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Diana López Zuleta, autora de Lo que no borró el desierto – Partidos Políticos – Política

Diana López Zuleta, autora de Lo que no borró el desierto - Partidos Políticos - Política


Una semana antes de que lo mataran se sentía una vaharada densa en el pueblo. Dos forasteros se la pasaban jugando en un salón de billar que quedaba en la esquina de la calle diez con carrera novena, a menos de una cuadra de la casa de mi abuela Gala. Eran los sicarios. Uno, de piel clara y pelo lacio y castaño; el otro, moreno, de cabello ondulado. En esa llamada que todavía arece resonar en mi mente, mi padre me dijo que, a la mañana siguiente, sábado 22 de febrero, pasaría a buscarnos para visitar a mi abuela en la clínica. Prometió que luego me llevaría al Vivero, una cadena de almacenes que había abierto hacía pocos meses en Valledupar, y era la sensación del momento. Esas fueron las últimas palabras que escuché de él.

En entrevista con EL TIEMPO, Diana López Zuleta cuenta cómo fue el proceso creativo de Lo que no borró el desierto, un libro que detalla el asesinato de su padre, Luis López Peralta, ordenado por el poderoso Juan Francisco Gómez Cerchar, ‘Kiko’ Gómez.

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…Y lo asesinaron. Mataron a Luis López Peralta, concejal de Barrancas, La Guajira, cuya historia ahora traslada usted a Lo que no borró el desierto. ¿Qué impulso interior la llevó a poner en un libro lo ocurrido con su padre?

Sentía que la historia del asesinato de mi padre y del crimen organizado en el Cesar y La Guajira no se había contado. Y después de la condena surgió la idea de escribir el libro, tenía respaldo judicial; ya teniendo la sentencia condenatoria, tenía la potestad para llamar asesino a ‘Kiko’ Gómez Cerchar.

¿Qué significa para usted la muerte?

Siempre he tenido una obsesión con la muerte; ha sido mi leitmotiv desde que me mataron a mi papá. Yo era parte y testigo de la historia. Se me viene a la mente una frase de Anaïs Nin que puede resumir un poco esto: “Escribimos para probar la vida dos veces, en el momento y en retrospectiva”.

Pero ¿decidió estudiar periodismo para aprender la técnica de narrar y así llevar a un texto lo que le ocurrió?

Estudié periodismo porque sentía que desde este oficio se podía hacer algo, se podía denunciar y ahondar sobre la historia. Nunca pensé en una técnica narrativa, sino en investigar. Sin embargo, debido a la desazón y el dolor por la pérdida, me incliné por la escritura como un modo de comunicar lo que sentía. Siempre pensé en que contaría la historia del asesinato de mi padre.

¿Desde cuándo?

Desde siempre. De hecho, cuando estaba en el colegio lo escribí a manera de cuento, y fue publicado en un libro, y cuando fui a la universidad también intenté hacerlo a manera de crónica. Pero no tenía los elementos ni la investigación.

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Y cuando los fue adquiriendo, ¿cómo fue el proceso creativo? Página tras página, ¿qué sentía?

Cuando ya había terminado la investigación y debía sentarme a escribir, tenía muchísimo miedo porque sabía que iba a desnudar emociones reprimidas de la infancia. Había decantado lo suficiente la historia y había encontrado la distancia con la historia narrada. Sin embargo, sentía la necesidad de adquirir mayores herramientas.

¿Por qué?

Muchas veces como periodistas nos enfocamos solo en los datos o en la investigación, y la literatura nos enseña ese arte de narrar. Así que hice dos talleres de escritura con Carolina Sanín en los que aprendí muchas cosas; por ejemplo, a no juzgar y dejar que el lector fuera quien se apropiara del texto. Durante todo el proceso lloré mucho, pero nunca escribía mientras lloraba.

¿Entonces?

Siempre esperaba calmarme para escribir con mayor precisión, sin la carga adjetivada de aquellas emociones y usando los sustantivos para mostrarlas. Recordaba unos versos de Vicente Huidobro: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema”.

Este país, nuestro país, ha estado siempre azotado por la violencia. Siempre hay alguien que conoce a alguien a quien le arrebataron un ser querido. En su caso, ¿cómo es crecer sin padre?

Desde todo punto de vista, perder a un padre es doloroso siendo niña, incluso si es por muerte natural. Pero duele la impunidad y saber que el asesino es ensalzado por la gente. En mi caso particular sucedió esto, y mi papá fue quedando en el olvido. Es traumatizante ver el modo como se justifica el asesinato de alguien, una realidad que se vive en La Guajira y en el Cesar. Es difícil responder cómo es crecer sin padre sin caer en lugares comunes y adjetivos; no puedo separar el asesinato de mi padre de mi propia identidad, yo soy eso que me pasó, soy los miedos y el coraje para enfrentar al asesino; paradójicamente, esto me ha definido.

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A propósito, ¿quién y cómo era su padre?

Mi papá, Luis López Peralta, era concejal de Barrancas, La Guajira, y aspiraba a la alcaldía. Él estaba denunciando las irregularidades en los contratos del alcalde del pueblo, ‘Kiko’ Gómez. Por aquellos días incendiaron la oficina jurídica de la alcaldía para desaparecer los archivos. Mi papá lo denunció, y pocos días después fue mandado a matar. Lo asesinaron 3 días antes de que cumpliera 40 años. Era trabajador y tenía una innata vocación al servicio, muy dado a la gente.

En pueblos como Barrancas casi siempre se sabe quién es el criminal. ¿Usted cuándo tuvo conciencia de que podía identificar al asesino de su padre?

Pocos meses después del asesinato, todo el pueblo sabía que ‘Kiko’ Gómez lo había mandado asesinar, entre otras razones porque él celebró su muerte como un triunfo. A mí me dijeron que lo habían matado por política, y yo no entendía qué significaba eso. Nunca apresaron a los sicarios, y el fiscal que debió investigar archivó el proceso ese mismo año. Entonces, desde siempre supe quién había sido el asesino, pero tenía que crecer, iniciar una búsqueda interna y armarme de valor.

¿Y qué sentía al comprender que era un hombre poderoso?

Sentía mucho miedo, pero más que miedo a él, temía por la seguridad de mi familia a causa de mis denuncias y de meterme en el proceso. Todo el mundo decía “deja que Dios se encargue”, una frase común en mi tierra que desentraña el miedo y justifica la desidia.

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Y él, ‘Kiko’ Gómez, ¿qué hizo cuando se enteró de su propósito de llevarlo ante la justicia?

La Fiscalía, que investigaba, lo llevó ante la justicia. Yo recibí mensajes en los que me aconsejaban retirarme del caso para no meterme en problemas, y después, cuando empezó el juicio, me amenazaron.

El miedo paraliza…

Sí. Pero yo perdí el miedo y saqué fuerza de donde ni sabía que tenía. El periodista Gonzalo Guillén, que fue uno de los primeros en denunciar públicamente a ‘Kiko’ Gómez, me dijo algo que nunca olvidaré: “El gran poder de los corruptos y los asesinos no está en las ametralladoras ni en el dinero que tienen; el gran poder es el miedo que inspiran. Ellos se encargan de que todo el mundo les tenga terror y con eso viven tranquilos”.

En ese momento, ningún miembro de mi familia sabía que ese sujeto había sido el autor intelectual del asesinato

Para usted, ¿quién es ‘Kiko’ Gómez?

El asesino de mi padre y de más de cien víctimas más.

Juan Francisco Gómez Cerchar, ‘Kiko’ Gómez, llegó a ser gobernador de La Guajira, militaba en Cambio Radical, era como un señor feudal en el departamento. ¿Por qué cree que alcanzó tanto poder?

Porque tenía un ejército de sicarios a su servicio, sembraba el terror en el Caribe y ostentaba el poder en La Guajira. Es decir, el Estado de alguna manera fue cómplice de su poderío; sobornaba a todo el mundo, y los fiscales y jueces le rendían pleitesía. Él usó dineros estatales y aprovechó los poderes locales para mandar a matar gente.

Cuéntenos una cosa, ¿qué fue lo que no borró el desierto?

En el desierto de Atacama de Chile se ocultaban a los desaparecidos. Así que Lo que no borró el desierto es una metáfora sobre el desierto de La Guajira como un lugar donde se esconden muchos crímenes. Es una referencia a la búsqueda de la verdad sobre el asesinato de mi padre, que estuvo oculta durante muchos años.

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En el resto del país hay un imaginario de La Guajira como de postal, casi mágica, pero también es una tierra muy violenta. ¿Cómo pueden convivir dos realidades tan distintas?

Todas las ciudades de Colombia tienen esos contrastes, partes lindas y partes que se tratan de ocultar. Sin embargo, la ubicación geográfica de La Guajira, en zona fronteriza con Venezuela, favorece la migración, el contrabando, el narcotráfico; todo esto facilita el accionar criminal.

Diana, ¿y ahora qué?

Soy una convencida de que se escribe para aprender, así que deseo seguir aprendiendo.

ARMANDO NEIRA
Editor de Política de EL TIEMPO
​@armandoneira

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