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Columna de Ricardo Ávila: Plata hay, pero mal repartida – Sectores – Economía

Columna de Ricardo Ávila: Plata hay, pero mal repartida - Sectores - Economía


El del viernes en Washington fue un día gris, frío, lluvioso y con viento. En otras épocas, semejante marco habría dado para hablar sobre cómo la naturaleza se encargó de estar a tono con las discusiones sobre la economía global, que tuvieron lugar con ocasión de la asamblea anual conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Pero esta vez, el clima no se convirtió en motivo de conversación, por la sencilla razón de que la cumbre que congrega usualmente a banqueros centrales y ministros de hacienda de 190 países en la capital estadounidense también sucedió en forma virtual. En lugar de los árboles que comienzan a teñir sus hojas de amarillo ante el avance del otoño, lo único que vieron cientos de funcionarios, académicos y analistas fue una pantalla de computador desde sus lugares de origen.

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El mensaje recibido tuvo un tinte sombrío. Este consistió en certificar la magnitud de una crisis que solo es comparable con la gran depresión de hace noventa años y respecto a la cual abundan los interrogantes. Como señaló Gita Gopinath, la consejera económica del FMI, “el camino cuesta arriba probablemente será prolongado, desigual e incierto”.

Certificar la magnitud de una crisis que solo es comparable con la gran depresión de hace noventa años

Es verdad que la entidad es ahora menos pesimista que en junio, pues la contracción proyectada es menor. De acuerdo con los técnicos del organismo, el producto interno bruto mundial caería en 4,4 por ciento este año, cuando hace tres meses se hablaba de un bajón de 5,2 por ciento.

Lamentablemente, una mirada cuidadosa a las cifras confirma que los promedios son engañosos. La mejoría relativa es consecuencia directa de que las naciones más prósperas muestran síntomas de recuperación, al igual que China.

En contraste, casi todos los demás pintan mal, con lo cual es previsible que las diferencias entre regiones ricas y pobres se vuelvan más extremas. Con respecto a América Latina, las expectativas sobre Brasil y México ya no son tan negativas, aunque esta seguirá siendo la región de peor desempeño por cuenta de un descenso del 8,1 por ciento.

Bajo otras circunstancias se podría pensar que la cooperación internacional podría encargarse de cerrar brechas y movilizarse como ocurrió durante la crisis financiera de 2008. Pero esta vez las cosas son a otro precio, sobre todo porque Estados Unidos se negó a considerar las propuestas de reforma orientadas a fortalecer los instrumentos para darles la mano a los que estén en problemas.

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Puesto de forma descarnada, sigue vigente una especie de ‘sálvese quien pueda’, al menos hasta que suceda un cambio de rumbo en la Casa Blanca. Si bien un triunfo de Joe Biden apenas encendería una luz de esperanza, uno de Donald Trump llevaría a que las perspectivas pesimistas se conviertan en realidad.

Aquello que se ve

Para decirlo con franqueza, lo que se observa hasta ahora es que el mundo desarrollado, integrado por 35 países, tiene probabilidades más altas de salir adelante, primero, porque cuenta con más recursos para mitigar los daños que dejaron los confinamientos obligatorios.

De los 12 billones de dólares adicionales que se han gastado o comprometido a lo largo y ancho del planeta para respaldar a empresas, familias o desempleados, la mayoría se concentra en las naciones de ingresos altos.

La razón es que este grupo de Estados consiguió el dinero a punta de más deuda. En cuestión de meses sus obligaciones pasaron de representar el 105 al 125 por ciento de su producto interno.

La razón es que este grupo de Estados consiguió el dinero a punta de más deuda. En cuestión de meses sus obligaciones pasaron de representar el 105 al 125 por ciento de su producto interno, sin que los mercados se mosquearan.

Sobre el papel, la emisión de más bonos en el hemisferio norte debería ser motivo de alarma. En la práctica, los mercados han reaccionado con tranquilidad, pues las tasas de interés son cercanas a cero para los fiscos de las economías más poderosas, y el costo de las nuevas acreencias es manejable.

Para los demás, en cambio, la vara con que son medidos es distinta. Es verdad que el grupo de los emergentes –en el cual se encuentra Colombia– también se ha endeudado, pero en una proporción comparativamente menor y pagando intereses más elevados.

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Semejante disparidad lleva a que el rumbo de unos y otros sea muy distinto. Los países ricos tienen más plata para inyectar, lo cual se traduce en que el consumo se recupera con mayor rapidez y eso impulsa el empleo. Con el correr del calendario, acaba creándose un círculo virtuoso que disminuye el sufrimiento colectivo y permite que el bache logre superarse.

Por el contrario, a los que tienen un músculo más débil les va a tomar mucho más tiempo. Además, aparece la probabilidad de que en algunos casos haya secuelas permanentes que eventualmente se convertirían en un círculo vicioso de bajo crecimiento y poca generación de puestos de trabajo, lo que se traduciría en una demanda frágil.

Romper esa dinámica perversa exige conseguir más plata prestada para impulsar la inversión pública o mantener programas de corte social. El problema es que aquí aparecen las firmas calificadoras de riesgo, que empiezan a encender alarmas sobre la sostenibilidad de las acreencias. No deja de ser irónico que en el caso de los emergentes, la relación entre deuda y PIB sea de 65 por ciento –casi la mitad que en los industrializados– y que el mensaje sea que es mejor no pasarse de ahí.

“En la práctica hay un doble estándar”, señala el exministro José Antonio Ocampo. “A los países desarrollados se les dice que se endeuden todo lo que puedan porque así van a salir al otro lado, mientras que para el resto el mensaje es que hay que tener mucho cuidado con excederse”, agrega el experto.

La amenaza sigue

Tampoco se puede olvidar que la amenaza del coronavirus sigue. Ese es el motivo por el cual la llegada de una segunda ola de contagios para el hemisferio norte es tan inquietante y no solo por sus efectos en lo que atañe a la salud.

En diferentes capitales europeas se busca evitar las cuarentenas generalizadas, así se adopten toques de queda como en Francia o se cierren bares y restaurantes como en Cataluña. A pesar de que algunas comunidades de científicos han vuelto a hablar de la necesidad de regresar a las cuarentenas, los gobernantes prefieren estrategias de contención puntuales o parciales.

Aguantar lo máximo posible tiene relación con el anhelo de que se confirme que una o varias de las vacunas que están en su última fase de pruebas resulten exitosas. Si eso acaba pasando antes de que termine el año, podrían empezar a distribuirse millones de dosis con relativa prontitud.

A los países desarrollados se les dice que se endeuden todo lo que puedan porque así van a salir al otro lado, mientras que para el resto el mensaje es que hay que tener mucho cuidado con excederse

Y aquí también aparece otra inequidad potencial. Es conocido que tanto en América del Norte como en Europa se han adelantado sumas millonarias a las farmacéuticas para asegurar los primeros puestos en la fila cuando llegue el momento de las inoculaciones.

Si bien existen mecanismos para que el remedio se distribuya en todos los continentes, no hay duda de que en los primeros meses, un ciudadano europeo tendrá más probabilidades de recibir la inyección que le aumentará sus defensas frente al covid-19 en comparación con un latinoamericano o un africano.

Y si bien el peligro no desaparecerá del todo, el retorno a la normalidad de antes, sin distanciamiento o tapabocas, se daría con mayor velocidad en aquellos lugares que se acerquen a la inmunidad.

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En caso de que así sea, las diferencias entre naciones avanzadas y emergentes se profundizarían todavía más. Un planeta dividido entre un norte sano y un sur en donde las cifras de contagios y fallecidos sean altas durante más tiempo acabaría incubando otros males.

Basta con señalar que las presiones migratorias acabarían siendo mucho más notorias o que los indicadores de seguridad podrían deteriorarse en aquellos lugares en donde reine la depresión económica. A la larga, eso también afectará al mundo desarrollado, que debería pensar qué es lo que más le conviene en el largo plazo para su propia estabilidad.

Todo un desafío

Ante una perspectiva de mayores turbulencias, sería de esperar que algunos países tomen la iniciativa de fijarse no solo en lo urgente, sino en lo importante. Tristemente esa manera de pensar brilló por su ausencia durante el encuentro virtual de las máximas autoridades económicas esta semana, así los técnicos hicieran las advertencias del caso.

Por ejemplo, Kristalina Georgieva, directora ejecutiva del FMI, habló de la necesidad de un nuevo Bretton Woods, haciendo referencia a la pequeña población estadounidense en la cual se reunieron a finales de la Segunda Guerra los delegados de 44 países para crear una nueva arquitectura financiera. De ahí nacieron el Fondo Monetario y el Banco Mundial, que, con todo y sus defectos, han sido claves en la economía del planeta.

Más allá de plantear propuestas específicas, el mensaje de la economista búlgara tuvo que ver con la necesidad de volver a un esquema de cooperación internacional, fundamental para no solo vencer la pandemia y dejar atrás la recesión económica, sino para desactivar la amenaza del calentamiento global.

Conseguir avances depende del liderazgo y la buena voluntad de los gobernantes de un buen número de naciones. Llegar a consensos no será fácil

Conseguir avances depende del liderazgo y la buena voluntad de los gobernantes de un buen número de naciones. Llegar a consensos no será fácil, sobre todo si el antagonismo entre Washington y Pekín sigue o si Trump permanece en el poder por cuatro años más.

Para nadie es un secreto que el actual mandatario no es amigo de negociar con sus pares a menos que se plieguen a su voluntad, ni mucho menos de aumentar el capital de los bancos de desarrollo. De ahí que las elecciones del 3 de noviembre sean tan importantes no solo para la ciudadanía estadounidense, sino para el mundo en su conjunto.

Tal como lo señaló Georgieva, la disyuntiva presente oscila entre una década perdida y una recuperación rápida.

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Para que la primera tenga lugar solo se necesita dejar las cosas como están, a sabiendas de que una desigualdad más profunda es segura y que eso hará todo más difícil en el mediano y largo plazo.

En cuanto a la segunda, el requisito es la acción colectiva, la cual, aunque retadora, es posible. Así se demostró durante la crisis de hace doce años, cuando el Grupo de los Veinte logró evitar la que habría sido una verdadera debacle financiera.

Por tal motivo resulta fundamental entender que aquí la humanidad está en el mismo barco.

Puede ser que unos pocos ocupen los camarotes de primera clase, pero esos privilegios de nada servirán si la nave se encalla, empieza a hacer agua o si los de abajo se rebelan ante la injusticia.

De ahí que a todos nos convenga que los encargados de tomar las decisiones le pongan manos a la obra.

RICARDO ÁVILA
Analista sénior
Especial para EL TIEMPO

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