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Coronavirus en Colombia: Cuarentena, la vida a cuadros














Por estos días, la cuerda que nos ata al mundo son las videollamadas o las charlas largas por Whatsapp. Hoy, más que nunca, estamos llevando una vida virtual, esta vez con más furia por cuenta de la cuarentena decretada para evitar la propagación del COVID-19.

Aunque aún no hay datos de cuánto ha aumentado el tráfico en internet en Colombia, los datos globales muestran que el uso de servicios como Skype o Zoom han aumentado en un 50 %, según Tech Times. A nueve días del aislamiento obligatorio, los operadores de internet del país ya preparan planes de contingencia para soportar el tráfico de usuarios, que crece a diario. En Colombia, 21,7 millones de personas cuentan con conexión a la red en sus casas, pero 23,8 millones no, según el Ministerio de Tecnologías. Cada vez más nuestra presencia en el mundo está asistida por la tecnología, y gracias a ella somos testigos de un evento de dimensiones globales.

“Al principio solo estoy yo, mi recuadro, mi nombre. Pero, a medida que van ingresando, las celdas y los nombres se multiplican. En este nuevo mundo virtual que habitamos no hay un centro. Ante la ausencia de cámaras, de rostros, lo único que queda es un insondable y oscuro trasfondo en el que parecen perderse los nombres”, escribe Juan Villegas, profesor de literatura de la Pontificia Universidad Bolivariana.

“Tengo una tienda, pues sí sigue viniendo gente. Y eso que pusimos un letrero en la entrada que dice: “Suspendido el servicio de tienda”, como para que no lleguen. “Por favor no siga, estamos en cuarentena, nosotras sí nos cuidamos”. Pero la gente es terca, igual leen y abren el portón y se meten”, cuenta Lucila Liberato, desde su finca en Líbano, Tolima. En definitiva, nos está cambiando la vida, y de qué manera. Hablamos con rectores, deportistas, médicas, funcionarios del Estado, artistas, familiares y amigos para saber cómo se está transformando la manera de relacionarnos con otros en el encierro ahora que somos un rostro en la pantalla. Al menos por ahora.

Laura Calle. Profesora de primaria

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Hace tres semanas que tengo clases virtuales con niños de entre 8 y 10 años de edad, dado que los colegios están cerrados. Los casos siguen aumentando día a día y las medidas de emergencia cada vez se vuelven más estrictas. Para los profesores que están empezando a enfrentarse a estas medidas, es importante que como adultos le brindemos a los niños una sensación de normalidad, y entender que esto es una nueva normalidad para nosotros. Estamos hablando de cierres educativos por meses, así que hay que acostumbrarse.

Mis expectativas con respecto a mis niños siguen siendo muy altas, pero lo que me interesa como profesora es que ellos desarrollen otras habilidades para superar este momento angustioso y desestabilizante para ellos. Y para todos. Si al final de toda esta locura alguno de mis niños no recuerda las tablas de multiplicar pero ha aprendido a trabajar de manera autónoma y a organizar su tiempo de manera responsable, me doy por bien servida.

Esto implica mucha paciencia y afecta tanto a profesores como padres y niños. Como educadores tenemos la responsabilidad no solo se velar por su crecimiento académico sino por su bienestar emocional.

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Al principio solo estoy yo, mi recuadro, mi nombre. Pero, a medida que van ingresando, las celdas y nombres se multiplican. En este nuevo mundo virtual que habitamos no hay un centro. Ante la ausencia de cámaras, de rostros, lo único que queda es un insondable y oscuro trasfondo en el que parecen perderse los nombres. Nuestros nombres.

Del otro lado de los audífonos se escuchan ahora los hermanitos hablando en lenguas. Más atrás, un balón que rebota. Más, más atrás, el sonido de unos platos que, al chocar, nos recuerdan la fragilidad del mundo. En el fondo, como un silencioso dios que con su frenético aleteo de brazos organiza el cosmos, se percibe la presencia de una que otra madre ama de casa.

La soledad de la pantalla parece desconcertarlos. Tal vez por eso tardan un rato en comenzar a hablar, a participar: por eso la filtración de ruidos, por eso el correr del agua en alguna lejana canilla. Por eso la furia de ese taburete que, deleitado, rasga el suelo una y otra vez. Yo también me tardo en comenzar a hablar. Me puede más el voyerismo auditivo, el querer darle rienda suelta a mi tímpano para que siluetee las geometrías de los espacios desde los cuales ellos asisten al encuentro. 

Después concluyo que respirar cerquita al micrófono es ahora la nueva manera de hablar de mis estudiantes, de hacer presencia, de decirle al profe y al mundo que tienen mucho miedo, mucha zozobra. Yo también lo tengo. Y reconocer eso cada que nos reunimos a hablar de poemas, tratados y novelas, es ya una manera de cuidarnos entre sí. Entonces los saludo. Despertamos. Clic. Clic. Clic.

El primero de los “Buenos días”, ligero, limpio, casi que en estacato, se parece mucho —me digo— al inicio del Stella Caeli, aquel canto gregoriano que se cantó en el Monasterio de Santa Clara en Coimbra, Portugal, en medio de la peste de 1317. Tras él brota luego todo un ramaje de voces que se superponen la una a la otra.

Que este archivo, que aquel otro. Versos o párrafos resaltados con amarillo. La diapositiva que no falta. Al vasto, frío y oscuro lienzo del inicio, le respondemos ahora con la blancura del Pedeefe.

Que Mary Shelley esto, que Emanuel Kant aquello, que José Kozer así, que Manuel Zapata Olivella asá. Diégesis. Architexto. Anadiplosis. Quiasmo. Epínome. Hipálage. Enálage. Una palabra remite a otras tres. El contagio es exponencial. Palabras nuevas para un mundo nuevo. Entonces pienso en los que callan e, injusto, los reprendo. Para fortuna de estos siempre estará el mar del chat en el que nadan las frases sueltas, las palabras chuecas.

Charles Baudelaire, poeta andariego, ángel y demonio de los bulevares, calles y avenidas, escribió alguna vez que el estudio de la belleza era un duelo en el que el artista gritaba de terror antes de ser derrotado.Yo digo que la enseñanza virtual de la literatura y la filosofía en tiempos del Covid-19 es un duelo en el que el profe, con diecisiete días sin motilarse y afeitarse, grita de tristeza antes de prender su cámara.

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No les voy a mentir, ha sido retador. Nadie estaba preparado para una contingencia de esta naturaleza que requiere cambios drásticos inmediatos en la vida y en el trabajo. Pero toda crisis trae oportunidades y esta nos ha permitido dar un salto hacia la modernización. Durante más de dos años veníamos trabajando para fortalecer nuestras herramientas informáticas y para apropiarnos de la tecnología como un aliado en la garantía de los derechos humanos y la lucha contra la corrupción. Esta coyuntura nos obligó a saltar al agua y poner en práctica los frutos que la modernización y la tecnología traen para el servicio público.

En mi caso, he sido afortunado de contar con la ayuda de mis dos hijas adolescentes, que nacieron con el chip de la tecnología grabado en sus cabezas y que me han ofrecido su ayuda para aprovechar al máximo las herramientas virtuales. La tecnología me ha permitido poner los pies en los territorios, conectándome con los 32 departamentos simultáneamente y conociendo sus dificultades y éxitos en el manejo de esta crisis.

El manejo de mi tiempo ha sido complicado, como alguien lo dijo jocosamente, desde que empezó la cuarentena no nos alcanza el tiempo para nada: no hay horario, ni fines de semana pues hay que estar conectados 24/7, como una especie de “call center” unipersonal. Quizás, la oportunidad más grande que hemos tenido en este tiempo de cuarentena ha sido la posibilidad de dedicar más tiempo a los nuestros, a quienes siempre les robamos tiempo por las obligaciones laborales. La participación en las tareas diarias de la casa y las reflexiones sobre los retos que le pone el futuro a las nuevas generaciones, nos ha permitido fortalecer nuestro tiempo en familia.

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Ahora que la distancia es una imposición y una medida de seguridad, nos vimos arrojados a la necesidad de remplazar la ausencia corporal y evidente entre amigos, familia o pareja. Las familias que antes eran abiertas y constantes en sus comunicaciones siguieron, tal vez, con su hábito infalible de preguntar y hablar entre todos con sus respectivas claves. Se ha convertido en una nueva forma de tender puentes entre los huecos que ha dejado la nueva situación, se ha llegado a entender conjuntamente el humor como otra forma de unión y cuidado. Las familias se han volcado sobre sí mismas porque entienden que es la forma más segura de verificar la salud de los que más quiere en estas circunstancias.

Por otro lado, aunque la amistad no necesite de la frecuencia que a veces exige la familia y la pareja hay ciertos rituales y espacios a los que estábamos acostumbrados: bares, librerías, bibliotecas, cines o cafés, por ejemplo, también entran en esta amputación repentina. Con los amigos esta virtualidad (ya sea por whatsapp, zoom, skype, e.t.c.) ha significado otro espacio para conservar esos lazos. Con los que uno armaba parche en la calle se comparte esta cuarentena en dimensiones no esperadas porque la calle suponía un movimiento que ahora es anulado. Al no estar creando una geografía del ocio en los lugares que acostumbrábamos creamos también otros entornos afectivos en las conversaciones virtuales para saber de quiénes también están por las mismas, para sentir y escuchar su impacto, para compartir este golpe global.

Por el cuerpo pasa nuestra percepción del otro, nuestro deseo, nuestro cariño y nuestra orfandad; desde el abrazo que le damos al hermano, hasta el apretón de manos con un conocido o el beso en la mejilla con las amigas se han visto afectados y por eso figuramos el afecto –que es también la forma en que otros habitan en mí- de manera que nos sobrepongamos a la necesidad del tacto, a la presencia constante o el volumen que tanto extrañamos de los demás. La virtualidad sin duda alguna va haciendo mella -o no- con el lenguaje que usamos con aquellos que amamos.

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La mayoría de pacientes que atiendo son personas que llevan procesos de dolor crónico. Muchos llegan sin diagnósticos establecidos luego de pasar por muchos médicos. Por eso en mi trabajo los exámenes físicos son tan importantes. El dolor es una experiencia muy subjetiva. Es algo que no podemos medir con precisión. Todos tenemos un umbral de dolor diferente.

Cuando me avisaron que tenía que estar en cuarentena fue muy difícil aceptarlo. Los médicos especialistas en Colombia trabajan por prestación de servicio y si no trabajan no reciben honorarios. Afortunadamente para los pacientes y para los médicos, la empresa rápidamente creó una solución tecnológica, nos instaló en los computadores algunos programas que nos han permitido hacer seguimiento a los pacientes, revisar sus exámenes, ajustar las dosis de sus medicamentos.

Me ha sorprendido mucho la acogida que tuvo en los pacientes la consulta virtual. No se sienten abandonados y ver a los médicos los tranquiliza mucho. La mayoría de ellos son adultos mayores y por lo tanto la población en mayor riesgo por coronavirus. Eso me ha parecido gratificante. Los días han sido intensos y casi no descanso porque además tengo que hacerme cargo de la casa y de mi hijo.

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Yo he dado clases desde 1992. Uno aprende, con el tiempo, a entender que hay unos ritmos en el aula: momentos de atención y momentos de distracción en los cuales las mentes se dispersan y las miradas se pierden. Uno debe, entonces, subir el tono, hacer una pausa o cambiar de tema.

Con las clases virtuales, esa retroalimentación se pierde. Uno habla, pero no puede apreciar la atención de los estudiantes. He tratado de fomentar la participación, de lograr algo de interacción en pantalla y por el chat, pero las dudas permanecen sobre la eficacia de las explicaciones. Esta semana, en la mitad de una clase de dos horas, comencé a ver que varios estudiantes salían de la reunión: seis o siete abandonaron simultáneamente la sesión virtual. Me di cuenta después que era un problema técnico, pero creí transitoriamente que mi etapa de profesor virtual había encontrado un fracaso temprano.

Horas después, entré a una clase de la profesora Sandra Vilardy y me encontré con una disquisición de Carlos Vives sobre la relación entre diversidad cultural y biológica en la región Caribe. Todo matizado con canciones. En algún momento, Caros Vives leyó, en tono inspirado, un poema de Héctor Rojas Herazo: un momento feliz que me reconcilió con la virtualidad y nos trajo a todos en la clase un poco de esperanza en medio de todo esto.

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Vivo con mi mamá, doña Juanita, que tiene 98 años, y aquí estamos, aliviaditas, encerraditas, sin salir ni a la carretera. Hoy ando sembrando unos naranjos para tranquilizar la mente. La vida en el campo no cambia mucho con esto de la cuarentena, igual hay que seguir trabajando, pero gracias a Dios nosotras por lo menos tenemos aquí los huevitos, la frutica, todo. Yo, al principio, estaba muy aferrada a vender el plátano, el café, lo que cultivamos. Y resulta que no, que ahorita lo que toca es estarnos aquí porque esto no marca cosa buena.

Algunos vecinos están asustados, pero otros creen que eso por acá no llega, que es en las ciudades. Les dije yo: “¿qué no llega? No ven que desde que salga la gente contagiada de allá para acá nos traen el virus, y eso se riega”. Yo lo que hago es advertirles que hay que tener es cuidado con las personas que llegan, y a mí me creen, porque como fui la enfermera de la zona por mucho tiempo. Aunque aquí Defensa Civil y Ejército se han hecho a las salidas y entradas de los pueblos para que no llegue gente. Es que el problema sería grave, imagínese, el puesto de salud más cercano queda en Santa Teresa, eso es como a 45 minutos en moto. Y allá solo tienen una balita de oxígeno si acaso para una emergencia.

Yo si les dije a mis hermanos, que también viven en esta vereda, que no bajen por acá si no tienen ninguna necesidad. Que por mirarnos, que por saber cómo estamos… pues nos llamamos. Mis hijos, que están en Bogotá, me llaman mañana y tarde; y con la asociación campesina que tenemos, también nos hemos estado comunicando por teléfono y por WhatsApp para adelantar ahí unos papeles, aunque yo no sé mucho cómo se usa este aparato.

Lo único es que como aquí yo también tengo una tienda, pues sí sigue viniendo gente. Y eso que pusimos un letrero en la entrada que dice: “Suspendido el servicio de tienda”. Pero la gente es terca, igual leen y abren el portón y se meten. El otro día vino don Rosendo, un señor de 78 años, quería que le vendiera un mercadito. Eso sí, yo no lo dejé acercarse más de dos metros. La gente en los pueblos acapara todo y a nosotros los del campo nos dejan sin nada.

A Juanita ya la tengo advertida, cuando estamos solas se está aquí en el comedor sentadita, pero cuando llega gente le digo que se haga la que se va al baño y que se meta a la pieza y cierre la puerta. Y sí, ella me hace caso. 

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Lo más prudente era posponer los Juegos Olímpicos. En la cuarentena los deportistas estamos luchando por perder lo menos que se pueda nuestra forma física, ese es el gran desafío del encierro. Pero hay que aclarar que la brecha entre mantener la forma física y el alto rendimiento es gigante. Ese pico de forma que llevábamos los atletas ya se está perdiendo. Desde la casa, cada uno, con su disciplina, está tratando de reducir esas pérdidas al máximo con apoyo virtual de nuestros entrenadores. Por obvias razones no puedo salir a correr, pero me he apoyado mucho en montar bicicleta en el rodillo para mantenerme. Hay que ser muy disciplinados, uno está a acostumbrando a ejercitarse sin monotonía, a viajar y entrenar en varios lugares, pero cada quien debe ser muy fuerte para entrenarse, así no sepamos con certeza cuándo podremos volver a competir.

Jhonatan Rivas, referente de las pesas en Colombia.

Tenía esa medalla de oro olímpica en la cabeza, era una preparación de cuatro años y es muy triste lo que está pasando. Los deportistas estamos acostumbrados a entrenarnos para una competencia, para una fecha. Son tiempos en los atletas de alto rendimiento deben descubrir y ponerse a pensar cuál es su motivación, qué es lo que los lleva a entrenar y a soñar más allá de los resultados. Cuando la encuentren, por más difícil que sea la situación, lo van a dar todo sin negociar nada. Ahora tenemos los juegos en un año larguito y esperamos tener trece meses de preparación fuertes. Y serán claves, no nos va a ayudar a mantener la forma, pero lo importante es tratar de perderla lo menos que se pueda. En mi disciplina, en que las categorías están divididas por peso, me he tenido que cuidar para mantener el peso. Me he ayudado con nutricionistas para compensar con la comida.

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Antes de las medidas que tomó el gobierno, en este caso la alcaldía de Bogotá, nosotros ya estábamos trabajando en un aplazamiento del festival, lo sentíamos necesario porque el tema de aglomeraciones iba completamente en contra de protegernos.

En medio de las circunstancias, la tecnología también ha jugado un papel clave en toda esta conexión. Aunque tuvimos básicamente que cambiar todos nuestros planes, ya teníamos un semestre de casi 20 conciertos que tuvieron que reagendarse, seguimos intentado acercarnos a la gente. Se nos ocurrió la idea de utilizar el streaming del Estéreo Picnic de 2019, en su décima edición, y presentarlo en una programación especial este fin de semana. El mismo fin de semana en el que se ha celebrado durante once años. Teníamos planeado estar en físico cantando en Briceño un año más, pero nos toca en casa siguiendo los lineamientos de las autoridades y vivirlo esta vez desde el hogar.

 La verdad es que ha sido un golpe muy grande para la industria cultural. Cancelar conciertos implica una pérdida muy grande en recursos que se invirtieron en la antesala de los eventos, el Estéreo Picnic llevaba una semana de montaje y tuvimos que parar abruptamente todo. No sabemos cuánto pueda durar esto, pero creemos que a través de la música y el arte podemos ayudar a las personas que siguen ávidos de música.

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Mientras que de manera física sería imposible visitar varias salas del Museo de Arte Moderno (MoMa) al tiempo, la posibilidad de abrir varias ventanas en el recorrido virtual da esa sensación de infinidad, tan propia de lo virtual, que a veces no podemos manejar y creemos que sí.

El mayor miedo es que nuestro cuerpo se enferme y eso nos ha hecho, de alguna forma, trasladarlo a lo virtual: la pandemia resultó ser una prueba para la existencia digital, nuestro cuerpo desaparece y nos volvemos sólo información. Aunque creo que todo esto ha demostrado que lo digital es muy eficiente, me hace falta la presencia humana.

Creo que el arte podría verse impactado de diferentes formas. Sigue sin ser lo mismo ir a un concierto en vivo que verlo en los 15 centímetros de mi celular. Al final la experiencia material y física no va a desaparecer, aunque por estos días esté clausurada.

*Este artículo fue escrito por Daniela Quintero, Juliana Jaimes, Camila Taborda, Pablo Correa, Thomas Blanco y Helena Calle. Ilustración de Natalia Pedraza.

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2020-04-04T21:00:00-05:00

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– Redacción Vivir*

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