El viche: esa bebida rebelde y artesanal

Foto El espectador / Nelson Sierra

La conservación de esta bebida ancestral se ha convertido en una lucha constante para las comunidades del Pacífico. En la actualidad, se trata de una fuente de trabajo y siempre ha representado un sello cultural de la región.

Todos los días sin falta, Lucía Solís se trepaba hasta el soberao de su casa, un pequeño ático que tenía la casa de madera en la que vivía con su familia en el barrio Lleras de Buenaventura. Allí detrás de las cajas, el polvo y los recuerdos que suelen arrumarse en esos lugares, la Lucía de 7 años espiaba durante horas a su tía. El hambre, el sueño y hasta el calor que se producía en el diminuto desván, pasaban a segundo plano. En ese momento lo único que importaba era aprender lo que más se pudiera, memorizar paso a paso los ingredientes de aquella receta oculta y, a lo mejor, mágica. Una fórmula prohibida o lo suficientemente especial como para ser preparada a escondidas: el viche.

“Un día, después de haberla espiado por horas, y cuando ya no había sospechas de que me descubrieran, mi tía apareció y me agarró del brazo. Yo me asusté porque pensé que me iba a pegar, pero ella me tomó de los hombros y me dijo: ‘no, no le voy a pegar. Voy a contarle una historia y voy a regalarle un libro que tiene más de 300 años’”. Ese día Lucía recibió de manos de su tía, la maestra del viche, un viejo escrito de historias africanas, de plantas medicinales y de bebidas ancestrales. (Puede leer: Así va la lucha por el reconocimiento colectivo de las bebidas viche y arrechón)

“No todos en la familia nacen para hacer viche, esta es una bebida espiritual y hay que tener un corazón puro para poder prepararlo. En mi caso, el viche me escogió”, dice Lucía Solís a sus 60 años, quien desde hace tiempo vende en las ciudades de Cali, Bogotá, Medellín y Chocó su producto.

El viche es una bebida ancestral y cada familia tiene su forma de prepararlo. Hasta hoy no hay ninguna marca registrada de la industria licorera que lo comercialice. Sin embargo, todos mantienen la misma base para realizarlo: un destilado de guarapo de cinco tipos de caña.

La botella de viche acompaña a la comunidad en todo momento: ve a los niños nacer, bautizarse, crecer y graduarse. Está allí en la pérdida, en el dolor y en la muerte. Su elaboración se convierte en un proceso sagrado y su efecto en las personas llega a ser hasta medicinal.

“Todas las plantas que se utilizan para elaborar el viche son pacíficas y no generan actitudes agresivas en las personas que lo toman”, cuenta Lucía Solís, quien también recuerda cómo se sentaba durante horas a ver las plantas que había en su jardín.

“Yo me aprendí todos los nombres, cómo prepararlas y para qué servía cada una”. Y como si estuviera contando la historia de alguna cultura oriental, relata con algo de soberbia que incluso debía vendarse los ojos y sentarse sobre una hoja de bijao a ver el despertar de la naturaleza, “aprendí a conocer las plantas a ciegas, su aroma, su dulzura y su paz”.

La lucha del viche por sobrevivir

“El viche con todo lo que lo persiguieron siempre sobrevivió. De hecho, en la época de los 70, cuando yo estaba muchacho, era estigmatizado como se persigue ahora la coca. Siempre he dicho que así como el negro fue rebelde para no dejarse esclavizar, el viche ha sido rebelde para defenderse de la industria. Esta bebida ancestral le ha ganado la batalla al sistema, por eso sé que el viche es sinónimo de resistencia”, esas son las palabras de Onésimo González Biojó, quien con 60 años se ha convertido en uno de los referentes más importantes de esta bebida a nivel nacional.

Y aunque la lucha por sobrevivir ha implicado, en muchos casos, perder visibilidad pues no ha sido entregada a ninguna industria que monopolice su distribución, es innegable que hasta el día de hoy es una fuente inagotable de empleo para las comunidades afrocolombianas, que han hecho de la elaboración de esta bebida su vida, “el viche para mí es todo. Fueron los ingresos para que yo estudiara y con esos mismos estudiaron mis hijos”, agrega Onésimo, quien distribuye viche en varias ciudades del país, incluyendo a Bogotá.

Para preservar el sello cultural de esta bebida ancestral, la comunidad se ha organizado con iniciativas como la de Destila Patrimonio y proyectos del Ministerio de Cultura como el Primer Encuentro Internacional de Bebidas Ancestrales y Artesanales del Pacífico realizado en septiembre en Cali. Encuentro en el que se reunieron los productores mayoritarios de viche en la región a recordar su historia, sus orígenes y a buscar soluciones para no perder su patrimonio. En medio de diferentes ponencias y observaciones de expertos, Dimar Orejuela, productor de esta bebida, afirmó con seguridad que: “El viche se va a terminar el día que el último negro deje de existir”.

El Espectador

  • La periodista viajó a Cali por invitación del Ministerio de Cultura.

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