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De campesino a astronauta

José Hernández es un mexicano que llegó tan alto como quiso. Y con esfuerzos.

Habrá quienes digan que la idea del “sueño americano” es un cuento cursi. Pero esos no conocen al astronauta José Hernández.

Y con su increíble historia quiero comenzar el 2010.

El sueño americano

Cuando José era un niño acompañaba a sus padres a los campos de cultivo en California y, luego de la cosecha, regresaba con ellos a Michoacán, México. Cada año ocurría lo mismo: 8 meses trabajando en Estados Unidos y 4 en México.

Los padres de José eran indocumentados y él nació en California en uno de sus viajes. Pero a pesar de haber nacido en Estados Unidos, José no aprendió el inglés hasta los 12 años de edad.

“Es difícil dominar el inglés”, me dijo en una entrevista en perfecto español, “si te estás cambiando de escuela a escuela”.
José, al igual que sus tres hermanos, tenía que trabajar en el campo para ayudar a la familia. Pero a los 10 años vio por primera vez en televisión a los astronautas en la luna y el sueño se empezó a tejer. Eso era “magia” para José.
Cuando cumplió 17 años, José estaba trabajando en la cosecha del betabel en California cuando escuchó en su radio de transistores que la NASA acababa de seleccionar al primer astronauta hispano, al costarricense Franklyn Chang Díaz.

Y eso lo cambió todo. “Si él pudo ¿por qué yo no?”

José estudió ciencias, ingeniería y computación pero siempre con el objetivo de viajar al espacio. Y fue así que empezó a armar su sueño.

En once ocasiones trató de convertirse en astronauta y en once ocasiones fue rechazado. Pero a la décimo segunda lo aceptaron. Es decir, el “sueño americano” no le llegó a José. Al contrario, José lo fue a buscar y no descansó hasta alcanzarlo.

Solo en Estados Unidos un campesino, hijo de padres indocumentados, puede llegar a la estación espacial internacional.
Lo curioso de todo esto es que el esfuerzo de décadas de José por ir al espacio culminó con un vuelo de tan solo 8 minutos. Eso es lo que se tardó el pasado 28 de agosto en la nave Discovery en llegar de la tierra al espacio. Ocho minutos.

Así lo recuerda: “Durante el ascenso uno está de espalda, encienden los motores y todo se empieza a estremecer. Entonces despega. Los primeros cuatro minutos es como un viaje a Disneylandia en uno de los pasos. Y luego ya en los últimos cuatro minutos sientes que tienes a un bebé de un año en tu pecho y después ese niño se convierte en un elefante porque sientes mucho la presión en el pecho”.

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