornada que marcará la mitad de las 1.462 que dura la administración de Gustavo Petro.

(Vea: Reforma agraria: nueva propuesta del presidente Petro para blindar las tierras fértiles).

Comenzará en ese momento la segunda parte de un mandato que aparecerá en los libros de historia como el ascenso de la izquierda progresista al poder. Lo sucedido será descrito como un hito en un país en donde durante décadas persistió el bipartidismo, si bien en épocas recientes el esquema dejó de ser el de antes, por cuenta del surgimiento de distintos movimientos y colectividades.

A partir de esa primera caracterización, seguramente vendrá un recuento de éxitos y pasos en falso, aciertos y equivocaciones, avances y retrocesos, que forman parte de una realidad que ha transcurrido de manera vertiginosa. Así en Colombia el ciclo noticioso sea siempre intenso, ahora parece ir de manera todavía más veloz.

Mucho de eso tiene que ver con la personalidad del jefe del Estado, quien ha construido una narrativa que requiere ser alimentada en forma permanente y parte de describir lo ocurrido antes de su gestión como un enorme fracaso. Según esa visión, máculas como la violencia y la desigualdad son el resultado de la voluntad expresa de una élite corrupta que ha aprovechado lo público en su propio beneficio, en contubernio con un empresariado complaciente y unos medios de comunicación al servicio del gran capital.

(Vea: Petro estaría trabajando una negociación con Maduro, según fuente del Gobierno).

Tal aproximación le lleva a concluir que cualquier avance previo es deleznable: no importa que la cobertura del sistema de salud sea universal, porque es un negocio; tampoco que se construyan autopistas, porque son para los ricos. Algo similar opina sobre la generación de energía y la educación privada, pues lo clave no es la calidad del servicio, sino la propiedad de quien lo presta.

En cuanto a la tecnocracia, el desprecio es manifiesto, porque avala ideas importadas y ayudó a construir lo que hay que derrumbar, aparte de que supuestamente le falta conocer la realidad nacional. De acuerdo con esa postura, la voz que hay que oír, por el contrario, es la del pueblo, algo que merece encauzarse en el poder constituyente que está por encima de la camisa de fuerza de las instituciones y el sistema de pesos y contrapesos consagrado en la carta política.

Y si las cosas no resultan bien, la excusa es fácil: intereses creados, mafias enquistadas, funcionarios de otras tendencias que siguen infiltrados en la burocracia gubernamental, todos se confabulan para que los grandes objetivos de transformación no se puedan concretar. Como consecuencia, la responsabilidad de los descalabros es de los demás, lo cual da paso a expresiones que aparecen en las redes sociales, las cuales se resumen en la frase de “el Gobierno quiere, pero no lo dejan hacer”.

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La otra cara

Sin embargo, el planteamiento comienza a hacer agua cuando se le contrasta con lo sucedido en la práctica. Al cabo de 24 meses Gustavo Petro tiene poco para mostrar en materia de realizaciones y las encuestas revelan un alto nivel de descontento. Los sondeos muestran que cerca del 70 por ciento de los colombianos consideran que las cosas están empeorando, mientras que aquellos que desaprueban el desempeño del Presidente –alrededor del 60 por ciento– son el doble de quienes lo respaldan.

(Vea: Desgaste de las reformas limitaría el cumplimiento del PND en educación y salud).

No siempre fue así. Como todos los inquilinos previos de la Casa de Nariño, el de ahora tuvo su luna de miel con la opinión, la cual llegó a prolongarse por cerca de cuatro meses, hasta diciembre de 2022. Junto con esa percepción mayoritariamente positiva, alcanzó a construirse una gran coalición que hacía ver imparable la aplanadora gubernamental en el Congreso. La expresión más clara de ello fue el paso de la reforma tributaria que fue aprobada de manera contundente y sin afanes, semanas antes del fin del periodo de sesiones.

Parte de esa fortaleza tuvo que ver con la conformación inicial de un gabinete en el que convivían ministros de corte más moderado, con otros plenamente matriculados en los preceptos del Pacto Histórico. La incómoda cohabitación entre palomas y halcones se tradujo en roces crecientes que derivarían en la expulsión de los primeros en un lapso de un par de meses, primero con Alejandro Gaviria y después con la salida de José Antonio Ocampo o Cecilia López en abril de 2023. De paso, el ambiente en el Capitolio se enrareció y las reformas del llamado “paquete social” –salud, pensiones y laboral– enfrentaron tropiezos serios.

Tras una primera fase que incluyó a representantes del centro, el siguiente mayo comenzó en el Ejecutivo otra de tono mucho más radical, orientada a concretar lo expresado en el documento “Colombia, potencia mundial de la vida”, dado a conocer en la época electoral. Ese ha sido, es y seguirá siendo la hoja de ruta por excelencia del Presidente, por encima del Plan de Desarrollo. De tanto en tanto, el propio Petro vuelve y consulta la que es su especie de biblia, de donde nacen los que considera principios rectores y líneas de acción en múltiples áreas de la administración pública.

Quizás el ritmo de aplicación habría sido otro, de no haber surgido una serie de escándalos de origen interno. Tanto las acusaciones que involucran al hijo y al hermano del mandatario, como los episodios que llevaron en ese momento a la salida de Laura Sarabia y Armando Benedetti del círculo de colaboradores cercanos, pusieron al Gobierno a la defensiva.

(Vea: Petro ‘comparó a empresas hidroeléctricas con narcotráfico’ y gremios le respondieron).

Junto a lo anterior, se hicieron más notorios comportamientos que golpearon directamente la imagen presidencial, incluyendo tardanzas repetidas y ausencias de actos importantes que nunca fueron bien explicadas. Ello se sumó a una gran cantidad de viajes internacionales y agendas de trabajo ligeras, junto a una relativa distancia del Gabinete que dejó a un buen número de ministros sin recibir instrucciones, ni mucho menos tener contactos regulares con su jefe.

La mezcla de esos factores, con otros como la controversia respecto al metro de Bogotá, pasaron una alta cuenta de cobro. Cuando llegó el momento de las elecciones regionales de octubre del año pasado, el Pacto Histórico sufrió un verdadero tropezón que se tradujo en la pérdida para la izquierda de todas las alcaldías de las capitales principales y una sola victoria: la gobernación de Nariño.

De manera infructuosa Petro intentó movilizar a las masas para presionar al Congreso y doblegar a sus contradictores. Si algo quedó demostrado con esos ensayos es que la calle la ocupan todos, comenzando por los opositores, por lo cual es un arma de doble filo que es mejor no usar tanto.

Sea como sea, lo cierto es que en marzo pasado la situación llegó a su punto más crítico con el hundimiento de la reforma de la salud. Al final de la legislatura, la evaluación fue menos dura, pues la pensional salió adelante, entre otras, porque hubo más flexibilidad a la hora de introducirle cambios.

No obstante, ahora que arranca la segunda y última parte del periodo presidencial, aparece un nuevo enemigo: el tiempo. Como político experimentado que es, el actual mandatario sabe que la ventana para concretar sus reformas empieza a cerrarse y eso lo obliga a ser más pragmático si desea mostrar resultados.

(Vea: Inversiones forzosas en Colombia: ¿en qué sectores podría influir el Gobierno?).

Gustavo Petro

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Cambio de tercio

Juan Fernando Cristo, tras su designación en el Ministerio del Interior, encara una tercera fase, la de la negociación. Según lo ha dicho el encargado de la política habrá un verdadero intento de construir consensos, así ello implique ceder en lo que dicen en su versión original los proyectos de ley que sobreaguan en el Capitolio. De paso, aclara en sus entrevistas que no hay ningún intento en marcha de irse por fuera de los canales institucionales para cambiar la Constitución o impulsar la agenda pendiente de los acuerdos con las Farc.

(Vea: ¿Petróleo pesado se dejará de usar primero como afirmó Petro? Esto dicen expertos).

¿Quiere decir eso que la calma será la impronta de la parte final de la administración Petro, por cuenta de una madurez adquirida a punta de ensayos fallidos? En absoluto. Si algo se puede asegurar con un alto grado de certeza es que vendrá más de lo mismo debido a las contradicciones que aparecen en el carácter del Presidente de la República, quien se debate entre el revolucionario y el político práctico; entre el pensador y el administrador; entre el jefe de Estado y el jefe de Gobierno; o entre el líder responsable y el populista.

Además del tono conciliador del discurso del 20 de julio, sus llamados al entendimiento y el mea culpa por los episodios de corrupción en la Unidad de Gestión de Riesgo, también habrá retórica incendiaria. Basta leer, para citar un ejemplo concreto, lo dicho por el mandatario la semana pasada en Piedecuesta, Santander, para entender que sigue empeñado en doblegar a las generadoras eléctricas y llevar a Ecopetrol por una senda distinta, sin importar la pérdida de valor patrimonial que ello implique.

También habrá el intento de concluir negociaciones con algunas de las organizaciones que forman parte del esquema de la paz total, incluso si se firman compromisos que trasciendan a las administraciones futuras. En lo que hace al campo, la reforma agraria cuenta con la más alta prioridad, lo cual ocasiona dudas sobre si vendrán intentos de expropiación velados a partir de tesis jurídicas distintas.

(Vea: Días sin IVA: las tres propuestas que hizo Petro para el regreso de estas jornadas).

Como principal responsable de un proyecto político que busca conservar el poder, Petro tiene la vista puesta en 2026. Aquí los objetivos son asegurar un espacio importante en el Congreso y conseguir que el 25 o 30 por ciento de la opinión que lo respalda vote por la candidatura del Pacto Histórico a la Presidencia. Aunque ese respaldo puede parecer menor, en un escenario de fragmentación de aspirantes este daría para pasar a segunda vuelta y polarizar la carrera, por lo cual sería ingenuo pensar que los días de la izquierda progresista están contados.

Aparte de lo anterior, el Gobierno tiene varios ases en la manga para voltear a sectores de la opinión en su favor. Ese es el caso del pilar solidario que recibirían cientos de miles de ancianos dentro de un año o la propia capacidad retórica de alguien particularmente hábil frente a un micrófono, quien buscará la manera de ayudarle a la persona de sus preferencias y demeritar a sus contrarios.

No obstante, tampoco hay que olvidar que el camino que sigue es tortuoso y no solo por cuenta de lo compleja que es Colombia, en donde cada problema acaba siendo responsabilidad de quien está en la Casa de Nariño. La lista potencial de dificultades es muy extensa, pero hay tres que aparecen de manera inequívoca: seguridad, economía y relaciones internacionales.

Con respecto a la primera, hay una gran insatisfacción tanto por la percepción de criminalidad en las ciudades, como por los problemas en departamentos como el Cauca. Sentir que el país está dando marcha atrás de manera acelerada y que los violentos están ganando la partida puede volverse un enorme talón de Aquiles, con repercusiones electorales en 2026.

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Sobre la segunda, la situación fiscal pasó de castaño oscuro. El proyecto de Presupuesto General de la Nación para el año que viene hace supuestos de ingresos muy difíciles de defender, por lo cual la iniciativa podría estar desfinanciada hasta en 40 billones de pesos, según algunos analistas. Eso deja al Ministerio de Hacienda en la disyuntiva de apretar el cinturón al máximo, justo cuando se quiere gastar más o dejar que el déficit público se dispare con todos los peligros que representaría sobre el crecimiento, el costo de la deuda y la tasa de cambio.

(Vea: ¿Quiere dominar Excel?: cursos para aprender desde lo básico hasta lo más avanzado).

Y lo que pase con Maduro, unido a las repercusiones potenciales de este lado de la frontera, también está sobre la mesa. A lo anterior se agregan las elecciones de noviembre en Estados Unidos, que pueden llevar a un endurecimiento de Washington hacia Bogotá, tanto si gana Donald Trump como si Kamala Harris consigue que la Casa Blanca siga en poder de los demócratas, pues Colombia entra en juego en el equilibrio geopolítico global.

Así las cosas, no hay que contar con una bola de cristal para pronosticar que los dos años que vienen serán muy agitados para Colombia. Aparte de que las circunstancias no son fáciles, Gustavo Petro debería aprovechar esos espacios libres que deja en su agenda para reflexionar no solo sobre el futuro inmediato, sino respecto a su legado que en último término se definirá por la simple pregunta de si estarán mejor los colombianos en 2026 que el día en que comenzó su mandato.

RICARDO ÁVILA
Analista Senior de EL TIEMPO
En X: @ravilapinto

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