Aplausos para los héroes que vencen el miedo y dan fe a la humanidad – Vida


El coronavirus en Colombia ha cobrado hasta el momento la vida de más de 38.600 personas. De esta cifra, que todavía no ha sido discriminada para otros sectores, el sector salud ha perdido 120 médicos: 98 médicos generales y 22 especialistas de anestesiología, medicina interna, ginecología, ortopedia, pediatría, patología, cirugía de mama y vascular, oftalmología, otorrinolaringología y urología.

Estas personas han sido quienes han estado en la primera línea de fuego para combatir la pandemia, también de la mano de docentes, personal de aseo, auxiliares de farmacia, taxistas y domiciliarios, entre otros, quienes tampoco pudieron entrar en los aislamientos preventivos para contener la propagación del virus y, en cambio, han tenido que exponer sus vidas en el día a día para garantizar que el resto de colombianos estén en casa de manera segura.

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“Todos los días son un desafío para mí porque debo ir a las casas de personas con síntomas y sospechas de covid, y a veces es toda una familia la que está enferma. Mi trabajo es entrar a sus casas, realizarles un examen médico para evaluar su estado de salud y luego proceder a la recolección de muestra de laboratorio, las cuales son luego examinadas”, indicó a EL TIEMPO Andrea Nieto, médica que trabaja para una IPS en la recolección de muestras para pruebas de covid-19.

Estas personas han sido quienes han estado en la primera línea de fuego para combatir la pandemia.

Foto:

César Melgarejo / EL TIEMPO

Según cuenta, es un trabajo muy difícil, porque debe hacer las recolecciones tratando de cuidar su salud. “Siempre tengo mi overol, tapabocas, unas gafas de protección, gorro para el cabello, guantes…, de todo. Me toca así porque cada día tengo contacto con hasta 20 pacientes sospechosos de covid-19, por lo que el riesgo es muy alto”, menciona.

Nieto lleva haciendo su trabajo desde abril y se siente orgullosa de él porque, como ella misma lo dice: “Poder identificar un contagio es salvar vidas”
.

Como ella, Aura Janeth Páez Cifuentes, de 40 años, una auxiliar de farmacia que atiende una droguería en el barrio Carlos Lleras, en el suroccidente de Bogotá, es una de las personas que no han parado su labor con la llegada del coronavirus.
Desde que empezó la pandemia, Aura debe levantarse todos los días en su casa en el barrio Candelaria La Nueva, localidad de Ciudad Bolívar, y tomar un bus para dirigirse a su trabajo ubicado en Fontibón, Bogotá.

El miedo siempre ha estado ahí, pues el riesgo es muy alto con solo subirme a un bus. Pero siempre tuve claro que las personas necesitan de mi trabajo y que muchos que tienen enfermedades, que no solo son coronavirus, requieren de mi trabajo para mejorarse”, dijo a este diario la auxiliar de farmacia.

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«Desde taxistas que no usan el tapabocas hasta pasajeros que entran tosiendo, con el tapabocas en el cuello. Hay gente que no se cuida, y si eso es así, uno es el que debe cuidarse».

Foto:

Carlos Capella / EL TIEMPO

Para ella, madre de un hijo que siempre la espera con temor en casa, cada día es un desafío, pues a la farmacia donde trabaja llegan personas con todo tipo de síntomas, y con cada paciente ella se pregunta: ¿será que tiene coronavirus?

Lo mejor que puedo hacer siempre es protegerme con los implementos de bioseguridad y seguir los protocolos, pero eso no nos protege emocionalmente de lo que sucede. Durante la pandemia perdí un par de amigos taxistas por cuenta del coronavirus, vi mucha gente en el transporte público no cuidarse e incluso me enfermé. Todo eso a uno lo quiebra, fueron días bastante difíciles, pero siempre seguí adelante”, añadió Aura.

En otro frente se encuentra Arley Molina, taxista de Bogotá, para quien la pandemia no fue una oportunidad para pasar tiempo con su familia, pues como único sustento en casa debía seguir trabajando y velar por su esposa y dos hijas.

“Convivir con el miedo ha sido difícil. Por fortuna no me he enfermado. Tengo varios compañeros taxistas que les dio covid y se enfermaron muy duro, incluso uno murió.
Además, uno ve de todo. Desde taxistas que no usan el tapabocas hasta pasajeros que entran tosiendo, con el tapabocas en el cuello. Hay gente que no se cuida, y si eso es así, uno es el que debe cuidarse”, explicó a EL TIEMPO Arley.

Le compré un separador al carro y todos los días me toca desinfectar las sillas, las ventanas, las manijas

Arley, como Aura y Andrea, tiene claro que de llegar a enfermarse su familia queda sin apoyo, por lo que las medidas de bioseguridad son lo único que les queda en la lucha diaria que implica ejercer su oficio.

“Le compré un separador al carro y todos los días me toca desinfectar las sillas, las ventanas, las manijas. Luego llego a casa y con mi esposa le damos gracias a Dios por otro día de trabajo, y otro día en que no me enfermé”, finaliza.

Otra historia ha sido la de los docentes de regiones apartadas, quienes no pudieron implementar la virtualidad exigida por el Gobierno, por cuenta de la falta de acceso a internet que la mayoría de sus estudiantes presentan. Es el caso de Juan Carlos Estupiñán, profesor de Ciencias Naturales de la Institución Educativa Dos Quebradas, en Tumaco.

“Cuando nos mandaron a todos a aislarnos, dos profesores y yo, con una moto, nos encargamos de buscar a los alumnos en sus casas, en sus veredas, y les llevábamos las tareas de todas las materias. La idea era hacerlo los lunes, pero a veces duraba hasta tres días porque son zonas apartadas para llegar donde solo un niño, y tenemos más de cien en el colegio”, mencionó.

Juan Carlos, como docente, dice no poder permitirse que sus alumnos se queden sin educación por cuenta de este virus.

“Los niños que podían nos enviaban el desarrollo por WhatsApp, pero otros ni tienen celular en su casa. Ese fue otro reto, porque no solo hubo veces que no recibimos el desarrollo de los trabajos sino que los estudiantes necesitaban dirección nuestra, poder guiarlos, por lo que el que iba en la moto llevaba también las explicaciones de los docentes de otras materias”, añadió.

Sumado a lo anterior, el miedo al contagio siempre ha estado presente para los maestros rurales, quienes tienen claro que primero está su salud para poder seguir ejerciendo una profesión indispensable para el país.

La busca responder a las necesidades de las regiones afectadas por el conflicto en el campo

“Yo llevaba mi tapabocas y hasta me conseguí una careta, que con el calor que hace acá fue muy difícil llevarla puesta. Pero si no lo hacía, corría riesgo de contagiarme y contagiar a otros. También era un tema de pedagogía. Acá la gente pensaba que esto era mentira, que nadie se moría de eso, que era un ‘quebrantahuesos’. Y algo que acordamos en el colegio fue enseñarle a las familias que es verdad, que toca cuidarse, y por eso nos capacitamos para resolver sus dudas. Al principio me recibían sin tapabocas y me querían abrazar o dar la mano, pero con el tiempo fueron aprendiendo”, terminó.

Como él, Larry Ballesteros Ricard, encargado del aseo de las calles de la capital del país, siente que el cuidado de su salud en parte también está en manos de otros, pues él tampoco paró sus labores por cuenta de la pandemia, pero además debía recoger en calles y parques los desechos de personas y mascotas.

“Yo tengo dos niñas pequeñas y todo el tiempo temía que recogiera algo que estuviera infectado y me contagiara del virus. La empresa siempre nos ha dado los implementos para nuestro cuidado, pero igual el miedo está ahí. En mi casa tenían miedo de que saliera, pero es mi obligación, así que todos los días de la pandemia seguí saliendo a las seis de la mañana y pidiéndole a Dios que no me diera el virus”, dijo.

Yo tengo dos niñas pequeñas y todo el tiempo temía que recogiera algo que estuviera infectado y me contagiara del virus

No menos importante fue la labor de Andrea Torres, quien desde hace tres años y medio trabaja como repartidora en Rappi, en el norte de Bogotá.

“Cuando se declaró la cuarentena fue tremendo porque pensaba que si salía, me iba a contagiar, que iba a ser terrible. Penaba que Rappi se iba a quebrar, pero pasó lo contrario y todo el mundo quería pedir su domicilio. Finalmente entendí que solo debía tener cuidado y cumplir las medidas de bioseguridad para seguir haciendo mi trabajo”, dice.

Andrea recuerda aquellos primeros días ‘rodando’. Y afirma, orgullosa, que se sentía como una auténtica heroína: “Éramos héroes, se lo juro, porque al hacer todo nosotros, al estar afuera, en esas calles solas… Éramos los únicos que podíamos salir, y éramos los que le llevábamos la comida a la gente y se las dejábamos en la puerta”, narra.

Andrea dice que, durante la cuarentena estricta llegó a hacer entre 20 y 25 domicilios diarios. Ahora, que las medidas se han flexibilizado, hace entre 10 y 15 entregas. Con el dinero que recibe puede pagar su arriendo y se ha costeado sus estudios.

Mi mensaje para las personas que utilizan apps es que piensen que quienes trabajan ahí son buenos. Esta es una nueva forma de trabajo, de generar ingresos”, apunta.

REDACCIÓN VIDA

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