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El rey del sapo – Noticiero 90 Minutos

por Redacción BL
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Grillito lector

Crédito de foto: Especial para 90minutos.co

Sí, lo aceptó. Me la vi. Completica. Todita. Dos horas de perdida esperanza, porque desde el primer minuto uno sabe cómo va a terminar. ¡Qué digo primer minuto, basta el título para tragarse semejante sapo y presentir el final de la cinta! Advierto eso sí que me bajado hectolitros de bebidas espirituosas con las canciones de Luis Alberto Posada. Con Mi pasión recordarás, Me cambiaste por nada, Cuéntale a él, Este maldito amor, Mi tristeza, Me salió maestra, Me tomas me dejas, Sin rencor, Corazón de palo, Basta con licor y un etcétera que no menciono porque hoy juega la selección; y que incluye El precio de tu error, única canción completa en El rey del sapo y tal vez la mejor puesta en escena, sin hacer nada novedoso. Es una de las películas más vistas en Colombia a través de Netflix y, cómo si lo anterior fuera poco, un éxito como webserie donde las escenas sumadas al material sobrante (spin-off) se convierten en mini capítulos en las redes. ¡Plop!

Lo mínimo que uno espera de estas películas es que la banda sonora sea buena. Pero tampoco. Tras la exitosa huella del patrón -don Vicente Fernández-, con una canción hacen la película y le enciman al público otros dos o tres temas para entretenerlo. Aquí le hicieron canción a la película y reforzaron el mísero argumento con otra reconocida cantinela. Obvio, no son filmes para poner a pensar a nadie. Son flechazos a la cultura popular y a la caja registradora. ¡Clinc! Se estrenó en agosto de 2019 sin mayor aspaviento, pero ahora es fenómeno en la plataforma que en Colombia paga uno y disfrutan 10. Y el pueblo está feliz viendo al ídolo que ha escuchado por décadas. En una escena en el camión, la hija de ‘Cartaguito’ (Luis Alberto Posada) pone un disco compacto para escucharlo y en una evidente intención de remix o potpurrí, dejan rodar fragmentos de los más reconocidos éxitos del artista, mientras la joven critica la forma de cantar del padre que apenas está conociendo. Es un chofer vaciado, pero graba canciones. ¡Oh ficción!

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El guion es de lo más elemental y sencillo. Una telenovelita mexicana de esas lacrimógenas e hiperpredecibles. Sensiblera y básica. El recorrido del héroe, un camionero pobre pero honrado al que todos quieren por bonachón. Un viaje al Cañón del Garrapatas, lugar al que nunca llegan. Rinden homenaje a la canción Bohemio de afición de Los rayos de México, pues el protagonista regala sus camisas a la menor provocación. Y al Valle del Cauca, con un dron exagerado. El llamado a la aventura, lo hace su hija May (Laura Gabrielle) para ayudar a su mamá Amparo (Viña Machado) metida en líos en los Estados Unidos. La mujer que abandonó a ‘Cartaguito’ (homenaje al lugar de nacimiento del cantante) cuando la niña apenas tenía dos años. Y el rechazo del hombre dolido, quince años después, que termina por ceder. Los umbrales, todos los pueblos que debe atravesar. Las pruebas, una varada, una pelea, un desafío, etc. Los enemigos, el más enconado ‘Ojo de águila’, una caricatura interpretada por otro cantante, Martín Hortua. La reconciliación. Y claro, el regreso triunfal y el final feliz. ¡Ni más faltaba!

De las actuaciones sería mejor no hablar, pero toca. Están a la altura de una cosa ochentera pésima que se llamó Musidramas, que tomaba las canciones como argumento para replicarlas con imágenes. Nada más. Una cuestión tan básica como los videoclips de la música popular cuyos elementos primordiales son: una finca, carros de alta gama, caballos de paso, licor a raudales y una mujer voluptuosa medio encuerada. Los cantantes son artistas, tienen por supuesto una sensibilidad especial, graban videos para sus canciones, pero de ahí a que actúen hay un abismo. Luis Alberto Posada lo intenta y, por momentos, lo logra, se percibe natural. Son instantes breves. Cuando canta, sobre todo. De resto, se nota impostado, falso, repetitivo y recitando cada que puede una retahíla de culebrero que está bien para animar los conciertos, pero no como leitmotiv de un guion cinematográfico. Digamos que la mayoría son actores de los llamados “naturales” y eso disculpa la calidad, pero la ausencia de naturalidad es un sello de la película. ¡Corten!

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Las vecinas de la fritanga y de la tienda se repitieron de un solo jalón la película. Cuatro horas de sedación mojando el paladar con unas frías. El gota a gota se la bebió a sorbos largos. Los del taller amplificaron el sonido. El lavaperros en éxtasis disparó una ráfaga. El señor de los aguacates se la quiere ver, pero no tiene Netflix. La señora de las salchipapas las dejó quemar por estar parándole bolas a los comentarios de la cinta hechos por la señora de las arepas (más acertados que los míos). La chancera se la vio en cine con el vigilante. A mi mamá se le encharcó varias veces la pupila y al final sentenció con el viejo y contundente argumento: “Así, tal cual, es la vida real”. Y una de mis hermanas afirmó con la tranquilidad que la caracteriza: “Pues es mejor que la mayoría de las películas colombianas que me he visto”. De modo pues que el equivocado sin duda soy yo, que hasta los tuétanos está inmerso en la cultura popular, sus prácticas, imaginarios y representaciones; y hace análisis pseudointelectualoides de una película que le fascina a la mayoría de los connacionales y la tilda de mala. ¡Mucho sapo!

Adenda: En un día se acabó Semana. Algo de dignidad en la desbandada. Adioses políticamente correctos. Los Gilinski arrasaron. Y los Caballero, arrodillados ante el poderoso don dinero. Vicky a la cabeza, prueba de la bajeza. Años de semanario, al sanitario. Pero no se justifica tanta alharaca. No murió el estandarte del periodismo nacional con la desbandada de renuncias en la revista Semana. Solo cambio de dueños el negocio y a los trabajadores que les quedaba algo de dignidad y mucho dinero, pues renunciaron. De ahí las despedidas políticamente correctas de los que ahora se muestran o son tildados como héroes del oficio o la profesión. Acabaron con lo poco les quedaba del semanario serio nacido en una vieja casona. Y con Vicky a la cabeza, seguirá haciendo ese periodismo extorsivo donde lo importante es el dinero y no la información o el público. Lo han hecho siempre. No es la muerte, son solo negocios. La vaina venía mal hace años. Zoociedad ya le decía Semala y hubo una revista de Karl Troller y Eduardo Arias que se llamó Semama. ¡Cuánta razón tuvo siempre el maestro polaco Ryszard Kapuściński!: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”.


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