Ciencia, tecnología y Bolsonaro – Opinión – 23/08/2020

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Parece mentira. La “gestión” de la opinión pública es la clave para él éxito de cualquier político. Dos episodios muestran cómo manejar esa opinión pública es cada vez más difícil en tiempos de internet, redes sociales, y operadores que enturbian toda discusión. 

Y cómo esto es fundamental para el desarrollo de un país.

El primero tiene una connotación personal. Esta semana estuvimos filmando una serie de entrevistas, que pronto se verán en el sitio web de El País. La primera fue con Gonzalo Moratorio, investigador del Pasteur y de la Facultad de Ciencias, que ha estado en el tapete por el tema coronavirus.

En la charla surgió el tema del presupuesto de la UdelaR, así como la inversión en ciencia y tecnología que hace Uruguay, temas en los que Moratorio sostenía que había que ir a más. Este periodista suele ser escéptico hasta el cinismo, y le preguntó con qué argumento pedirle a la sociedad un mayor esfuerzo en esa área. A qué podríamos aspirar siendo realistas en un país como Uruguay.

Sobre todo porque hoy todo el mundo quiere ser Silicon Valley o Israel, y la verdad es muy dudoso que esos modelos se puedan replicar, y menos en la escala de Uruguay. Moratorio fue explícito al explicar las ventajas que tendría el país en ese camino. Y, la verdad, nos convenció. Uruguay está invirtiendo unos US$ 200 millones al año en esto, lo cual es una miseria. Pero ahí surge otro problema, el de la “manta corta”.

Todos (o casi) estamos de acuerdo en que la sociedad no soporta más impuestos. Eso significa que para poder aumentar la inversión en ciencia y tecnología, hay que sacar de otro lado. Y ahí chocamos con la rigidez del gasto público en Uruguay, a la vez que con la prepotencia de sus intermediarios.

Si usted quiere eliminar algún área, reducir el gasto en cierto sector que considera menos importante, no lo va a poder hacer sin tener a Joselo López, Molina y su barra, trancándole el país, y acusándolo de neoliberal y enemigo del pueblo. Si no lo pudo hacer el Frente Amplio en 15 años con plata en la caja, imagínese ahora.

Un dato nomás. Si el Estado uruguayo en estos últimos años hubiera destinado a ciencia y tecnología tan solo lo que perdió en la rama de cemento de Ancap, ya estaríamos invirtiendo más del 1% del PIB que tanto se reclama, y que nunca se cumplió en estos años.

Salvo el presupuesto de Defensa, que ha caído del 7% al 1,7% del PIB desde 1985 (los soldados no tienen gremio), el resto es casi imposible de tocar. Y si el gobierno quisiera ahora, se le armaría un lío de órdago, porque al parecer todo es “gasto social”.

Resumiendo, tenemos una medida que a todas luces sería positiva, pero que todos los incentivos al sector político son de no tomarla, ya que el ruido y el costo serían altísimos. Algo no funciona.

Pero viajemos un poco al norte, a Brasil, ese país que según las noticias en Uruguay está devastado por la pandemia, y por un presidente payaso, al que hasta el notero más junior de la radio menos escuchada del país, se cree con derecho a “botijear”. Y la verdad que episodios como la “alzada” de un señor con altura diferente, dan cierta razón a la subestimación.

Pero resulta que los brasileños parecen tener una visión diferente. Las encuestas de esta semana mostraron que Jair Bolsonaro llegó a su punto más alto de popularidad desde que está en el poder. Y su ministro de Economía, ese ogro neoliberal llamado Paulo Guedes, logró una trascendente victoria en la cámara de Diputados, que le permitirá seguir adelante con su proyecto de reformas de sectores públicos y privatizaciones.

De hecho, más allá del impacto de la pandemia en el país, las reformas ideadas por Guedes, y “bancadas” por Bolsonaro incluso pese a que él mismo tiene una visión menos “liberal”, según todos los entendidos están sentado la base para una expansión sostenida de la economía en los próximos años, corrigiendo desequilibrios, tapando agujeros, eliminando ineficiencias de los gobiernos locales.

Pero… ¿cómo puede ser? Si lo que dicen las agencias de noticias y hasta la prensa local (los amigos de O Globo no lo quieren nada a Jair), es que el país es un desastre. Si todos las estrellas tuiteras no hacen más que hablar del fascismo y burrez del gobierno actual. No hay tantas explicaciones. Una, que lo que hubo antes fue tan, pero tan horrible, que los brasileños por comparación, ven esto como genial. Dos, que más allá del ruido y el entrevero propios de estos tiempos de internet y redes, Bolsonaro ha logrado leer mejor que el resto a la real opinión pública, y está satisfaciendo una demanda de reformas y cambios, sin importarle mucho las amenazas de costo político que le hacen todos los días sindicalistas y analistas en los medios.

Volvamos entonces a Uruguay. ¿Será que todo ese ruido mediático representa a un porcentaje tan alto de la sociedad? ¿Será que si el gobierno buscara encarar reformas de fondo, pagaría un costo imposible en apoyo popular? Con el debate presupuestal arrancando, esa pregunta parece más relevante que nunca.



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