y, como en otros países, e incluso en otras epidemias, es más fuerte que la primera ola. Resultado de múltiples factores.
Lo primero es el cuidado individual. Muchos han fallado en la protección de sí mismos y de sus familias o comunidades para evitar el contagio. Un tema que va más allá de la llamada indisciplina social.
“El concepto de disciplina social creo que ha perdido efectividad porque estamos resaltando demasiado a las personas que incumplen, que son minoría.
Y no resaltando a la gran mayoría que ha adoptado estos comportamientos en la vida cotidiana”, explica Tatiana Andia, profesora de Sociología de la Universidad de los Andes.
Frente al comportamiento de la gente, más que señalamientos o folletos, se necesitan intervenciones sostenidas y adaptadas a cada comunidad.
“Si seguimos con la lógica de que todo el mundo tiene que cumplir las normas a raja tabla de la misma forma, sin consideración del riesgo y sin consideración de los otros efectos que se pueden generar, pues va a costar alargar todo lo que tenemos que alargar”, dice la socióloga.
Así se mejoraría, por ejemplo, el uso del tapabocas o se entendería mejor por qué una reunión de amigos puede convertirse en un peligro, o por qué es tan importante no automedicarse o consultar a tiempo.
Otra parte de la estrategia es el seguimiento y rastreo de casos y contactos para que no se conviertan en nuevos focos de contagio. La llamada estrategia Prass: programa de pruebas, rastreo y aislamiento selectivo sostenible.
“La administración no puede bajar la guardia, en diciembre se llegaron a hacer hasta 20 mil tamizajes diarios. Hemos notado una disminución a 10 mil, hasta 7 mil. Es importante aumentar testeos a la población”, dice Luis Jorge Hernández, médico salubrista y docente de la Universidad de los Andes.
El infectólogo y epidemiólogo Carlos Álvarez señala que “en este momento no se están aislando todos los que deberían aislarse, todos aquellos que tienen virosis”.
La tercera línea es la atención y el seguimiento a quienes enferman.
“Tener programas de atención domiciliaria, por ejemplo oxigenoterapia para la población en casa, que es más del 75%.
Posiblemente suministrando oxígeno en su domicilio se pudiese evitar el deterioro y que tengan que ingresar a urgencias hospitalarias”, señala Jairo Pérez, director de cuidado crítico del Hospital Universitario Nacional.
Y si todo lo anterior falla y crecen los contagios y los casos severos, el peso cae en las clínicas y hospitales. En especial, en las unidades de cuidados intensivos, que en el país crecieron, pero podrían seguir fortaleciéndose en infraestructura, equipos biomédicos, insumos, medicamentos y talento humano con una mejor planeación, coordinación y apoyo.
El doctor Pérez cree que “nos faltó evaluar experiencias aprendidas y cómo nos fue en el primer pico de atención, no solo UCI sino atención domiciliaria; evaluar cómo está el talento humano, en qué condiciones enfrentar el segundo pico y finalmente prever qué otras estrategias de manera coordinada territoriales y experiencia nacional”.
Las UCI, ese último recurso donde en el mejor escenario sobreviven 1 o 2 de cada 3 pacientes, otra vez están llegando al límite. Eso lleva a la más desesperada de las medidas: las cuarentenas generalizadas con sus consecuencias negativas que se podrían evitar.
Por relajarnos, mientras haya personas que no se han infectado, el virus seguirá propagándose y si no actuamos de manera solidaria y coordinada, seguiremos repitiendo titulares.
Pero lo realmente importante: seguiremos perdiendo amigos y familiares.