Entrevista con monseñor Luis José Rueda, arzobispo de Bogotá – Cali – Colombia

El nuevo arzobispo de Bogotá, monseñor Luis José Rueda, deja la Arquidiócesis de Popayán con la consigna de que hay que entrar a los barrios de la capital de la República con obras sociales y promoviendo un mensaje de reconciliación. Espera que el país pueda liberarse del narcotráfico y de la violencia.

El prelado, nacido en San Gil (Santander) el 3 de marzo de 1962, dijo que se sorprendió por la designación porque considera que “no es el más santo ni el más preparado, pero agradece la decisión del Sumo Pontífice para continuar con la misión de la Iglesia.

Resalta que luego de su paso en el Cauca, esta es una tierra con la cual existe una deuda histórica, social, económica y política que necesita ser saldada. Habló sobre los sacerdotes pederastas y pidió perdón en nombre de la Iglesia.

Monseñor Rueda fue uno de los promotores del proceso de paz con las Farc, así como un férreo denunciante de los asesinatos de líderes sociales, campesinos e indígenas en el Cauca.

Con sus 58 años de vida, se convierte en el prelado número 46 en dirigir la jurisdicción de la capital colombiana. Es sarcedote hace 31 años.

Después de su ordenación tuvo la oportunidad de adelantar estudios de especialización en Teología Moral, obteniendo la licenciatura en la Academia Alfonsiana de Roma. En 2012, fue nombrado Obispo de la Diócesis de Montelíbano. En 2018, el Papa Francisco lo nombró como Arzobispo de la capital caucana.

Durante su estancia en Cauca repudió las masacres del año pasado de líderes campesinos e indígenas. Fue así que el 4 de noviembre llegó al resguardo Tacueyó, en el norte de esta región por el asesinato de cinco indígenas. Allí dio un mensaje a los familiares de las víctimas y clamó por el fin de la guerra a los violentos.

En entrevista con EL TIEMPO, monseñor Rueda también habló los desafíos que enfrenta Colombia por la crisis económica generada por el coronavirus.

Primero, la recibo con mucha fe, porque sé que la voz del Papa es la voz de la Iglesia, es el sucesor de Pedro y es el responsable de la unidad de la Iglesia Universal. Segundo, con mucha gratitud, porque yo sé que las cosas que vienen de Dios son cosas que van conduciendo para el bien y la vida de nuestros pueblos, porque esa es nuestra misión y para eso nos ordenamos sacerdotes.Y tercero, yo estoy sorprendido, porque creo que yo sin ser el más santo ni el más preparado, el Señor se ha fijado en mí y eso significa que es una sorpresa de la misericordia de Dios, pero en medio de todo eso, me dispongo a servir.

Entonces, recibo la designación y el nombramiento con una disponibilidad total, con una obediencia total a la voluntad de Dios y con un deseo de servirle a la sociedad desde la Iglesia Arquidiocesana de Bogotá.

Significa que soy un servidor más, un trabajador más en la viña del Señor, en la construcción de Dios y que quiero asumir con humildad y con mucha fraternidad porque sólo no puedo realizar ninguna misión. Debo saber que soy una partecita dentro del engranaje total y que en comunión, mi misión será más fructífera y no pretendo nada individualmente, porque eso sería vanagloriarme y lo que pretendo es servir con humildad como un granito dentro de toda la comunidad bogotana, dígase Iglesia y dígase sociedad entera.

Un honor muy grande, porque es un hombre brillante, descollante, es un cardenal de la Iglesia, un hombre que ha hecho quedar bien a Colombia en todo el mundo. Es un hombre muy preparado, muy inteligente, muy apostólico, de una trayectoria que me permitió siendo obispo de Cúcuta y después, Arzobispo en Barranquilla y luego como presidente en la Conferencia Episcopal. Lo único que tengo que decir de él, es gracias por su fraternidad, por su entrega y por permitir que yo lo pueda suceder en ese cargo y en esa misión tan importante.

El apostolado digamos que tiene dos caras, por un lado es el mismo, porque es el anunciar a Cristo, que es la misión que Él nos dio, servir a la comunidad humana, bregar a santificarnos personalmente y ayudar a santificar a los demás. Consolar con la palabra de Dios, con los sacramentos y con la presencia de Cristo. La otra cara está en el cambio de escenario. Están los desafíos de la ciudad más importante de Colombia y los desafíos que tiene Bogotá en este contexto social y en esta emergencia de salud, hace que hayan unos matices especiales de servicio.

Yo creo que Colombia es una sola y que aunque el Cauca tiene estas situaciones, también estas situaciones, de narcotráfico, de guerra, de violencia, de desigualdad social, de agresividad, las hay en Bogotá, Habría que entrar a los barrios, a las comunas, a las localidades de Bogotá y encontrarnos con el ser humano sufriente y donde haya un ser humano sufriente, tenemos nosotros como Iglesia tener la actitud de Cristo, del buen samaritano, de detenernos, acompañar y proclamar la paz, de invitar a la reconciliación y de defender la vida, siendo testigos de esperanza.

Hay que aportar todo, primero hay que decir que este es un tiempo para reconciliarnos profundamente, con nosotros, como familia, en el seno familiar, si hay reconciliación dentro de la familia, hay reconciliación con los vecinos y con la sociedad y esa reconciliación hará que nosotros nos valoremos unos a otros, que respetemos la vida, que seamos solidarios, que estemos atentos, que superemos toda indiferencia, porque lo peor que puede ocurrir es tener problemas y ser indiferentes. Cuando nosotros tenemos problemas y somos fraternos, nos vamos acompañando, porque problemas siempre tendremos, pero mientras haya una actitud renovada, un corazón abierto para sentir al otro como alguien que me pertenece, entonces podremos aportar en estos desafíos y yo voy allí como un obrero de Dios, a servir con el resto de los obreros que hay en Bogotá.

Tal vez con más firmeza, con más convicción, porque desde Bogotá puedo decirle a todo el país que nosotros como Iglesia estamos llamados a denunciar, a rechazar, todo lo que es narcotráfico, todo lo que es guerra, violencia, y todo lo que es corrupción. Nosotros estamos llamados a respetar la vida, a buscar una economía, que no sea una economía de muerte, a reconciliarnos como colombianos, a reconstruir la paz, a no caer en polarizaciones de ninguna índole, a saber que somos la humanidad, que somos la familia de Dios, que peregrina en Colombia y que los colombianos unidos somos más fuertes.

A los feligreses de Popayán, del Cauca y a todos los habitantes de este suroccidente colombianos que los amo y los llevo en el corazón por siempre, que me han enseñado a sufrir y a luchar con fe y que sueño con que el Cauca sea visto con ojos de responsabilidad por todos los gobernantes locales y por los gobernantes nacionales. El Cauca es un diamante que hay que pulirlo y ponerlo a brillar en la geografía colombiana, porque hay indígenas, hay afros, porque tenemos océano Pacífico, porque tenemos el Macizo Colombiano, porque pasa la carretera Panamericana, pero que hay una deuda histórica, social, económica, política, que necesita ser saldada para que esta región progrese integralmente y como nos dice el Papa Francisco, el desarrollo humano integral debe construirse permanentemente y que sea un momento para seguir luchando por esta causa.

Es un dolor, es una herida lamentable. Yo me pongo de parte de las víctimas y de los niños, jóvenes, familias que han sido heridos en Colombia, les pido perdón en nombre de la Iglesia y les digo que los acompañamos espiritual, psicológicamente para que puedan reconstruir sus vidas y que toda la normatividad, tanto el Papa Benedicto como el Papa Francisco, han implementado para sanar estas heridas, para escuchar todas las denuncias y para ponerle solución a este sufrimiento tan grande dentro de la Iglesia, lo logremos entre todos, empezando por cada uno de nosotros que nos podamos sanar y que la Iglesia pueda ser instrumento de santificación de niños, jóvenes y adultos, con la confianza puesta en el Señor. Yo le pido perdón al Señor por todo que yo haya cometido en contra de la pureza de las personas y también por todo aquello que yo no haya visto y que no haya sanado a tiempo y pongo todo de mi parte para que todos podamos santificarnos y pido que todos seamos capaces de aportar para que los niños y jóvenes, las víctimas de la pederastia sean defendidas, sanadas y puestas en su lugar dentro de la sociedad y dentro de la Iglesia.

Hay muchas personas sufriendo, porque no tienen empleo, porque no tienen techo, porque no tienen atención médica, porque están retirados de los centros de atención, porque hay muy buenas intenciones de nuestros gobernantes a nivel nacional y local, pero siento que hacen faltan redes. Yo invito a que nosotros construyamos redes y que miremos al que está al lado sufriendo. Muchos se ponen un tapabocas, también en sus ojos y su corazón, pongámonos el tapabocas en la boca para defendernos, pero que nuestros ojos y nuestro corazón estén abiertos para mirar más allá de nuestra casa y tenderle al mano a los que tienen la bandera roja, a los que están sufriendo, incluso a aquellos que no se atreven a poner la bandera, pero que están necesitando nuestra ayuda. Este es un tiempo para la fraternidad y la solidaridad y luego viene un tiempo para la sanación, la reconstrucción, la paz y la reconciliación.

Michel Romoleroux Halaby
Especial para EL TIEMPO

Fuente de la Noticia

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