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“Bello puerto del mar, mi Buenaventura…”

Un día en Juan XXIII
Foto El Tiempo

Así comienza la letra del currulao Mi Buenaventura, la más bella canción del Pacífico colombiano, compuesta por Petronio Álvarez (1914-1966). En 1958, cuando conocí ese puerto y el océano Pacífico, me di cuenta de que no tenía parecido alguno con el mar Caribe, lo que comprobé luego al recorrer —durante mi trabajo— todo ese litoral del occidente del país. En ese tiempo, esas regiones eran espacios ausentes de violencia.

El caso de Buenaventura es emblemático, al ser el principal puerto del Pacífico colombiano y tal vez del país. Sucesivos gobiernos han tardado décadas en la construcción de una carretera apenas aceptable, una vía férrea sin terminar —Ferrocarril del Pacífico— y, ante todo, sin control efectivo de violencia y bandas criminales surgidas en las últimas décadas, que compiten por el manejo de alijos de sustancias alucinógenas. Incluso, la violencia ha desembocado en el sadismo criminal de las “casas de pique”.

Buenaventura era —y es— una ciudad poco agradable (excepto el currulao de Petronio en su nombre y algunos edificios emblemáticos), desordenada y lluviosa, además de pobre, con barrios improvisados, un mar sin playas y un puerto grande en su extremo insular. Lo único que ha cambiado con el tiempo es su mayor tamaño —cerca de medio millón de habitantes— y sus problemas sociales, que se han multiplicado.

En 2014, en un largo crucero de norte a sur del Pacífico —de Vancouver a Buenos Aires, rodeando el Cabo de Hornos—, con 18 paradas en puertos de casi todos los países del continente en esos litorales, el barco pasó de largo y lejos de las hermosas costas colombianas. Pesaron más el poco atractivo puerto de Buenaventura, el control de barriadas por parte de bandas criminales y la ausencia de alicientes para recibir a más de un millar de turistas en unas costas abandonadas por centurias. En el amplio espectro noticioso del barco, Colombia no fue mencionada.

La acumulación de problemas en el mayor puerto del país hace parte de la eterna incapacidad política del Estado para hacer presencia legítima en casi la mitad del territorio nacional, a pesar de su crecimiento burocrático, incluida la fuerza pública. El litoral Pacífico y su eje, Buenaventura, con grandes riquezas naturales y hermosos paisajes, es quizás el lugar más emblemático del abandono estatal. Allí se suman todos los problemas sociales, sin que los gobiernos se preocupen por analizarlos con el fin de buscarles solución.

Por eso hay que celebrar la pasada gran movilización de protesta en Buenaventura por parte de sus grupos poblacionales: afros, indígenas y mestizos al vaivén de su abandono, estimulada por el obispo de la ciudad, monseñor Rubén Darío Jaramillo, que respondieron de inmediato debido a su ancestral marginamiento social, en todas sus dimensiones, por parte de este Gobierno y los que lo precedieron. Este es un gran ejemplo de lo que se debería hacer para presionar a las autoridades, con el fin de que atiendan los problemas sociales.

Esperamos que este Gobierno, sin un norte definido, recapacite y se oriente hacia los asuntos prioritarios de la sociedad, incluyendo las urgentes necesidades de vacunación provocadas por la pandemia.

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