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El mito de la redistribución de la riqueza | Finanzas | Economía

por Redacción BL
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Existen diferentes formas de enfrentar el problema endémico de la desigualdad, una de las más generalizadas y por definición menos eficaces, es lo que conocemos como redistribución de la riqueza.

En definitiva, se trata de un mecanismo propuesto en coro por ciertos sectores de la sociedad actual, que desde un punto de vista histórico, lleva décadas de implementación sin generar resultados concretos, mientras, por el contrario, ha profundizado los niveles de pobreza de toda economía que ha intentado ponerla en práctica de forma ortodoxa.

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Semejante conclusión tiene mucho sentido en la medida en que la redistribución, no cambia realmente los elementos estructurales que conducen a la creación diferenciada de valor, causante de brechas sistémicas en la obtención de ingresos y la creación de riqueza. 

Dicho lo anterior, vale la pena analizar, cuidadosamente, algunos de los cuestionamientos esenciales de la redistribución, para seguir esclareciendo las razones por las cuales, los países latinoamericanos que la han implementado no han mejorado sus niveles de desarrollo. 

Lo primero, es que para poder hacer una redistribución exitosa, debe existir suficiente riqueza como para transferirla a las poblaciones menos favorecidas y por esta vía, convertir a todos los individuos de una sociedad, en integrantes de una clase media rica. 

En contraste, las sociedades latinoamericanas son en general pobres, conformadas regularmente por una clase media pequeña y vulnerable, una clase alta diminuta, mientras las clases bajas son la mayoría de la población, por lo tanto, redistribuir al interior de ellas supone destruir la clase media, pues los recursos de la clase alta proporcionalmente jamás serán suficientes para mejorar las condiciones de las clases bajas, en este sentido, lo que se puede observar luego de la redistribución es una equiparación por lo bajo y no por lo alto, fuga hacia otras latitudes de las grandes riquezas y una presión impositiva expropiante sobre las clases medias. 

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En adición a esta simple aritmética, los segundo, es que una redistribución efectiva, parte del hecho de que el aparato estatal al que se le trasladan los recursos, es eficaz a la hora de transferirlos de los sectores altos a los bajos, sin embargo, los países latinoamericanos no tienen semejante posibilidad.

De hecho, sus organizaciones públicas en general son ineficientes, están cooptadas por la corrupción y la burocracia, por lo tanto, buena parte de esos recursos escasos se pierden financiando semejante organización o terminan en bolsillos de personas deshonestas. 

Además, para que la redistribución funcione realmente, debe garantizar la corrección eficaz de los problemas estructurales que condujeron a profundizar la desigualdad, es decir, debe asegurar que los escasos recursos que se le quitan a una parte de la población, se centren en construir capacidades que le permitan a la porción de menores ingresos, empezar a generar riqueza en proporciones siquiera parecidas a las de la población más rica.

No obstante lo anterior, lo que se puede observar en los países latinoamericanos, es que los recursos que se quitan esencialmente a la clase media, le son transferidos a las clases menos favorecidas a través de mecanismos que no tienen ningún efecto sobre el mejoramiento de su capacidad para generar ingresos, como subsidios a los servicios públicos y entrega de salarios, entre otros.

Es claro que, aspectos duros como el mejoramiento drástico de la calidad de la educación básica y media, la materialización de la cobertura universal en la educación superior, el incentivo a la investigación y desarrollo con alto potencial para generar valor, el mejoramiento drástico de la infraestructura de soporte para la creación de valor y la inversión para construir un entorno que facilite la generación sostenible de ingresos; son aspectos que se han dejado de lado. 

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De otra parte, una redistribución como la planteada, reduce los incentivos para la creación de valor, la pregunta obvia que los individuos empiezan a hacerse, es por qué deberían crear más valor del mínimo posible, si semejante esfuerzo no supondrá, en realidad, mejora alguna en las condiciones de vida de quien lo genera.

En este sentido, lo que hemos visto en los países que han implementado estos mecanismos de forma muy decidida, es que las personas al interior del país dejan de idear, emprender e incluso formarse; de hecho, usualmente tiene lugar una sistemática fuga de capital humano, lo que se observa es que las ideas e iniciativas son llevadas a otros contextos en donde sean mejor valorados tales procesos de creación de nuevo valor.

Otro resultado palpable en aquellos países en los que se han implementado procesos estrictos de redistribución, es el evidente conflicto de intereses entre la clase media y las clases menos favorecidas.

La primera siente que está siendo despojada de una dignidad frágil, que ha ganado a pulso enfrentándose a un entorno hostil, percibe que le están quitando paulatinamente conquistas que suponían apenas condiciones dignas que los países en vías de desarrollo escasamente ofrecen; mientras la segunda, promovida por aquellos que buscan afanosamente votos, siente que es su derecho despojar a los demás de lo que califican como privilegios, sin darse cuenta que se trata en realidad de condiciones elementales que cualquier sociedad justa debería garantizar para todos y cada uno de sus integrantes. 

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Semejante situación exacerbada por las ideologías, termina por generar enfrentamientos estructurales al interior de la sociedad, renovando puntos de vista que estuvieron vigentes en la revolución industrial, cuando la clase media prácticamente no existía y solo se configuraba un proletariado explotado y una aristocracia explotadora, es decir, se posiciona una lucha de clases salida enteramente de contexto histórico, ahora entre la clase media, media baja y la clase baja.

Indudablemente, las sociedades rotas, que giran en torno a odios internos tan arraigados, se paralizan, pues son incapaces de llegar a consensos que les permitan evolucionar.

Empeorando la situación, los países que deciden hacer una implementación estricta de la dinámica de redistribución, terminan siendo cuestionados por el resto del mundo, precisamente porque semejantes decisiones no mejoran, sino más bien, empeoran la situación de sus nacionales, por lo tanto, al ser sometidos al escarnio internacional, se vuelven autocráticos, antidemocráticos, absolutistas, dogmáticos, cuestionan la riqueza en vez de condenar la pobreza y rompen su relación armónica con el sistema económico mundial, lo cual rápidamente deteriora de manera profunda su ya reducida capacidad para generar ingresos y riqueza.

Luego de todo esté análisis ácido, vale la pena aprender una valiosa lección: los países desarrollados con mayores niveles de bienestar, son aquellos que han logrado llevar a la mayoría de la población a convertirse en una clase media rica, es decir, son los que han tomado las decisiones correctas para igualar por lo alto, por lo tanto, vale la pena aprender de semejantes casos.

ARMANDO ARDILA
Socio Fundador Teknidata Consultores /Profesor de Estrategia.

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