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“Alcancé a darle un abrazo al médico Gabriel Ochoa y agradecerle todo”: González Aquino

“Alcancé a darle un abrazo al médico Gabriel Ochoa y agradecerle todo”: González Aquino

Con ocho temporadas siendo el gran capitán de Gabriel Ochoa Uribe en el América —desde 1979 hasta 1986—, Gerardo González Aquino tiene en cu cabeza un montón de anécdotas y recuerdos del médico. Sin embargo, el que ahora cobra más relevancia ocurrió el martes 12 de noviembre del año pasado, cuando el combativo volante viajó desde Paraguay hacia Cali para estar en un homenaje que la Gobernación del Valle le hizo al entrenador más ganador de toda la historia del fútbol colombiano y del equipo rojo.

Ese día, González Aquino, bastión en el primer título del América —logrado el 19 de diciembre de 1979— y de otras cinco estrellas más, se acercó con prudencia a su mentor y, en medio de la bulla y la alegría de todos por volver a ver a Ochoa en un acto público —tras su retiro de la dirección técnica, en 1991, pocas veces volvió a participar en ese tipo de actos—, le dijo unas palabras que hoy, tres días después de la muerte del glorioso entrenador, suenan a que fueron una despedida especial antes de tiempo.

“Él estaba al lado de su esposa, Cecilia, y yo lo abracé y le dije que muchas gracias por todo lo que nos había dado”, cuenta González, quien luego le dio un beso en la frente a su mentor, porque tanto él como otros compañeros de ese América terminaron convirtiéndose en entrenadores gracias a las enseñanzas de Ochoa Uribe.

Charla nostálgica con un centrocampista que nunca olvidará al maestro que lo convirtió en el general eterno de los ‘diablos’.

¿Cómo se enteró de la muerte del médico?
Fue a través de mis compañeros del título de 1979. Ellos me informaron que el médico Ochoa había fallecido y la verdad es que fue un golpe muy fuerte. Sabía que él se encontraba enfermo, pero llegar a esta situación era impensado, porque uno cree que nunca pasará. Ahora solo queda desearle paz y que pueda descansar, pero la noticia nos tiene a todos muy tristes.

¿Qué sintió?
Un golpe duro que me dejó perplejo, porque me empezaron a entrar llamadas de todos lados, pero yo no fui capaz de atenderlas. Les decía a los periodistas que no me sentía en forma para darles una entrevista y que por favor me dieran espacio hasta el lunes (ayer) para charlar. A todos les agradezco esa comprensión porque no estaba como para hablar.

¿Qué recuerda del médico en ese homenaje que le hicieron en noviembre del año pasado?
Yo tuve esa alegría de no solo estar con mis compañeros campeones del 79, sino también de poder abrazar al médico Ochoa. Él no hilaba una sola palabra, pero yo me le acerqué, le dije que era Gerardo González Aquino y que estaba allí para saludarlo.

¿Qué le aportó Ochoa Uribe en lo personal y en lo profesional?
El médico fue un grande en esas dos facetas. Un hombre perfecto no existe, pero el que más cerca ha estado de eso es Gabriel Ochoa Uribe. Lógicamente que, como todos, también tenía sus cosas negativas, pero florecían siempre más las positivas, porque no solo era un gran profesional, sino también un excelente líder. El médico supo desarrollar esas cualidades porque a nosotros nos dio lo mejor.
Imagínese que un alto porcentaje de los que fueron sus jugadores terminamos siguiendo el camino de ser entrenadores. Hoy nuestro máximo representante es Ricardo Gareca, que entrena a la Selección de Perú. Nos volvimos entrenadores gracias a toda esa riqueza táctica, trabajo y disciplina que nos transmitió el médico.

¿Cuál fue la primera impresión que usted se llevó del médico?
Muy buena, porque tuvimos una relación basada en el respeto desde el principio hasta el final. Yo llegué a Cali el 6 de enero de 1979 junto a Juan Manuel Bataglia (delantero) y a medida que avanzaban los entrenos nos íbamos impactando por el trabajo, la personalidad y la disciplina del médico. Y ese estilo nos llevó a ser campeones en 1979, a lograr el pentacampeonato, que fue algo extraordinario, y a jugar finales de Copa Libertadores.

¿Qué hacía feliz a Ochoa Uribe?
Los títulos. Ganar un partido era su mayor felicidad, se le veía en el rostro. Además, nosotros los jugadores nos esforzábamos para cumplir con lo pactado y con esas exigencias del médico. Cuando hay orden, disciplina, dedicación y mentalidad se obtienen las cosas. En ese sentido, las charlas que teníamos en la semana y la planificación que hacíamos para cada partido hacía que entráramos a la cancha a matar y comer del muerto, como se dice (risas).
Tenía muchas frases el médico, una de esas era la de antes de cada partido. Ochoa nos decía: “Ganar no lo es todo” y nosotros le respondíamos “¡es lo único!” y luego nos dirigíamos a la cancha. Son momentos que no se te borran.

¿Cuál fue su momento inolvidable al lado del médico?
El pentacampeonato. Ese fue el mejor momento. Luego hay anécdotas de instantes graciosos y cosas lindas que pasaban en los partidos y en las concentraciones, pero esas las vamos a ir contando con el paso del tiempo.

Cuéntenos alguna…
Con él tengo una anécdota muy linda. Lo que pasa es que las primeras veces que a mí me expulsaron jugando con el América, fue por mi temperamento fuerte. Entonces Ochoa me llamó y me dijo que le gustaba mi forma de jugar, pero que tenía que ser más equilibrado con el carácter, porque sino iba a dejar siempre al equipo con diez hombres. Me sirvió mucho porque me comencé a moderar y eso fue de mucho más provecho para el grupo. Todo fue porque el médico me puso el freno (risas).

¿Por qué cree que Ochoa nunca pudo ganar la Copa Libertadores con América? A usted le tocaron dos de las tres finales perdidas.
Son cosas del fútbol en donde pienso que él no tuvo culpabilidad. Éramos todos en la cancha y él desde el banco planificando todo para ganar, pero no se dio. Yo no estuve en la final del 87 (se retiró como futbolista en 1986), cuando estábamos siendo campeones, pero se va la energía y cuando vuelve Peñarol nos había hecho el gol con el que se queda con el título.
De todas maneras, jugar una final de Copa Libertadores es lo máximo, es extraordinario, y América, con Ochoa, lo hizo tres veces de manera seguida.

¿Fue Gabriel Ochoa un adelantado del fútbol?
Sí. Sabía descifrar a todos lo rivales. Nos ponía hora y media, más o menos, a ver los videos del contrario, analizar cómo se defendía, cómo atacaba y cómo manejaba la pelota quieta. La verdad es que trabajábamos intensamente antes de cada partido para ser siempre los mejores y eso hizo posible que fuéramos campeones. Antes de cada juego teníamos una estrategia que cumplíamos bien aunque en algunas ocasiones se nos olvidaba (risas).

¿Qué quisiera decirle al médico Ochoa en este preciso instante?
Creo que ya tuve la oportunidad de agradecerle por todo el día del homenaje. Y es una satisfacción, porque en vida es cuando debemos decirle a la gente importante “te quiero mucho”, porque ya luego puede que sea tarde. Ese día, en la Gobernación, me quedó la tranquilidad de haberlo abrazado y de haberle dicho que muchas gracias.



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