“¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora!” Así escribió el profeta Sofonías, 600 años antes del nacimiento de Jesus.
Lo que el profeta iba considerando de la ciudad de Jerusalén, es demasiado bien avenido para muchas realidades sociales que nos afectan en Colombia: y ¡ojalá que sea por el hecho de la rebeldía!
Lastimosamente no es así. La conformidad a la denuncia de Sofonías se ve en las manchas de la corrupción y en la actitud opresora.
Cuanto más tiene manchas una ciudad, mucho más se vuelve opresora. No se acaba un día sin que los noticieros relaten de robos y corrupciones en la administración, en los procesos judiciales, en la supuesta defensa que el ejercito tendría que ofrecer a los más vulnerables. Son manchas y generan opresión.
Más que se habla de reparación para las víctimas del conflicto, más parece que la mejor forma de reparación sería sencillamente actuar con la constitución y las leyes. Un reparación extraordinaria no puede sanar las heridas diarias de una democracia incumplida.
¿Como se puede creer que un estado quiera reparar, cuando sigue dañando? Y ¿como se aparenta tan virginal en la mesa de la Habana, el mismo estado que notoriamente no cumple con sus mismos principios constitucionales, dejando a los pobres aun mas pobres?
Si tanto duele la consecuencia del conflicto, ¿porque no se hace nada para solucionar las injusticias que lo generaron hace 50 años y que siguen afectando al pueblo?
¡Ay de nosotros! Si nos acostumbramos a ser los habitantes resignados de ciudades manchadas por las mismas personas que tendrían que limpiarlas (a lo menos de la basura).