EL ABRAZO EN TIEMPO DEL CORONAVIRUS

Eran las 9:03 de la mañana del lunes 30 de marzo cuando recibí la noticia del fallecimiento por complicaciones del Coronavirus de mi compañera de trabajo Lorena Borjas, activista de la comunidad LGBT de Nueva York y conocida como la mamá de las chicas transgéneros. En ese momento no pude más y estallé en llanto. Quería estar al lado de mis colegas y amigos, recibir sus abrazos, el consuelo de ese contacto físico que necesitamos tanto cuando sentimos que todo se derrumba a nuestro alrededor, pero la única compañía que tuvimos fueron voces inentendibles por teléfono porque el llanto no nos dejaba hablar. Cada uno, desde sus casas, estaba cumpliendo con el aislamiento impuesto por la pandemia.

Vivo solo en un apartamento en Brooklyn y el Coronavirus, además de la enfermedad y la muerte, tiene la desgracia del distanciamiento social, de confinarte en cuarentena, de separarte de tus amigos y seres queridos, de recibir noticias en soledad como la de Lorena, sin tener a nadie a tu lado para abrazarse y llorar juntos. De ese tamaño es esta otra desgracia.

Llevaba varias semanas manejando un estrés muy grande que comenzó cuando caí enfermo el 8 de marzo; por esos mismos días empezaron a reportarse casos de contagio y muertes en Nueva York, los cuales aumentaban las cifras a diario de una manera exponencial. Y para abonarle a mi estrés, a la semana de haberme enfermado, me llegaban noticias de colegas y amigos también enfermos, algunos hospitalizados y otros en coma inducido en unidades de cuidados intensivos. Era como una olla a presión que se fue llenando de vapor y que estalló con la noticia de la muerte de Lorena, a quien admiraba y apreciaba por todo el trabajo que hacía en favor de muchas chicas latinas trans que viven en Nueva York . Ese día me quebré, me sentí muy solo y anhelé un abrazo.

Tal vez hubiese sido más fácil si compartiera mi apartamento con alguien, si se nos fuera permitido encontrarnos con amigos, si pudiéramos sentir ese abrazo, esa caricia, esa palmada en la espalda, esa mano en el hombro, pero no, el Coronavirus y su devastación se ha ensañado sobre los seres humanos, no sólo por la muerte, sino porque ha puesto en pausa algo esencial para todos, ese toque humano y social que nos caracteriza.

Ante una tragedia de estas magnitudes, la necesidad de ese abrazo se hace indispensable, pero te encuentras con una barrera que te impide ir a su encuentro. No es lo mismo escuchar una voz por el teléfono o ver a la gente que amas a través de aplicaciones en tus celulares tratando de darte ánimo. De pronto podríamos decir que la tecnología nos ha servido para dar un alivio al aislamiento impuesto por esta pandemia y sí, eso es cierto, pero nunca una llamada por teléfono puede reemplazar a un abrazo.

El abrazo en tiempo del Coronavirus ha tomado otras formas, las de las tecnologías. Este 26 de abril estoy empezando mi octava semana de estar aislado en mi apartamento. En todo este tiempo, he podido reconectarme con amigos que viven en otros países e incluso con amigos que viven en Nueva York. Sí, la tecnología me ha enseñado que debo aprender a abrazar de otra manera, un abrazo sin sentir ese contacto físico del otro, ese abrazo fuerte de ese ser que amas, que te llena de energía y te renueva el alma cuando lo sientes. Ese abrazo está pausado para mí por ahora. Me debo de conformar con la voz de mis amigos y familiares por teléfono; conformarme con el video de ese ser que amo y que está a lo lejos.

Sí, esa tecnología ayuda, pero nunca reemplazará al abrazo que amarra los cuerpos, que aprieta, que ata, porque necesitamos del otro, de su presencia, de este toque físico. Con mis amigos en Nueva York hemos creado un grupo por WhatsApp y nos hemos prometido reunirnos cuando todo esto pase. No me quiero imaginar la fuerza de esos abrazos, porque estoy seguro que a pesar del miedo al contacto físico, prevalecerá ese instinto humano del amor que expresamos a través de un abrazo.