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el Cali tuvo un crack peruano que le quitaba el sueño al Real Madrid

el Cali tuvo un crack peruano que le quitaba el sueño al Real Madrid




Marzo 31, 2020 – 03:19 p. m.
Por:

Redacción de El País

El primer ídolo en la historia profesional del Deportivo Cali medía casi dos metros, era peruano y hacía tantos goles que, a principios de la década de los cincuenta, hizo que el todopoderoso Real Madrid llegara hasta la entonces remota Colombia con el anhelo de ficharlo y hacerlo su principal figura.

Su nombre era Valeriano López. Un acuerpado moreno que hoy en día aparece como titular en los registros de la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol, como uno de los únicos tres jugadores que tienen más goles que partidos jugados. El Inca infló las redes 207 veces en 199 encuentros.

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Las crónicas deportivas de la época cuentan que López (4 de mayo de 1926), conocido como el ‘Tanque de Casma’, en honor a su ciudad de nacimiento, cabeceaba tan fuerte que los hinchas creían que tenía un pie en la frente. Cualquier balón en el aire era también un balón de Valeriano, que arribó con sus goles a Cali para el campeonato de 1949 gracias a la gestión de Carlos Sarmiento Lora, recordado industrial azucarero del Valle que en ese momento era el ‘mecenas’ del equipo verdiblanco.

Junto a Valeriano llegaron además sus compatriotas ‘Vides’ Mosquera y Barbadillo, y también el técnico Adelfo Magallanes, para conformar lo que hoy los libros de historia recuerdan como ‘el Rodillo negro’, una delantera que arrollaba a los rivales con paredes en corto, diagonales, filigranas y una dosis extrema de goles, una fórmula perfecta para competirle al otro gran equipo de la época, Millonarios, que tenía en sus filas a los históricos agentinos Adolfo Pedernera y Alfredo Di Stéfano.

Valeriano López fue la carta perfecta que encontró el Cali para bailar al mismo nivel del Ballet Azul, que parecía no tener rival para esa segunda edición del campeonato profesional colombiano.

El tanque anotó goles en doce partidos consecutivos, y en total hizo 24 tantos en esa temporada, uno de ellos en un histórico triunfo 2-0 del Cali sobre Millonarios, que forzó a los azules a jugar un nuevo partido para definir al gran campeón de ese año.

Al final, los bogotanos, considerados como el mejor equipo del mundo en esa época de finales de los cuarenta, terminaron llevándose la corona, pero con el drama de tener respirando detrás a ese gigante un año más tarde les iba a marcar un triplete en un 6-1 que se convirtió en una de las primeras grandes goleadas a favor en la historia del Cali.

Sin embargo, el goleador intocable en las áreas, dueño absoluto de los caminos del gol con ese cuerpo de héroe, tenía una de las fragilidades humanas más comunes: la adicción al alcohol y a la indisciplina.

Compadre de la noche y del despilfarro, Valeriano ya había tenido problemas en Perú por eludir las concentraciones igual que lo hacía con los zagueros que querían evitar sus goles, y, tal y como ocurría en la cancha, el peruano siempre terminaba festejando.

Cuentan, incluso, que en sus festejos desbordados terminaba fumándose los dólares que ganaba a fuerza de sudor, codazos y patadas.
Luego de 43 goles en 36 partidos, López decidió marcharse del Cali en 1951. Fue en ese momento cuando Santiago Bernabéu, presidente del Real Madrid, decidió tomar un avión hacia la capital vallecaucana para ofrecerle un contrato a la díscola figura peruana. “Jamás había oído hablar de un cabeceador tan extraordinario”, decía el mandamás merengue.

Pero la respuesta de López fue rotunda. Le dijo que no al equipo más poderoso de la historia por un miedo injustificado en estos tiempos de postmodernidad: le parecía que España sonaba a irse muy lejos de su familia.

Entonces a Bernabéu no le quedó de otra que ir por un plan B: Alfredo Di Stéfano, ese futbolista mítico que los haría ganar cinco Copas de Europa.
Mientras tanto, Valeriano regresó a su país para seguir haciendo goles en medio de fiestas en el Sport Boys, el equipo que lo hizo profesional.

El peruano eligió ser mortal en lugar de elevarse como Dios en el olimpo merengue, y por eso su premio, quizá, no fueron los millones que él hubiera convertido en cenizas, sino el cariño de una hinchada como la verde, que empezó a sentirse enorme gracias a esos frentazos que poco a poco fueron cimentando una historia de triunfos.





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