En términos de cómo el gobierno reducirá el exceso de oferta, se han propuesto algunos modelos. Por ejemplo, con la reurbanización de las aldeas urbanas, los gobiernos locales pueden comprar casas antiguas a los hogares, que luego pueden utilizar los ingresos en forma de cupones para comprar propiedades más nuevas y más grandes en las cercanías.
Alternativamente, el gobierno central puede establecer una plataforma de adquisiciones nacional para comprar proyectos inacabados a los desarrolladores.
Cualquiera que sea el modelo que finalmente adopte Beijing, dudo que se destine mucha ayuda a los constructores privados. El sector inmobiliario de China ha cambiado fundamentalmente, en el sentido de que las ventas de viviendas usadas serán la norma, como es el caso de los países desarrollados.
La industria ya no necesita cientos de desarrolladores. La mayoría tendrá que liquidar y salir, y los pocos supervivientes probablemente sean en su mayoría empresas estatales, porque tienen mejor acceso a la refinanciación y, por lo tanto, más espacio para navegar a través de la tormenta.
Sin duda, la llegada de fondos estatales para comprar viviendas no deseadas será una buena noticia. Los precios de las viviendas pueden estabilizarse, lo que complacerá a la clase media china. Los constructores de empresas estatales respirarán más tranquilos.
Pero no hay duda: Xi no está rescatando a los promotores privados, cuyo efectivo probablemente se agotará antes de que se produzca una recuperación inmobiliaria sostenida. La mayoría no sobrevivirá.