Redacción
Pensar en el pasado y en el futuro se ha vuelto una actividad perniciosa en la precoz vida del único animal racional. ¿Qué haré cuando llegue a la casa? ¿Qué comeré? ¿Qué haré el día de mañana?… son infinitas las incógnitas que nos hacemos a diario, en cada momento, tratando de pronosticar cada acto o paso a continuación, viviendo en una excitante carrera contra reloj. La extenuante jornada diaria, hace que no contemplemos algunas cosas que se ven tan simples, pero a la vez muy transcendentales. Por ejemplo, sin necesidad de hacer una encuesta, es notorio el repudio que sienten las personas (me incluyo) a la simple actividad esponjosa de lavar un trozo de cerámica moldeada. Pero más allá de la esponja (que más bien parece la bandera de Buenaventura hecha con melanina) y del jabón, se esconde todo un enigma psicoanalítico.
Ese momento cuando estamos en la intimidad con el utensilio, lustrando las caras internas y externas de las vajillas, ese santiamén a solas acompañado con el sonido del silencio, recrea en nosotros los sucesos de gran trascendencia durante el día; ahí en ese preciso instante en donde estamos en el universo de nuestra mente, nos damos cuenta que hemos hecho una pausa a nuestro programador, estamos viviendo el hoy. Ahí encontramos inconscientemente el efecto de la esponja. El desosiego que causa pararse en ese espacio amplio de la casa donde se realizan las actividades culinarias y la calma que se genera en el transcurso de este proceso. Estas dualidades juegan un papel importante en el ser humano del presente, semejante a una maquina programada.
Para usted querido lector, que afortunadamente puede leer el primogénito de mis producciones, le recuerdo que pensar en el ¿Qué haré? es un cáncer emocional. Viva el hoy y disfrute de las cosas escuetas de la vida, sin llevar una carrera diaria que el único trofeo esperado al finalizar es el arrepentimiento.
