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Un bonaverense sobrevivió al terremoto. En diálogo con El País, pidió auxilio.

Un bonaverense sobrevivió al terremoto. En diálogo con El País, pidió auxilio. | Noticias de Buenaventura, Colombia y el Mundo

El lobo de mar que zozobró en tierra

Testimonio. Erly Salazar cuenta la tragedia de Haití vista desde sus ojos. Ahora permanece refugiado en el barco donde trabaja.

De los once tripulantes que han convivido en el ‘Nicolás’, el barco en el que zarparon de Buenaventura y que tocó Puerto Príncipe a mediados del año pasado, sólo Erly Salazar había decidido pisar tierra para ir a visitar a unos amigos, en la capital haitiana. Ese martes era temprano. Las 4:56 de la tarde para ser exactos.

El timonel de 56 años estaba aburrido en el viejo navío anclado en Puerto Príncipe. Por eso desembarcó. Empezó a caminar por una de las vías y sin haber dado muchos pasos, el suelo que quiso pisar se reventó. Entonces le tocó afrontar una ‘tormenta’ en plena tierra, que nunca había vivido en sus años en el mar.

“Sí, se reventó y con furia. Fue a las 4:57 de la tarde. Lo recuerdo bien. ¡Fue como estar en la mitad de una explosión y, en segundos, en un abrir y cerrar de ojos, las casas, los edificios, los postes, los semáforos, todo, todo, es increíble, todo se cayó! No sé cómo saqué alientos para no caerme, vi que todo quedaba hecho pedazos. Se formó una nube de polvo. Muy espesa. Escuchaba gritos. También oía ruegos. Y comencé pronunciar las oraciones que uno aprende de niño, con la esperanza de que todos pudiéramos continuar con vida. Le rogaba a la tierra que se detuviera”.

Salazar es un bonaverense que creció en un hogar de ocho hijos, viendo barcos comerciales que llegaban y salían del puerto marítimo, en el Pacífico colombiano. “Soy marinero, no olvide que eso soy y eso siempre he sido. Desde que era muy joven empecé a viajar como timonel. Con el ‘Nicolás’ estoy desde hace tres años y antes estaba con otra compañía, pero quebró y terminé en el viejo barco que está flotando con mis diez compañeros a bordo, porque allí dormimos. Pero estoy más vaciado de lo que estaba antes. Desde julio llegamos a Puerto Príncipe, con la idea de que recibiríamos US $2.000, pero nunca nos pagaron ese dinero. Sólo recibimos 20 dólares. Los dieron el jueves. Fíjese, ni siquiera pensábamos que a los cinco días siguientes ocurriría un terremoto”.

Por la línea telefónica, su voz empieza a temblar y a perderse en el ruido sordo de una interferencia.

“Gracias a Dios se comunicó, porque no hemos podido hablar con nuestras familias. Es la primera llamada que recibimos”. Hace silencio y sigue relatando. “Las personas se arrodillaban y otras más quedaron tendidas, muertas. También hay niños. Es horrible. A unos se les ve hinchados y huelen muy mal. Están por todas partes. Y aún hay personas muertas que quedaron con el cuerpo atrapado en las casas. Murieron con el gesto de querer escapar. Esto nunca lo había vivido, ni cuando fui testigo de un huracán llegando en otro barco a México”, dice el timonel.

En esos segundos de las 4:57 de la tarde del día fatídico, también sintió que lo abrazaban. “Eran mis amigos que fui a visitar. Ellos perdieron su casa. Mientras yo me devolví al barco, se derrumbó como un castillo de naipes. Al llegar al puerto, parte del muelle había desaparecido. Por fortuna, otra parte seguía en pie y es donde aún sigue amarrado el barco de don Nicolás, el hombre que nos abandonó acá en Haití y nos debe plata. Quién sabe por cuánto tiempo la estructura resistirá. Si se derrumba, quedaremos flotando, a la deriva en el mar”.

Por el teléfono, la voz cambia. Ahora ya no es Erly Salazar, quien narra la odisea. “Soy Alan Sánchez. Peruano de El Callao y Primer oficial del ‘Nicolás’. Allí estábamos todos los tripulantes, cuando ocurrió el terremoto. Pensamos que había habido una explosión en el barco. Pero Erly nos relató lo que ocurrió. ¡Por favor, ayúdennos! ¡Se nos acaba la comida y no tenemos dinero!”.

La voz cambia de nuevo. “Cuando llegué al barco les conté que el Palacio Presidencial está en el piso, así como otros edificios como el del servicio postal. También se cayó el edificio del Legislativo. Es que Puerto Príncipe desapareció”.

Toma un respiro y se refiere al deseo de llegar a otra tierra firme, a la Buenaventura que abandonó para buscar aventuras. “Pero no esto. Me ha gustado la libertad, viajar sin saber qué encontraré en el mar. Y lo insólito es que la tragedia nos tocó en tierra, donde uno piensa que está a salvo. Pero resulta que no fue así. La tierra firme es ahora un caos. Estamos con muy poca comida y racionamos los fríjoles y el arroz que nos quedan. Tampoco tenemos suficiente gasolina. Muchos preguntarán, ¿por qué no nos devolvemos a Buenaventura? No se puede. El viaje tarda once días y tenemos combustible, máximo, como para tres”.

Cuenta que hay saqueos, pues los mismos socorristas de la Cruz Roja que han llevado comida a quienes salieron vivos de los escombros, también han sido asaltados. “Los haitianos desconfían de nosotros. Nos dicen blancos, cuando somos de piel oscura. Creen que vamos a robar”.

Con Erly Salazar está el caleño y también marinero Orlando Cabrera.

“A mis hermanos, les digo que estoy bien, aunque la verdad, la herida que tengo me duele. ¡Quiero salir de aquí!”. Ahora el clamor del timonel se convierte en sollozos, que abruptamente se cortan. El contacto se perdió.

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