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Álvaro Gómez: análisis sobre la revelación del magnicidio cometido por las Farc – Proceso de Paz – Política

Análisis: Las dificultades de un país para conocer sus verdades - Proceso de Paz - Política


La revelación de la cúpula del partido Farc de haber asesinado a Álvaro Gómez Hurtado es una muestra de las profundas dificultades que tendrá que superar Colombia para conocer la verdad de lo ocurrido en el conflicto.

La confesión hizo polvo la narrativa que durante un cuarto de siglo apuntó a otras direcciones. Aun cuando el caso pasó por las manos de una decena de fiscales generales de la Nación, nada de lo actuado dentro de la investigación generó un impacto como el mensaje de apenas una hoja enviado a la JEP.

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En este, voceros del antiguo secretariado de las Farc ofrecieron “aportar verdad, esclarecer los hechos ocurridos y asumir tempranamente la responsabilidad” en el homicidio de Gómez Hurtado, del excomisionado de Paz Jesús Antonio Bejarano y de otras cuatro personas.

La atención se centró en Gómez Hurtado. Primero, porque se trata de una de las figuras políticas más influyentes del siglo XX: en su juventud fue un declarado miembro de la derecha; luego, aspirante en tres ocasiones a la Presidencia, dos como conservador y la última, cinco años antes de su muerte, por el Movimiento de Salvación Nacional; copresidente de la Asamblea Nacional Constituyente, que dio vida a la actual Constitución; lúcido periodista, hombre respetado por el Establecimiento, en particular por la cúpula de las Fuerzas Armadas, y un convencido, al final, de la necesidad de llegar a un “gran acuerdo sobre lo fundamental” para sentar las bases de un mejor país.

Y, segundo, porque la tesis de que detrás del crimen estuvo el presidente de la época, Ernesto Samper, y su ministro de Gobierno, Horacio Serpa, se ajustaba a un guion más atractivo para la galería que señalar a los alzados en armas comandados por un campesino llamado Pedro Antonio Marín Marín y conocido como ‘Tirofijo’, a secas.

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Durante el mandato de Samper, cada mañana el país se despertaba con la sensación de que ese día el presidente se caería ante las abrumadoras revelaciones de cómo el cartel de Cali financió su campaña con al menos seis millones de dólares.

Desde sus columnas de El Nuevo Siglo, Gómez Hurtado escribía: “Samper no se cae, nadie lo está tumbando. Pero tampoco se puede quedar”. La relación Serpa-Gómez, que había sido ejemplar durante la redacción de la carta magna, voló en mil pedazos causando unas heridas lejos de cerrarse.

Pero ¿de ahí a matarlo para callarlo por sus afiladas críticas? Esa es una de las versiones que se quedaron en la memoria de buena parte de los colombianos, mientras que para los demás era un absurdo. El país se dividió, muchas familias se pelearon y la página, como otras cosas de extrema gravedad que han ocurrido aquí, cayó en el olvido sin resolverse a plenitud.

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Por eso, ante la versión del partido Farc, Serpa y Samper afirmaron estar “sorprendidos con la noticia”, aunque subrayaron la esperanza de que esta sirviera para “construir una nueva narrativa de paz y reconciliación”. Nada más distante.

El abogado Enrique Gómez Martínez, sobrino de la víctima y abogado de la familia en el proceso penal, acusó a la JEP de prestarse para quitarle la competencia de la investigación a la Fiscalía “para, en un procesito de tercera, condenar que algún falso muerto de las Farc fue el que estuvo en esto, e impedir que avance la investigación contra Samper y Serpa”, dijo. “Lo habíamos advertido”, argumentó.

A la orilla de los escépticos llegó el presidente Iván Duque, asegurando que “adjudicarse esos crímenes, cuando ya hay garantías de que nadie va a pagar cárcel, no deja de generar dudas, sospechas, preocupaciones”.

Vinieron, entonces, días de una semana intensa y paradójica. Los líderes del ‘No’ que durante el plebiscito basaron su campaña en que el proceso de paz en La Habana estaba condenado al fracaso porque las Farc no iban a decir la verdad ahora las señalaban por haber sacado a la luz un secreto que estuvo bajo llave durante 25 años.

Y cuando el senador del partido Farc Julián Gallo Cubillos fue más allá y reveló que él mismo fue quien trasladó la orden desde la profundidad de las selvas al asfalto de Bogotá para que hombres de la Red Urbana Antonio Nariño la ejecutaran, en su papel de comandante ‘Carlos Antonio Lozada’, voceros del alto gobierno, como el Comisionado de Paz, salieron a reclamar que así no podía continuar en su curul.

“Pareciera que el Comisionado de Paz no hubiera leído el acuerdo de paz: el deber de exguerrilleros es decir la verdad. No pueden perder los beneficios precisamente por decir la verdad, por dolorosa que sea esa verdad”, reaccionó Rodrigo Uprimny, investigador del centro de pensamiento Dejusticia.

Por el contrario, el expresidente Juan Manuel Santos valoró que el gesto dado por quienes conformaron esa temible máquina de guerra que se llamó las Farc es el indicado: “Se dio un gran paso hacia la verdad, base de la reconciliación”, aseguró.

La situación plantea un escenario inédito: el problema ahora no es solo que los victimarios digan la verdad, sino que la sociedad los oiga. Las preguntas son varias: ¿por qué el país no quiere oír la explicación de las Farc? ¿Por qué no les creen? ¿A quién beneficia su silencio?

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Las respuestas muestran el enorme desafío que viene no solo para quienes dejaron las armas, sino para quienes deben contrastarlos, en este caso es una prueba de fuego para la JEP y la Comisión de la Verdad.

Conocer lo que realmente pasó estremece. No es una situación exclusiva de Colombia. Cada vez que surge un elemento nuevo de lo hecho por ETA, España se horroriza. La banda terrorista mató 864 personas en 50 años. Aquí, según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), la guerra dejó 262.197 muertos entre los años 1958 y 2018.

¿Podría Colombia seguir sin saber lo que pasó? En Chile, muchos analistas consideran que la extrema violencia entre manifestantes y los carabineros, que solo logró detener la pandemia, se explica porque allí nunca sanaron las heridas, con justicia y verdad, abiertas durante la dictadura de Augusto Pinochet.

La maestra Doris Salcedo, quien fundió parte de las 8.112 armas y 1,3 millones de cartuchos entregados por la guerrilla de las Farc, para crear su obra ‘Fragmentos’, retrata la situación con una metáfora: “No había luz en nuestro cuarto. El proceso de paz lo iluminó y ahora estamos viendo el caos en el que vivíamos”. Tal vez lo que ocurre es que empezamos a mirarnos en el espejo sin maquillaje.

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ARMANDO NEIRA
Editor de Política
En Twitter: @armandoneira



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