Así jugaba la Selección Argentina de César Luis Menotti en el Mundial del 78 – Fútbol Internacional – Deportes


En los primeros días de octubre de 1974, a pocos meses de la finalización del Mundial de Alemania, La Asociación del Fútbol Argentino contrató a César Luis Menotti como seleccionador del equipo nacional que debía participar en la Copa del Mundo de 1978, a realizarse en el país más meridional de la tierra: Argentina.

Su designación y la duración del compromiso asumido por ambas partes planteaba un hecho inédito en el país que había dado futbolistas tan notables como Orsi, Di Stéfano, Pedernera o Sívori pero nunca había podido figurar en el alto nivel del mundo después del subcampeonato logrado en Montevideo en 1930.

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Menotti era un entrenador joven y exitoso, que había logrado en 1973 el milagro de clasificar campeón de la AFA al club Huracán, que no obtenía un título en primera división desde 1925, en los tiempos románticos del amateurismo.

Se lo contrataba hasta después del Mundial de 1978, permitiéndole así encarar un trabajo coherente, ordenado y de inalterable continuidad durante tres años y medio.

El nuevo técnico aprovechó a ciencia y conciencia esa espléndida oportunidad. Su trabajo de búsqueda y selección de valores por todo el país fue perseverante y exitoso, el proceso de preparación resultó igualmente efectivo.

Lo primero que hizo Menotti fue lo que de hacer todo buen estratega: poner orden sus ideas. Definir qué quería lograr y cómo pensaba conseguirlo. Su propuesta inicial fue clara y concreta partiendo de un diagnóstico muy certero sobre el pasado reciente del fútbol criollo:

“En todos estos años no ha fracasado el estilo de juego argentino, nuestro manejo de pelota, nuestra facilidad para la gambeta y el toque. Fallamos por falta de convicción para hacer lo que sabemos, por pretender jugar en la Selección un fútbol distinto del que se juega habitualmente en nuestras canchas. Lo que en realidad nos faltó fue complementar lo que sabemos con otros aspectos del funcionamiento en equipo, como jugar sin la pelota, apoyar permanentemente al compañero que la lleva, pretender cargar la pelota en vez de jugar a un toque cuando estamos de espaldas al arco contrario, no complicar innecesariamente jugadas sencillas…”.

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Con respecto al modelo de jugador que pretendía para su conjunto, el nuevo entrenador tenía posición tomada firmemente: “Entre un jugador de habilidad y un atleta, prefiero al primero. Porque trabajando, de un habilidoso puedo hacer un atleta. De un atleta, por más que lo entrene, sólo podré obtener un atleta mejor”.

Para Menotti, en consecuencia, el rumbo a seguir era igualmente claro: 1. profundizar la técnica individual de sus futbolistas; 2. trabajar mucho en el perfeccionamiento de la mecánica colectiva; 3. conseguida la precisión adosarle velocidad y dinámica al conjunto.



El gol de Kempes en la final de Argentina-78.

El técnico argentino tampoco creía que el fútbol hubiera entrado en la era de los jugadores polifuncionales como consecuencia del impacto que había producido la explosión de Holanda en 1974. Podrán nacer algunos superdotados para jugar en toda la cancha, como Alfredo Di Stéfano. Pero los especialistas seguirán existiendo por una razón de lógica inevitable, ya que todas las actividades de la vida actual tienden a la especialización. En el último Mundial ganó Alemania jugando con especialistas como Muller, Beckenbauer, Overath o Berti Vogts… Apoyado en ese razonamiento, fue eligiendo los intérpretes que necesitaba.

Newell’s Old Boys, también campeón por primera vez en 1974, y el poderoso River Plate que dirigía Angel Amadeo Labruna, ganador de tres campeonatos entre 1975 y 1977, después de pasar 18 años sin obtener un título, fueron la base de aquella selección. Con un arquero, cinco defensas y cinco delanteros. Algo totalmente desusado para una época en la que todos jugaban 4- 4-2 con algunos matices diferenciales, pero con un denominador común: más futbolistas aplicados a destruír y recuperar el balón que a jugarlo y atacar.

Esa vuelta a los viejos buenos tiempos fue lo más novedoso que propuso y mostró Argentina en su Copa del Mundo. Una línea de cuatro zagueros para defender en zona, el concepto que mejor dominaban los argentinos, en la que su defensa central y capitán Passarella, de potente remate y certero cabezazo, tenía libertad de mandarse al ataque por sorpresa.

Un volante tapóndotado de gran inteligencia táctica para equilibrar todo el movimiento del conjunto, relevando al hombre de última línea que partía hacia adelante. Dos mediocampistas ofensivos: Oswaldo Ardiles, auténtico ideólogo del equipo por su generosidad y criterio; Mario Alberto Kempes, formidable realizador, con una aceleración y una potencia en los últimos 30 metros del campo adversario que lo hacían incontenible.

Arriba, un centrodelantero y dos punteros. Leopoldo Jacinto Luque, el más avanzado de los atacantes, era el compañero ideal para Kempes por la forma en que le abría el camino con sus desplazamientos sin pelota para llevarse a los marcadores rivales. Ricardo Daniel Bertoni, wing derecho o izquierdo, era de una precisión mortífera devolviendo paredes en medio de la defensa contraria.

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Con esa concepción de juego, el cuadro de Menotti arriesgaba abriendo espacios en su zona defensiva. Para resolver ese problema tenía al arquero ideal: Ubaldo Matildo Fillol. Sabía jugar fuera de su área y achicar con notable seguridad frente al rival que se cortaba solo ya que en River, su club, se había acostumbrado a hacerlo.

Así, respetando su esencia y revalidando su historia, volvió Argentina al primer plano del fútbol mundial.

Juvenal
Para EL TIEMPO

Fuente de la Noticia

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