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Cómo ha vivido el personal médico la pandemia: Columna de Carlos Fransciso Fernández – Salud

Cómo ha vivido el personal médico la pandemia: Columna de Carlos Fransciso Fernández - Salud


Ha sido duro, durísimo, ser médico en tiempos de pandemia. Dirán que exagero, pero es la primera vez, para la mayoría de quienes trabajamos en el sector salud, que tenemos que enfrentarnos a la agresividad desmedida que despliegan las formas graves de la covid-19.

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El temor que genera en todos nosotros es casi tan grande como el deseo permanente, mayúsculo, de encontrar mejores formas de enfrentarla, de arrebatarle a esa enfermedad los pacientes que hemos jurado cuidar más allá de cualquier circunstancia.

No es una tarea sencilla avanzar en los tratamientos como quien camina sobre un terreno minado, y lo es menos cuando el tiempo apremia y ante los ruegos de los pacientes y sus familiares y cercanos, que se pegan a los vidrios de los hospitales a la espera de una frase de alivio, de tranquilidad, de consuelo.

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En medio de esta batalla, que peleamos echando mano de la información que la ciencia va obteniendo sobre el virus y su comportamiento, olvidamos a veces lo expuestos que estamos, y que en cualquier momento podemos ser nosotros los enfermos, los muertos.

En este punto, invariablemente, la promesa de una vacuna o del tratamiento eficaz que tardará meses y hasta años en llegar, carece por completo de importancia.

Cuando se enfrenta uno a los ojos de una persona que ruega “doctor, no me deje morir por favor”, quiere uno que la tragedia se detenga ya, que la gente, que los políticos, que los funcionarios, que los empresarios, que todos entiendan que tomar todas las medidas para evitar los contagios, es innegociable.

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Duele en el alma saber que el nuevo coronavirus arranca de tajo, como con una guadaña, 18 años de vida que una persona hubiera podido disfrutar de más, y estremece entender que en lugar de que datos como estos calen en la conciencia colectiva, caigan en el terreno desértico, estéril de la normalización: se volvió normal convivir con la covid-19, se volvió normal el conteo diario de enfermos y de muertos. Se volvió normal que algunos, muy poco sensibles a la catástrofe que entraña la pérdida de una vida, pongan sus intereses por encima de todo eso.

Solo en Colombia este enemigo invisible y virulento ha arrasado con más de 400 mil años de vida útil que, en términos de productividad y de aporte a la sociedad, nunca se van a recuperar. Eso sin contar con el dolor que causa cada muerte en su entorno, porque a diferencia de muchas otras pérdidas esta llega, como los accidentes, de forma súbita. Este virus niega a los deudos hasta la posibilidad de prepararse para una partida.

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El mundo ajusta un millón de muertos por culpa de una enfermedad que hace nueve meses nadie conocía y que llegó para quedarse, a la par con el desdén con que se mira desde algunas esquinas que aún intentan hacerlo pasar por un mal menor.

¿Mantendrán la misma postura el día que nos ataque un virus peor, mucho más mortífero? Conviene que no, porque si algo han demostrado las pandemias es que la raza humana vive expuesta, muy expuesta, y en buena medida porque poco o nada hace para estar preparada.

Ponernos hoy de manera solidaria al lado de los familiares y cercanos de las víctimas es mandatorio, como reconocimiento a ellos, a todos los fallecidos, es que debemos insistir en la necesidad de no bajar la guardia en la imperiosa aplicación de las medidas conocidas para atenuar la difusión del virus. Por ahora, insisto, es lo único que ha demostrado servir para atajarlo.

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Como médico, como periodista, mantengo el compromiso de ver tras las estadísticas a los seres humanos, las vidas, que perdimos como consecuencia del nuevo coronavirus. Cada uno de ellos es el recordatorio de que ningún esfuerzo es pequeño, en la tarea de contenerlo.

CARLOS FRANCISCO FERNÁNDEZ
EDITOR DE LA UNIDAD DE SALUD
EL TIEMPO

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