Édgar Rentería en entrevista con la Revista BOCAS – Cultura


En 2009, los Gigantes de San Francisco pagaron por sus servicios 18,5 millones de dólares.

En aquellos esos días, el colombiano Édgar Rentería era un veterano con cara de leyenda en las Grandes Ligas: con un juego casi perfecto y un “hit de oro”, había sido el responsable de darle la Serie Mundial a los Marlins de Miami en 1997; ya había pasado por cinco Juegos de Estrellas y ya había bateado más de 2000 hits en las Ligas Mayores. Por todo eso, la afición de los Giants esperaba mucho de él.

Sin embargo, en esa temporada no solo no brilló –que no era su costumbre–, sino que al final del otoño tuvo una importante lesión en el codo derecho. Con esa molestia, Rentería arrancó el año 2010, que no fue otra cosa que una lamentable y absurda seguidilla de traumatismos físicos. De hecho, jugó muy poco. De la lesión del codo pasó a una en el muslo izquierdo; de la lesión del muslo, a otra en los músculos de sus costillas y de la lesión de las costillas, a otra en el aductor derecho. Tenía 35 años y tanto la prensa como los hinchas empezaron a criticarlo: “Estás acabado”, le decían.

Como si tuviera una maldición encima, “El niño” –tal cual como le decían–, no amarraba 4 o 5 juegos seguidos cuando, una vez más, tenía que entregarse a los cuidados médicos. Entonces pensó que era el final de su carrera.

Una tarde en Chicago, en la caja de bateo del estadio Wrigley Field, Bruce Bochy, mánager de Los Gigantes, hizo una reunión con el equipo: “Si ganamos 10 juegos, tenemos el chance de ir a los play off”, les dijo sus muchachos.

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Rentería, que nunca fue de hablar en las reuniones de sus equipos, poco después de que el coach terminara sus palabras, les pidió a los jugadores que se quedaran un momento. Entonces, con la voz rota y no con pocas lágrimas, les soltó una histórica: “Ustedes saben que he tenido muchas lesiones este año y les pido perdón por eso, porque no los he podido ayudar como yo quisiera. Les quiero decir que yo me voy a retirar, pero antes de eso, les quiero pedir un solo un favor: llévenme y llevemos a este equipo a los play off, que yo me encargo de llevarlos a la Serie Mundial”. Sus compañeros se quedaron callados por algunos segundos, luego pasaron a las palabras de aliento y de allí a los aplausos y los vítores.

De ahí en adelante todo fue magia. Rentería empezó a romperla al igual que el equipo y, en efecto, los Gigantes se metieron a los play off de la postemporada. Pero faltaba un obstáculo más: en un partido en Atlanta, contra Los Bravos, en el aventón de un swing, el colombiano se partió el bíceps izquierdo. Pero no dijo nada. Se aguantó el dolor y habló con el médico del equipo para que lo arropara y no lo sacara del equipo. Así, cómplices, partido tras partido, los médicos de San Francisco le fueron haciendo infiltraciones en el brazo. “Me inyectaban antes del juego pero el efecto de la anestesia duraba solo tres horas. Si el partido se alargaba más, ahí empezaba un dolor terrible que solo podía tragarme”. Los Gigantes ganaron la serie, luego vino la otra contra Filadelfia y Rentería, que solo pudo jugar tres juegos, lució como en sus mejores años. Entonces habló con el mánager y le soltó otra frase de colección: “Para la Serie Mundial me toca a mí. Quiero ser titular en toda la Serie”. Bochy le dijo que, justamente, eso era lo que estaba esperando y que necesitaba a un tipo de su experiencia para que los pudiera llevar a la gloria. Y el colombiano respondió: “Estoy listo”.

Lo primero que le dije a mi hermano el día que llegué a las Grandes Ligas fue: ‘Yo no sé lo que voy a hacer, pero de aquí no me bajan más’

Después de 56 años sin conseguir un título de la Serie Mundial, los Gigantes de San Francisco alcanzaron el sueño de tener en su poder el “Clásico de Otoño”. Y Édgar Rentería fue uno de los grandes responsables de la victoria: no solo pegó dos jonrones monumentales, bateó para .412 y produjo seis carreras en los cinco partidos de la Serie, sino que fue nombrado el Jugador Más Valioso (MVP). Mejor, imposible. El veterano respondió con creces y la ciudad celebró a rabiar. Al año siguiente, se retiró del béisbol para siempre.

Édgar Rentería (Barranquilla, Colombia, 7 de agosto de 1975) es de lejos el colombiano que más alto ha brillado en las Grandes Ligas. Tiene una lista de récords difíciles de igualar: ganó dos series mundiales (1997 y 2010); fue el primer suramericano en ganar un MVP en las Grandes Ligas; participó en cinco Juegos de Estrellas (1998, 2000, 2003, 2004 y 2006); fue dos veces Guante de oro (2002 y 2003); fue tres veces Bate de Plata (2000, 2002 y 2003); cerró su carrera con 2.327 “hits” y, junto a leyendas como Joe DiMaggio, Yogi Berra y Lou Gehrig, bateó el “hit” ganador en dos Series Mundiales. Lo que se llama un fuera de serie.

Hice cosas que, creo, van a ser difíciles de igualar, más no imposibles de alcanzar. El granito que yo puse fue poner la varita alta, pero ellos, los que vienen, tienen que saltar eso. Seguramente que vendrán más colombianos que alcancen y superen las cosas que yo hice.

Él tenía 40 y pico. Mi mamá nos crió vendiendo cerdo en la calle, con la ponchera en la cabeza. Una guerrera. Con eso nos levantó a todos ocho. Cuatro varones y cuatro hembras, siendo yo el último, el que recogió todo lo malo y todo lo bueno

Conocido como ‘el niño de Barranquilla’, Édgar Rentería es el colombiano que más lejos ha llegado en las Grandes Ligas.

Tenía 21 años y ahí uno no piensa nada. Yo sabía que iba a la Serie Mundial, pero no sabía lo inmenso que era eso. Ganamos y yo ahí no dimensionaba lo que pasaba. Vine a caer en cuenta 10 años después

Me lo puso un muy amigo mío, pero esta es la hora que todavía no sé por qué. Pero todos mis amigos de infancia me llaman así, “Arracacha”.

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Así es. El que cogía una pelota, la vendía por un dinero bueno. Entonces yo me ponía atrás con otros 20 pelados. Ya te imaginarás lo que pasaba cuando había un foul ball: yo creo que ahí fue donde me hice hábil para robar bases. Las vendía por mil pesos y con eso me alcanzaba para comer una papa rellena con chicha.

Sí, a Edinson no le gustaba que yo jugara fútbol porque decía que con eso me podía lesionar. Él ya estaba en Estados Unidos con la organización de Huston, y cuando iba a Barranquilla me jalaba de nuevo para el béisbol.

Yo fui selección de Atlántico en microfútbol. En esa época, a mis 11 o 12, me vio el entrenador de las inferiores del Junior. Entonces me dijo que por qué no me presentaba en el club, lo cual era mi sueño, porque yo quería jugar de volante de creación en el Junior. Llegó el día en el que tenía que presentarme. Tenía que coger dos buses. Logré conseguir uno de Barrio Abajo hacía el centro y otro a Soledad. Cuando llegué a la parada del bus, nunca encontré la cancha, teniéndola al frente mío. Y nadie me decía dónde era, hasta que empecé a llorar. Un señor me regaló una moneda y así regresé al centro y de allí me fui a pie a mi casa. Entonces dije: “No más, me voy a dedicar al béisbol”.

Creo que Dios no me enseñó ese camino por hacerle el favor al Junior [Risas]

¡Noooo! A mí me sacaban de todo lado. Tres colegios y me sacaron de los tres. Yo tenía un déficit de atención. Llegué hasta cuarto de bachillerato.

Empecé a los cinco años y hasta los ocho te ponen a jugar en todas las posiciones y ahí miran dónde se desarrolla uno mejor. Jugué en todas las posiciones: pitcher, shortstop y center field. Pero que yo recuerde bien, siempre fui shortstop.

Tenía 14. Yo nunca había montado en avión entonces dije: “de aquí no me baja nadie” y me fui para allá peleando con dos muy buenos amigos la posición porque yo era un niño. Y jugué un juego y cogí experiencia. Era el campeonato nacional de ligas y fue en El Salitre. Quedamos subcampeones.

Mi hermano estaba con Houston y me dijo que había tres equipos que me querían contratar: Texas, Miami y Montreal. Le puse dos condiciones, que si firmaba, quería ir directo a Estados Unidos y no a Dominicana; y que nos fuéramos por el equipo que estaba dando más dinero. Obviamente era para comprarle una casa a mi mamá. Firmamos en 1992 con los Marlins y con el primer contrato le compré un apartamentico.

Yo estaba solo. Los primeros días fueron chéveres, pero al mes dije: ‘¡No!, yo me tengo que ir de acá porque, o me vuelvo alcohólico, o me meto al casino’

Los Marlins tenían convenio con el equipo Ponce de León, de Puerto Rico. En 1995 me mandaron con cuatro compañeros más. A mí me hospedaron en el Hotel Hilton, en Ponce. Yo tenía 18 años y estaba jugando super bien. Pero yo terminaba el juego y me tenía que regresar al hotel y allá lo que único que había eran casinos y discotecas. Yo estaba solo. Los primeros días fueron chéveres, pero al mes dije: “¡No!, yo me tengo que ir de acá porque, o me vuelvo alcohólico, o me meto al casino”. La organización me dijo que si me iba me metía en problemas porque al año siguiente yo iba a ser uno de los que iban a ascender. Y lo que yo pensé fue que prefería no ser Grandes Ligas, antes que quedarme allá, porque sentía que todo se estaba poniendo raro. No estaba rumbeando, pero estaba la tentación y empecé a tomarme de a dos o tres cervezas y yo nunca lo hacía. Entonces tomé la decisión de irme a Barranquilla. Por fortuna al año siguiente me ascendieron.

Es que en las Ligas Menores yo era un poco inquieto. Ese día se paró el juego por lluvia y había una regla que decía que mientras se estaba jugando no se podía comer. Entonces yo mandé a comprar dos perros calientes y le dije al ‘pelao’ que me los entregara detrás de los baños. Allá nos vimos y me los comí, cuando de pronto oigo: “¿Dónde está Édgar?”. Me pillaron y me mandaron a la oficina del mánager que, de entrada me dijo: “Sabes que eso no se puede hacer”. Yo pensé que me iba a multar. Entonces me preguntó: “¿Cuánto te costaron los perros?”. Yo le dije que 7 u 8 dólares. Y me dijo: “Bueno, entonces desde mañana vas a tener la oportunidad de comerte 100 perros, si quieres, porque se lesionó el short stop y tú tienes que irte para Miami a jugar con el primer equipo”. Este regaño sí estuvo bacano.

Lo primero que le dije a mi hermano el día que llegué a las Grandes Ligas fue: “Yo no sé lo que voy a hacer, pero de aquí no me bajan más”. Y cuando volvió Abbott, lo pusieron en tercera base y a mí me dajaron de shortstop titular. Él es amigo mío y hace poco le dije: “ese chancecito que me diste me duró 16 años”. Y él se ríe.

Los Dodgers venían de una tradición. Tenían 4 o 5 años poniendo al mejor novato y ese año me tocó pelear con uno de ellos. El caso es que a él lo bajaron al año siguiente, o sea que no era ‘pura sangre’.

Eso viene en uno. Pero yo sí me concentraba más cuando tenía corredor en base. La concentración era diferente a cuando no había nadie. De pronto era porque me gustaba empujar la carrera y porque siempre me gustaba jugar contra los equipos grandes. Ese año había ganado 7 juegos de la misma forma en la temporada, entonces ya tenía la experiencia en poder definir un juego. No fue chiripa.

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Rentería fue un deportista disciplinado y con un talento innato para hacer ‘hits de oro’. Será recordado por haber ganado la Serie Mundial de 1997 con un ‘hit de oro’ en la undécima entrada.

El periodismo colombiano no ha dimensionado todavía lo que hice. Algunos costeños que siguen el béisbol sí saben más o menos. Algún día en Colombia lo van a saber, cuando muera, supongo

Tenía 21 años y ahí uno no piensa nada. Yo sabía que iba a la Serie Mundial, pero no sabía lo inmenso que era eso. Ganamos y yo ahí no dimensionaba lo que pasaba. Vine a caer en cuenta 10 años después porque, la verdad, cuando uno es joven cree que va a ir a la Serie Mundial todos los años.

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Desarmaron el equipo y mandaron a las estrellas y a los veteranos, a los otros equipos. Y yo, con apenas dos años en primera, me convertí en el veterano [Risas].

Ese sí. Estar con todas las estrellas cuando yo apenas era una ‘pelado’, me hacía sentir muy orgulloso. Yo solo miraba a todas esas figuras, pero no les hablaba… Y ellos, por supuesto, ni me miraban. Yo los veía como intocables, como de otro planeta. Pero ese día jugué los últimos cuatro innings e hice una jugada con la mano pelada. Entonces ahí sí me miraron. Creo que eso pagó la entrada a mi primer Juego de Estrellas.

Tonny es italoamericano. Habla español, es abogado y yo le decía que era hasta psicólogo. Él estudiaba todo, le gustaba manejar todo lo que se movía en la cancha y por eso yo decía que él es un genio. Y uno veía los equipos de Larussa y eran como un relojito, todo puntual, todo perfecto. Creo que yo empecé a entender el juego con Saint Louis. Antes yo lo jugaba, pero ahí fue donde empecé a entender lo que eran las Grandes Ligas, cómo se jugaba. La dirección de Tonny era excelente.

Tonny me mandó como capitán del equipo por cuatro años.

Yo tenía la habilidad. En las ligas menores robaba muchas bases. Es que antes al shortstop le exigían buena defensa y robar base, pero no le exigían mucho en la ofensiva. En la época en que yo subí, todo cambió porque además bateábamos. Después del 96, todos los shortstop tenían que batear para llegar a Grandes Ligas.

Sí, porque empujé las 100 carreras y con tan poquitos jonrones. No era usual que dando esos jonrones lograra empujar 100. Es que me gustaba mucho empujar la carrera, veía jugadores en posición y me encantaba, me concentraba más. Fue un año completo, aunque hubo otro año que bateé .332.

Cinco.

Es muy difícil porque hay jugadores muy buenos que juegan muchos años y no logran hacer ni un Juego de Estrella.

El periodismo colombiano no ha dimensionado todavía lo que hice. Es la hora que no lo saben. Algunos costeños que siguen el béisbol sí saben, más o menos. Algún día en Colombia lo van a saber, cuando muera, supongo, cuando empiecen a buscar qué fue lo que hice. Pero de mi boca no saldrá.

Tuve la suerte de jugar con muchos, pero Pujols para mi fue el mejor bateador con el que yo jugué. Aunque tuve a los mejores, como Manny Ramírez y David Ortiz. Lo que pasa es que en el béisbol es muy fácil saber quién es el mejor porque ahí están los números. Y Pujols fue el mejor.

El día que firmé con Boston dije: “¡Ah, la embarré!, debí quedarme en San Luis”. Solo jugué por un año. No sé si fue mental o qué fue lo que pasó, pero yo de una sentí que la embarré. Y me fue mal en defensa, no a la ofensiva. Yo no estaba feliz y eso es muy importante para uno rendir en una temporada. Hay que estar tranquilo, estar feliz.

Excelente. Bateé .332, hice el quinto juego de estrellas, estaba con Chipper Jones, que es de los mejores bateadores con los que jugué. Además, cuando iba a jugar a Atlanta, siempre dije: “Algún día jugaré con este equipo” y más cuando los hinchas hacían el canto como los indios cuando estaba el juego apretado, el susto que le metían los fanáticos.

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La diferencia es en la forma de jugar. En la Liga Nacional sabes que el pitcher batea y cuando el pitcher batea debe haber más jugada, más estrategia. En la americana es ‘bate y bola’, como dice uno, esperar el jonrón, batazo largo y no hay mucha estrategia para ganar un juego. Creo que en la Liga Nacional el pitcheo es mucho mejor y en la Americana la ofensiva es mejor.

Yo no escogí a Detroit. Cuando se hacen los contratos te dan la opción de escoger cinco equipos a los que no quieres ir y yo siempre ponía Detroit porque era una ciudad donde hacía mucho frío y no me parecía una ciudad agradable como para jugar. Y me mandaron para allá, donde armaron un Dream Team: Magglio Ordóñez, Miguel Cabrera, Iván Rodríguez, Plácido Polanco, entre otros… Supuestamente ese año íbamos a ganar 150 juegos porque teníamos el mejor equipo de las Grandes Ligas, pero quedamos de últimos en la división. Ya te imaginas lo loco que es el béisbol. Fuimos como el Real Madrid cuando cogieron a los “Galácticos”, pero no ganamos. Ahí aprendí que en el béisbol no se necesita tanto cacique sino jugadores con ganas.

Esa temporada yo no jugué. Me la pasaba lesionado. Yo caminaba en el estadio y me jalaba algo y ahí venía la lesión. Y todo el mundo me decía que estaba viejo y apenas tenía 35 años. Me lesioné increíblemente. Jugaba dos juegos y me lesionaba. Volvía, jugaba 5 juegos y me lesionaba. Me partí el bíceps izquierdo haciendo un swing.

Yo soy de poco llorar, pero ese día, llorando, les dije a mis compañeros que me pensaba retirar porque había tenido muchas lesiones y que me perdonarán porque no les había podido ayudar con lo que yo sé. Pero que me hicieran solo un favor: que me llevaran a los play off y que yo después me encargaba de que fuéramos a la Serie Mundial. Es una anécdota de la que se acuerdan mucho los jugadores de San Francisco.

Fue muy lindo porque le metí mucho positivismo. Me di cuenta que el equipo se lo merecía porque teníamos el mejor pitcheo de las grandes ligas y yo veía a los ‘pelaos’ que cada noche se fajaban. Teníamos un equipazo. Y me fui metiendo esa idea en la cabeza y ayudando en todo, diciéndole cosas a los compañeros estando en el club house. Hice la labor que tiene todo jugador veterano: dejar el ego a un lado y ayudar a los ‘pelados’. Y encima de eso, jugué muy bien y estuve en los momentos decisivos. Entonces ese título me lo gané bien ganado.

Ya había tomado la decisión, pero firmé con Cincinnati con la condición de que yo jugaba solo la mitad de partidos. Cuando terminé la temporada, me tenía que operar el hombro para poder seguir jugando. Y pasaba el tiempo y no me operaba y no hacía nada. Me llamaron de otro equipo para que jugara con ellos. Yo dije: “listo, denme tres días y si en tres días me pongo un guante, cojo un bate o salgo a trotar para ponerme bien, firmo con ustedes”. Pasaron los 3 días, me llamaron y yo dije: “No juego más”. Y es la hora en que no lo he cogido ni un bate ni un guante.

A hacer clases de kick boxing [Risas]. Y a descansar un año y pico sin hacer nada.

El de 1997 cuando ganamos la Serie Mundial. Ese día di tres hits y todo me salió perfecto.

Tuve muchísimos. Una vez me ponché cuatro veces en un mismo juego. Lo bueno del béisbol es que si te va mal hoy, mañana tienes el chance de la revancha.

Porque yo siempre pensé que para ser coach o mánager mejor seguía jugando. A mí me gustaba, pero no tanto como para serlo.

Sí, ando en ese rollo, pero siempre apostándole a Colombia, buscando lo mejor para mi tierra Barranquilla y el país.

El consejo que siempre le doy a los deportistas es muy sencillo: hay dos caminos, el bueno y el malo. A un lado están los deportistas que escogieron el buen camino y al otro lado están los que escogieron el mal camino. ¿Cuál quiere escoger?

Claro que me impacta que tenga mi nombre. Pero creo que a mis hijas les impacta más. Me siento orgulloso y siempre he dado las gracias por eso, pero mis hijas lo sienten mucho más.

El mejor deportista de la historia de Colombia se llama Antonio Cervantes “Kid Pambelé”. Los demás nos tenemos que dar trompadas entre todos para ver qué hacemos.

El del MVP de la Serie Mundial. Ese es el logro más grande. Lo tengo en mi casa de Miami y lo veo todos los días… [Hace una pausa…] Bueno, porque lo tengo en la sala de la casa.

Apertura de la entrevista de Édgar Rentería en la edición 102 de la Revista BOCAS (dic. 2020 – ene. 2021)

Gracias por leernos.
Queremos invitarle a leer la entrevista BOCAS con J Balvin, el ‘niño e’ Medellín’.

POR: MAURICIO SILVA GUZMÁN
FOTOS: CARLOS LLAMAS
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 102. DICIEMBRE 2020 – ENERO 2021

Fuente de la Noticia

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