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EL ADIÓS

Diego Ramirez Gomez 11 de septiembre de 1954, 18 de septiembre de 2020

Paredes llenas de afiches de los equipos de fútbol y jugadores, esos afiches que en décadas pasadas venían en los diferentes periódicos. Pero había un cuadro que llamaba la atención, era el afiche del Santa Fe, enmarcado, resaltándose sobre los demás. Esa era tu pasión de adolescente y joven, el fútbol y ser hincha del Santa Fe. Así te recuerdo de niño cuando Mario, tú y yo compartíamos el cuarto más grande en nuestra casa del barrio La Independencia de Buenaventura, lleno de afiches.

Y es que ya de adulto entendí por qué el Santa Fe fue tu equipo del alma. Porque en ese onceno jugaron figuras legendarias del fútbol colombiano nacidas en Buenaventura, esa otra pasión tuya, la ciudad que te vio nacer un 11 de septiembre de 1954, esa ciudad de tu niñez, de tu adolescencia, de tu juventud y de tu adultez. Esa niñez de Balboa, Cristo Rey, pero por sobre todo de Nayita, un barrio donde llegaste de 11 años e hiciste a tus grandes amigos.

Diego Ramírez Gómez. Nunca le pregunté a mi mamá, Rosa Amalia, por qué te puso Diego, ni tampoco a mi papá, Pedro Nel. Tampoco le pregunté a mi mamá por qué te amaba tanto, porque fuiste el niño de sus ojos. Ella no lo decía, pero lo expresaba, se le veía. Por supuesto que nos amaba a todos, pero contigo era una relación única. Nuestra vieja no era de palabras, no era de abrazos, era tímida y muy en su mundo, pero te amaba como la mujer que te parió y te crió. Ahora entiendo tus celos cuando yo nací. Eras el menor de 4 hermanos – Naty, Amparo y Mario – y como decían ellos, “Ernesto te bajó del papayo”.

Mientras yo crecía, te fuiste convirtiendo en mi referente. A pesar de la diferencia de 11 años entre tú y yo, fuiste el hermano que buscaba, con quien quería jugar, o que me leyera del libro de cuentos las historias de Pulgarcito, Caperucita Roja, pero las que más me gustaban era el Pájaro Grifo y Hansel y Gretel. Ese libro de los hermanos Grimm que me encantaba. Recuerdo que yo todavía no sabía leer y amaba cuando leías esas historias por mi. Eran mágicas, era mágica tu lectura.

Pero si el Santa Fe, Buenaventura, Nayita y tus amigos fueron tus pasiones, no por menos dejaste de lado la salsa, esa otra pasión tuya. Te confieso que de niño y adolescente no la apreciaba, pero con el tiempo y la madurez que me dio la vida, aprendí a darle valor a esa salsa de tus pasiones, a esos íconos como Richie Ray y Bobby Cruz, Willie Colón, Rubén Blades o grupos como La Sonora Ponceña. Pero te hago otra confesión. Estando yo en esa transición entre mi niñez y mi pubertad, escuché cuando una vez pusiste a sonar El pio pio de la Sonora Ponceña y me dijiste que le pusiera cuidado a la letra. Te cuento que fue tan divertido, ese pobre hombre que va al campo desde la ciudad y no puede dormir por el ruido de los pollitos, el zum zum de los mosquitos y otros sonidos de animales a la madrugada. Nunca te lo dije, pero esa canción me marcó y cada vez que la escucho te me vienes a la mente, Diego, mi hermano el salsero. Y tu vestir, qué podría decir yo de esos zapatos blancos, tus camisas hawaianas, tus boinas y tus terciaderas. Tu pinta te delataba completamente por el gusto de la salsa, indudablemente.

Recuerdo también cuando yo era adolescente que querías aprender inglés y hasta te querías embarcar, trabajar en un barco mercante y viajar por el mundo. Pero bueno, a veces las cosas no se dan como las pensamos. Y fue gracias al inglés que conociste a una gran mujer, Aura, quien te dio un hijo, David. Te matriculaste en uno de sus cursos que daba a particulares, pero todo terminó en romance. Me llevaste muchas veces a su casa en el barrio El Jorge de Buenaventura y, te confieso, disfrutaba de su televisor a color, porque en casa todavía teníamos el blanco y negro que había comprado papá.

Crecimos, yo también me hice hombre y nuestros caminos tomaron rumbos diferentes. Ambos ya en Cali, tú trabajando en el banco y yo estudiando en la U. Luego te casaste con Ángela y nació Jennifer. Hiciste tu propia historia, pero la vida te tenía pruebas difíciles.  A tus 33 te empezaste a enfermar, desarrollaste ese problema crónico en el colon que marcó tu vida en tus próximos 33 años. No la tuviste fácil con las crisis de tu salud, hospitalizaciones, cirugías, emergencias, pero tú ahí luchando, combatiendo, superando los obstáculos y nunca dejaste de hacer cosas que te gustaban como disfrutar de un buen sancocho de gallina, o unos mariscos de nuestro pacífico, o de viajar por el mundo. No lo recorriste como marinero, pero te diste el gusto de viajar por Europa, me viniste a visitar a Nueva York, fuiste a Cuba, en fin. Hiciste lo que quisiste, a pesar de esos quebrantos de salud con los que tuviste que lidiar la mitad de tu vida.

Por todo esto es que te dije que eras mi héroe, lo siento, no te lo dije, lo escribí muchas veces por Facebook cuando celebraba tu cumpleaños. Mi héroe de mi niñez, de mi adolescencia, mi juventud y de mi adultez. Perdóname que no te haya escrito esto antes para que lo hubieras leído. Perdóname por no hacer juntos ese viaje a San Francisco, la ciudad que siempre quisiste conocer. Perdóname si alguna vez te fallé. Tengo que hacer el duelo, esperar que el dolor se vaya y aprenda a vivir con tu ausencia, a imaginarte en otro plano. Lo que sí te aseguro es que tus recuerdos los llevaré por siempre y te mantendrán vivo en mi mente y mi corazón. Adiós, hermano. Buen viaje hacia ese lugar donde te esperan esos otros seres queridos que también te amaron.   

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