entre la solidaridad y el egoísmo

Crédito de foto: Especial para 90minutos.co

Por Mariluz Zuluaga Santa

 

Las pandemias, anteriormente llamadas pestes, han estado presentes a lo largo de la existencia humana. La narración bíblica contiene textos sobre la lepra e, inclusive, medidas de prevención muy similares a las actuales. Tenemos conocimiento de la peste o muerte negra padecida por Europa y Asia en el siglo XIV; de la gripa española en 1918 y de algunas tan recientes como el VIH al finalizar el siglo anterior y la H1N1 a comienzos de este.

Común a todas han sido el desconocimiento científico para el tratamiento y control de la expansión, la incertidumbre, el miedo, la estigmatización y las explicaciones que van desde el castigo divino pasando por lo moral y lo mágico, hasta las supuestas creaciones de laboratorio y las conspiraciones internacionales, como ocurre actualmente.

El virus del siglo XXI

El Covid-19 que nos acosa y acorrala en el siglo XXI nos demuestra que las circunstancias y comportamientos se repiten y sacan a la luz lo mejor y lo peor de los seres humanos. La solidaridad y la bondad reconfortan, pero los egoísmos potencian una estigmatización que hoy, a través de las redes sociales, se propaga con una velocidad superior a de los virus y bacterias causantes de las epidemias.

En semejante contingencia, a la que se suman el encierro, la frustración y la rabia es muy posible que la ansiedad y el miedo se crezcan hasta transformarse en un pánico aterrador causante de comportamientos tan irracionales, mezquinos y crueles como la presunción de que excluyendo o eliminando a quien creen  “portador” de la amenaza se protegen la salud y la vida propias.

Inicialmente, nos desconcertó el afán acaparador de algunos productos en supermercados y droguerías; luego comenzó el señalamiento a vecinos y, posteriormente, el maltrato y discriminación a los trabajadores de la salud, desconociendo que son ellos quienes mejor aplican las medidas de bioseguridad para cuidar su vida y que si dejan de cumplir su misión quedaríamos condenados a la catástrofe.

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En carne propia.

En medio de esta crisis, tan sorpresiva y grave, mi responsabilidad como secretaria de Educación del Valle del Cauca era afrontar la crisis generada por la emergencia sanitaria acompañando, en los 34 municipios no certificados del departamento, a los más de 120 mil estudiantes, directivos docentes, docentes y padres de familia a encontrar alternativas para atender el sorpresivo cambio de modelo que hizo necesario pasar de las aulas escolares a la educación en casa.

Pensando en todos ellos y, por supuesto, en mi familia atendí mis deberes tomando las precauciones de bioseguridad. Sin embargo, algo pasó y el 10 de agosto me informaron que mi prueba resultó positiva para Covid-19. A partir de ese momento, como era mi deber, le informé a la señora gobernadora, a los funcionarios de la Secretaría de Educación y a la comunidad educativa y a través de las redes sociales les comuniqué la situación a los vallecaucanos; una acción acorde con mis principios de transparencia y honestidad, siempre presentes en mi trayectoria de servicio público.

Aprecio con profundo cariño el sinnúmero de manifestaciones de solidadridad, las oraciones y los buenos deseos recibidos durante todos estos días de convalecencia; pero no puedo ocultar que he vivido en carne propia situaciones similares a las comentadas anteriormente; desde reproches por no guardar silencio (lo que hubiera sido un acto desleal con la comunidad) hasta dolorosas advertencias para evitar la discriminación hacia mí y mi familia.

Gracias a Dios, los síntomas fueron leves y la segunda prueba resultó negativa,  como negativa ha sido la impresión causada por el compartamiento indolente de algunas personas inconscientes de la vulnerabilidad de todos; tan alejadas de la empatía, incapaces de sentirse en la situación del otro. Desconcierta la carencia de misericordia y compasión de quienes invocan a la Divinidad para estigmatizar; aquellos que evidencian su inhumanidad siendo intolerantes y dejando de lado la más mínima intención de liberarse de la cadena perenne de prejuicios que los somente.

¡Aún hay tiempo!

Superadas mis dificultades de salud reitero el llamado a la comunidad para el estricto cumplimiento de las medidas de bioseguridad orientadas hacia la protección personal, de nuestras familias y de quienes nos rodean porque el virus va a seguir presente y todos somos suceptibles de contagio.

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