Coronavirus: la odisea de llevar la educación a la selva en época del covid – Gobierno – Política

La comunidad indígena de La Chorrera está ubicada en la mitad de la selva amazónica, en una zona a la que solo se puede llegar en vuelo chárter o tras varios días de viaje por río.

En ese recóndito lugar, donde todavía pueden verse las cicatrices que les dejó el exterminio por cuenta de la explotación cauchera de comienzos del siglo pasado, liderada por la Casa Arana, los nativos se sienten solos para enfrentar el coronavirus.

Sin embargo, aseguran que no se amilanan y que por eso se están alistando para defenderse, como en su momento contra los caucheros.

La Chorrera es un pequeño caserío ubicado a orillas del río Igara Paraná. Allí todavía está, aunque remodelada, la Casa Arana, recordada a través de la novela La vorágine, de José Eustasio Rivera.

Cuenta con luz eléctrica unas cuatro horas del día, proveniente de una planta diésel, y aunque hay una antena para Internet, la señal es precaria.

El profesor Fausto Buinaje es el coordinador académico de la Casa Arana, es el fiscal del cabildo Centro-Chorrera y es uno de los médicos tradicionales del lugar.

Su tarea no es fácil. Está dentro del grupo encargado, con la ayuda de los espíritus, de buscar un remedio contra el coronavirus, pero también de lograr que ante la falta de Internet, la educación les llegue por la selva y los ríos a los estudiantes.

Él es consciente de lo que puede provocar el coronavirus en caso de que les llegue a la selva. “No tenemos hospital, sino un centro de salud; y si bien acaban de enviarnos una médica, la verdad es que no hay medicamentos ni los otros implementos necesarios para enfrentar la pandemia”, aseguró.

En total, el resguardo Predio Putumayo tiene unos 3.000 habitantes distribuidos en 22 comunidades, de las cuales la más grande es La Chorrera, que tiene un poco más de 700 personas.

Por ahora, las autoridades indígenas han tomado sus propias medidas de autoprotección. Tratan de evitar las reuniones y cuando lo hacen buscan estar al menos a dos metros de distancia, pues no hay tapabocas. Tampoco está permitida la llegada de vuelos ni de lanchas, solo cuando se trate de insumos, comida o algo humanitario.

Pero como muy cerca está una base militar, en la que no solo hay movimiento de personal, sino que llegan helicópteros y ocasionalmente aviones, para ellos la amenaza parece evidente.

Es por esta razón que una buena parte de los habitantes del poblado, que en su mayoría viven de la pesca, la caza y la agricultura, decidieron emigrar a la selva, a las pequeñas chagras que tienen. No fue solo para huirle al virus, sino también para asegurar la comida.

Los pocos que están en el caserío, como los 32 profesores, tratan de mantener el aislamiento. “Esto ya parece un pueblo fantasma, no se ve a nadie”, aseguró Fausto.“Nosotros tememos que el coronavirus puede hacer lo que no logró la Casa Arana, porque es una enfermedad que no tiene límites y nosotros parece que no tendríamos cómo defendernos, y menos si no nos llegan medicinas”, dijo.



El poblado está prácticamente deshabitado

Precisamente porque consideran que de llegar el coronavirus a la selva los pueda matar y porque creen que la ayuda oficial no será oportuna es que ellos no dudaron en acudir a su medicina tradicional.

Varias noches a la semana en malocas sagradas, algunos ancianos y los médicos tradicionales se están reuniendo buscando la ayuda de los espíritus a fin de tener un mensaje claro que les permita en medio de la selva encontrar la cura para la enfermedad.

“Ya más o menos tenemos algo definido para el momento en que nos toque enfrentar eso, que sepamos como hacerlo. Ya lo tenemos”, dijo Fausto, que también es médico tradicional.

Y a la pregunta de cuál es la cura guardó silencio y luego dijo: “Son secretos de mi gente que no se pueden divulgar todavía”.

Enseguida fue más allá y advirtió en tono enérgico: “Así como los caucheros no nos pudieron acabar, esto lo vamos a frenar. Yo estoy seguro”.

En la zona de La Chorrera en total hay 742 estudiantes, de primaria y secundaria, entre ellos 76 adultos.

Las clases presenciales fueron suspendidas desde mediados del mes pasado y, por supuesto, cada estudiante partió para su casa en la selva. Están en lugares en los que no llega la señal de celular, ni mucho menos el internet. Escasamente llega la señal de radio, y eso ocasionalmente.



El profesor Fausto Buinaje

De todas maneras, los profesores están tratando de coordinar algún tipo de actividad para enviarles guías, lecturas o tareas a sus estudiantes. Si tienen la posibilidad, envían con alguien algún documento, para que el alumno que lo reciba lo comparta con los demás.

Al hablar de la educación virtual que está promoviendo el Gobierno, se ríe y dice que eso en la selva si es algo virtual, en la medida que no existe.

Y no existe porque, como ya se mencionó, solo tienen luz unas pocas horas al día y porque la capacidad de la red es mínima. Además, en la selva prácticamente nadie tiene computador, y mucho menos wifi.

Por eso, en la tarde del miércoles el profesor Fausto prácticamente se convirtió en el ‘internet de la selva’ para sus estudiantes. Acompañado de otro maestro y un motorista salió por el Igara Paraná a llevarles textos, guías y recomendaciones a los estudiantes.

Él es un ‘internet’ diferente. Va armado de una escopeta (por cualquier eventualidad), 
0 por una red fluvial para ir hasta la comunidad de Lago Grande, a un día, río abajo.

En cajas protegidas con plásticos, pues en la zona llueve mucho, cargaban el botín: libros del programa Todos a Aprender, del Ministerio de Educación. Son textos de matemáticas, sociales, lenguaje y naturales.
Partió con la idea de entregarles ese material a 22 comunidades, para que los jóvenes y niños puedan estudiar. Por eso este profesor tiene la tarea de trasladar la información a la selva de manera directa, justo en la época del covid-19 y cuando en el resto del país lo que se promueve es la educación virtual.

JORGE ENRIQUE MELÉNDEZ 
SUDEDITOR DE POLÍTICA
EL TIEMPO

Fuente de la Noticia

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