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Entre la salud pública y la privacidad, los gobiernos extraen información personal de los teléfonos para combatir el coronavirus COVID-19

Entre la salud pública y la privacidad, los gobiernos extraen información personal de los teléfonos para combatir el coronavirus COVID-19


La pandemia del COVID-19 presentó numerosos desafíos a los gobiernos, entre ellos cómo reducir el contagio del nuevo coronavirus. Una medida básica es identificar y aislar a los portadores, y rastrear a todos los que hayan estado en contacto con ellos para pedirles una cuarentena preventiva de 14 días. La medida fue en contra de la economía, en principio; ahora también parece ir en contra de la privacidad ya que una herramienta extremadamente útil para hacerlo es el tesoro de datos de los teléfonos celulares que usan las personas.

“Muchos países que han logrado contener sus brotes, entre ellos China, Corea del Sur y Singapur, han empleado medidas de vigilancias agresivas para rastrear y aislar a las personas infectadas”, escribió MIT Technology Review. “Otros que se han mostrado reacios a acciones similares, como Italia y España, se enfrentan ahora a una carga de casos devastadora, que ha desbordado sus sistemas de atención de salud”.

Según Science, a media que la pandemia avanza distintos grupos en Europa y Estados Unidos analizan “formas menos invasivas de recoger y compartir datos sobre las infecciones, y algunos ya desarrollan y prueban algunas aplicaciones específicas para el coronavirus que se puedan instalar en los teléfonos”. Para los gobiernos queda otra tarea: ver de qué modo se puede hacer que estas herramientas ayuden a combatir el nuevo coronavirus sin violar la privacidad de sus ciudadanos, que se sumaría al malestar social y económico que ya causa el COVID-19.

Además, recordó la publicación del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), el acceso a datos de alta calidad es importante más allá de su aspecto vinculado a la vigilancia: “Quienes trabajan en la predicción de la trayectoria del virus con inteligencia artificial también dependen de la mayor cantidad de información rica y precisa que se pueda. Actualmente, uno de los principales laboratorios de predicción de los Estados Unidos reúne datos del comportamiento de navegación en internet y de la actividad en las redes sociales para ayudar a que el gobierno mejore su capacidad de hacer análisis y determine las intervenciones adecuadas”. Si pudiera recoger información en tiempo real sobre el comportamiento del consumo o registros de salud haría estimaciones más afiladas.

Al advertir sobre el problema del uso de los datos de las personas en esta coyuntura, el Foro Económico Mundial propuso la creación de “comités independientes de ética, o fideicomisos de datos”, cuyo papel sería “crear mecanismos de gestión de datos para encontrar un equilibrio entre intereses públicos contrapuestos, a la vez que se protege la privacidad individual”.

Entre esas pautas se destacan cuáles datos puede usar quién, con qué fin y por cuánto tiempo. ¿Cómo se accede? ¿Cómo se procesa? ¿Cómo se almacena? ¿Qué sucede con esa información una vez terminada la pandemia? “La información correcta en manos de las personas correctas puede salvar vidas en un momento de crisis”, agregó el foro. “Será esencial asegurar que esas medidas de vigilancia sanitaria no prevalezcan más allá de las circunstancias extremas a las que nos enfrentamos hoy en día, para que las personas no sientan que pierden su privacidad ante un nuevo orden mundial”.

Eso es un sentimientos difícil de provocar, sobre todo tras los innumerables casos de utilización de datos de toda clase tomados sin autorización de los individuos con fines comerciales, entre los cuales se destaca el escándalo de Cambridge Analytica con el abuso de información de millones de usuarios de Facebook para su consultoría de campañas electorales.

No vivimos en una cultura de confianza pública en lo que respecta a los datos”, dijo a Science David Leslie, especialista en ética y tecnología del Instituto Alan Turing. “Vivimos en esta época, que se ha llamado la era del capitalismo de la vigilancia, donde se abusa de nuestros datos y se los explota.” Pero «estos no son tiempos normales”, agregó. El COVID-19 marca una diferencia que puede cambiar la perspectiva habitual de las personas y las autoridades ante “la posibilidad de que la recopilación de datos pueda salvar millones de vidas”.

MIT Technology Review citó a Hu Yong, profesor de la Escuela de Periodismo y Comunicación de la Universidad Peking de Beijing, China, quien recomendó el respeto de tres principios:

1) la legislación debe especificar que estas violaciones a la privacidad en beneficio de un interés público mayor son excepciones y no normas; excepciones que, además, requieren una justificación expresa que se ajuste a los principios sobre derechos humanos.

2) los legisladores deben definir cuáles son garantías básicas de los derechos civiles que prevalecerán aun si se debilita la privacidad. “Es importante darse cuenta de que, aunque a veces haya que restringir la privacidad en aras del interés público general, la privacidad en sí misma es un interés público vital”, escribió Hu. La clave está en “a veces”: los individuos no deberían “ceder al interés público de forma ilimitada”.

3) se debe restringir claramente el uso de la información que se recoge durante una crisis, para que no se desvíe a otros fines; para eso la recolección, el procesamiento y el almacenamiento deben responder a normas claras de seguridad rigurosa.

El problema, agregó el experto, no es que la tecnología inevitablemente erosione la privacidad, sino los humanos que lo hacen. “La pérdida de privacidad no es inevitable, como tampoco su reconstrucción es algo seguro”.

Por el momento distintos países utilizan distintos criterios. El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, causó protestas al lanzar un programa de rastreo de la ubicación de personas potencialmente contagiadas con el coronavirus y lo mismo le sucedió al gobierno de Corea del Sur cuando permitió que circulara información detallada sobre los infectados, incluidos sus movimientos, para alertar a su entorno. “Básicamente enviaron mensajes de texto que decían: ‘Oye, una mujer de 60 años dio positivo en el test de COVID. Haz clic aquí para obtener más información sobre su trayectoria’”, contó a Science Anne Liu, experta en salud global de la Universidad de Columbia. “El enfoque surcoreano corre el riesgo de estigmatizar a las personas infectadas y los comercios que frecuentan”, advirtió.

Aunque el rastreo digital “probablemente permita identificar más contactos que los métodos tradicionales”, agregó Liu, acaso no tendría tanto beneficio como costo en las grandes ciudades, donde el volumen de contagio comunitario ya causó el cierre de la economía y el encierro de las personas, como en lugares como el África sub-sahariana, que se halla en una etapa temprana del brote y sacaría mucho provecho de aislar a tiempo a los casos. “Si se puede empaquetar este tipo de información de modo tal que se proteja la privacidad individual todo lo posible, sería algo positivo”, evaluó.

Alemania desarrolla una app que tiene un enfoque distinto: GeoHealth utiliza los datos de localización de los usuarios de Google, compañía que de todos modos los guarda, para que una persona que haya dado positivo en un análisis done su historia de ubicación voluntariamente. Luego esos datos se anonimizan y se guardan en un servidor que los centraliza, explicó a Science uno de los participantes en el proyecto, Gernot Beutel, de la Escuela Médica de Hannover. Con esos datos, el software de Ubilabs enviaría alertas a los usuarios de la aplicación que estuvieron cerca de alguien infectado.

“Mediante una combinación de rastreo GPS, datos de redes inalámbricas y conexiones entre teléfonos a través de Bluetooth, Beutel dijo que la aplicación debería ser capaz de detectar cuando un teléfono se acerca a menos de un metro de otro”, describió la publicación. Pero acaso la ventaja principal es que esta app hace voluntaria la donación de datos y vuelve anónima la información, que no se usa ni sale del servidor con otros fines.

En Bélgica, recordó el Foro Económico Mundial, el gobierno encargó a distintas organizaciones un grupo de trabajo llamado “Datos contra el COVID-19”. Entre ellas, Dalberg Data Insights ha analizado “datos de telecomunicaciones agregados y anonimizados de los tres operadores de telecomunicaciones del país”. Eso reveló que la movilidad humana disminuyó un promedio del 54%, y mucho más en algunas zonas del país. “El equipo de respuesta a la crisis en Bélgica puede citar este análisis a la hora de tratar el impacto de las medidas impuestas e indicar el riesgo de brote de virus y de casos importados de otras regiones”, ilustró el texto.

Por último, los datos permiten identificar respuestas específicas a las necesidades de algunas comunidades vulnerables, para que las autoridades puedan priorizar “mejoras de infraestructura, destino de fondos de emergencia y medidas preventivas”. Por ejemplo, allí donde las condiciones de vida hacen difícil el cuidado: “Lavarse las malos con jabón durante 20 segundos o más es difícil de hacer cuando la fuente principal de agua es un río contaminado. La auto cuarentena o el auto aislamiento son medidas poco realistas cuando se vive en una única habitación con otros familiares. Y quedarse en la casa es imposible si se vive al día y es necesario salir a trabajar para conseguir la próxima comida”, agregó el foro.



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