A las 5:30 de la tarde del pasado martes el médico encargado de cuidados intensivos de la Fundación Cardioinfantil llamó a Vicky para darle noticias no muy alentadoras sobre la salud de su esposo. Le dijo que a ‘Jack’ (como le decían) le quedaba muy poco tiempo de vida
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“Doctor, por favor tómele una mano, dígale que lo amo, que me va a hacer mucha falta, que muchas gracias por todo el tiempo que compartió conmigo, que lo voy a extrañar”, fue la despedida que ella le envió a su esposo, con quien había convivido los últimos 30 años de vida.
Por cuenta del coronavirus, y a pesar de que su esposo no tenía esa enfermedad, ella no pudo ir a despedirse de él. Y eso si le ha dolido en el alma.
Tuvo que sentarse en la sala de su apartamento, ubicado en el occidente de Bogotá, a esperar que la llamaran de la clínica a informarle sobre el fatal desenlace. En el centro asistencial ya le habían advertido que no se acercara, porque de todas maneras no la dejarían entrar.
Para Vicky las últimas 72 horas no han sido nada sencillas. Siente como si la vida si hubiera enseñado en contra de ella.
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Pero tal vez lo que no le ha permitido conciliar el sueño con facilidad es que no se pudo despedir de su compañero de toda la vida, como ella hubiera querido.
Su relato comienza en la tarde del lunes cuando su esposo empezó a quejarse de un intenso dolor en el estómago que no lo dejaba moverse.
Llamó al servicio de médico en casa que tenía contratado y en efecto una médica hizo presencia en la vivienda. Tras aplicarle un calmante dijo que era necesario hospitalizarlo.
Sobre las 5:30 de la tarde pidieron la ambulancia, pero el vehículo medicalizado sólo apareció pasadas las ocho de la noche.
A ella se le permitió ir en la ambulancia hasta la clínica, pero en la parte delantera. Cuando llegaron ella debió mantenerse en el carro.
Como lo establece la norma, y como su esposo entró con oxígeno, fue tratado como un paciente covid, es decir con todas las medidas de bioseguridad.
Ella tuvo que conformarse con ver como en una camilla lo ingresaban hacia a una carpa azul. Sólo se despidió con la mirada. Fue la última vez que lo vio.
Tras dar los datos básicos del paciente, de inmediato le pidieron, por su seguridad, que saliera del hospital. Le dijeron que tan pronto supieran algo, un médico le avisaría.
Vicky quedó sola, en la calle, con la mirada perdida en la entrada de la clínica.
Solo media hora después se percató del frío tan intenso que estaba haciendo. Pero ella no se movió.
Pasada una hora decidió hablar con uno de los porteros a quien le pidió ayuda para indagar sobre su esposo. El celador se comprometió a hacerle la gestión pero desapareció, nunca volvió.
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Sobre las 10 de la noche apareció la médica que iba en la ambulacia, le entregó unas pertenencias de su esposo. Le dijo que lo tenían en reanimación.
Ella se quedó esperando que llegara un médico a contarle sobre la salud de su esposo. Luego le pidió la ayuda a otro de los vigilantes quien le dio un número de teléfono para que llamara a urgencias.
Llamó y le contestó una enfermera. Le contó que estaba en la calle esperando a un médico que le diera información de su esposo. Ella le dijo que se fuera para la casa, que no se quedara sola en la calle, que el médico se comunicaría.
Ella hizo caso. Y esa noche, como apenas era obvio, no puedo conciliar el sueño pensando en cuál sería la suerte de su esposo.
El martes a las ocho de la mañana logró comunicarse con la clínica donde le informaron que el paciente había sido sometido a una intervención quirúrgica, que su estado era muy delicado. Lo había afectado una diverticulitis que le había provocado septicemia y que lo demás lo había afectado un paro cardiaco
El mensaje aunque no fue directo fue muy disiente, que la situación del paciente era muy delicada, habría que esperar lo peor.
Recordó que no la dejarian entrar y que no tenia ningún sentido irse a parar en la calle a esperar una llamada. Casi que derrotada solo le quedó encomendar su esposo a Dios.
Sus pensamientos divagaban entre los momentos felices que habían vivido y quizás los errores que hubieran podido haber cometido.
Pasadas las 5 de la tarde del martes recibió la llamada del médico en la que le pronosticó lo peor. Fue cuando ella tuvo que enviarle el mensaje de despedida su esposo. En ese momento desde el fondo de su corazón entendió que no lo volvería a ver con vida.
Unas dos horas más tarde la volvieron a llamar, esta vez para decirle que su esposo se había ido. Le dieron consuelo, le dijeron que no había sufrido, que estaba sedado y que fue como si se hubiera apagado lentamente.
En ese momento ella se sintió devastada, se sintió más sola que nunca, sintió el inmenso dolor no sólo de la pérdida de su esposo si no de no haberse podido despedir de él. De no haberle podido dar un último beso.
Desde la clínica le dijeron que más tarde la llamarían para darle todos los protocolos sobre el retiro del cuerpo y todo lo que debería hacer.
Pero eso no pasó sino hasta la madrugada, cuando le dijeron que porque no se había acercado hacer los trámites para retirar el cuerpo. Ella respondió que de la clínica habían quedado de avisarle.
Con el dolor en el alma y en la espalda por no haber podido dormir comió algo de desayuno, que preparó de afán y que no le supo a nada.
Pidió un taxi y salió para la clínica confiada en que todo terminaría pronto.
Yo siento que nunca me dieron una información clara ni de lo que estaba pasando ni de lo que debía hacer
Pagó un poco más de 1 millón de pesos de un copago exigido, le dieron el paz y salvo y la orden de salida.
Y aunque la tarde anterior había estado en contacto con la funeraria Capillas de la Fe, con la que tiene un contrato exequial, de nuevo el coronavirus se hizo presente.
Aunque esperaba que todos los trámites fueran muy rápidos tras conseguir el paz y salvo de la clínica, el carro fúnebre solo apareció sobre la una de la tarde, pues debido a covid-19 hay que esperar una autorización de la Secretaría de Salud del Distrito.
Fueron más de 5 horas otra vez en la calle, esperando, escuchando el ruido de las sirenas y viendo como la gente se ha tomado las calles. Motociclistas en contravía sin ningún pudor y mensajeros en bicicleta con el tapabocas en el cuello.
Se firmaron los documentos para la entrega del cuerpo y al conductor de la carroza un traje para vestir al muerto. Por fin creyó que esa parte había terminado.
Le dijeron que como no había muerto por coronavirus, podría organizarse una velación, a la que solo podrian estar adentro unas cinco personas. Lo mismo un breve ceremonia religiosa. Ella pidió la cremación.
Entonces hubo que ir hasta la funeraria a firmar nuevos papeles, a escoger el cofre…
Finalmente, sobre las 5 de la tarde, ella descansó, al menos de los trámites.
Este jueves es la cremación y mañana deben entregar las cenizas.
Tal vez mañana ella pueda sentir de nuevo a su esposo, tal vez se despida, y tal vez tratará de recordar los mejores momentos que pasaron juntos, y recordará que fue por culpa del coronavirus que no pudo estar al lado de su esposo cuando este murió. Y que tampoco hubo velación ni que sus parientes, que vivien fuera de bogotá, pudieron venir.
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