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“Estamos enjaulados”: una localidad española vive un cierre dentro de otro

“Estamos enjaulados”: una localidad española vive un cierre dentro de otro


La Pobla de Claramunt, España – Cuando María José Rodríguez escuchó en un canal de televisión local que en cuestión de horas cerrarían su localidad al noreste de España, supo que tenía que marcharse o arriesgarse a perder el negocio familiar.

Tomó una bolsa de víveres, una muda de ropa limpia y las llaves de su auto, se despidió de su esposo y condujo hasta el apartamento de su hijo, ubicado arriba de la panadería familiar, en un poblado cercano. Durante más de dos semanas, no ha podido entrar a su pueblo, Igualada. Su esposo se quedó atrapado adentro y no pueden saber cuánto tiempo continuará así.

“Si no me hubiera marchado para seguir trabajando en la panadería, habríamos tenido que cerrarla”, señaló Rodríguez, de 63 años, en su negocio en La Pobla de Claramunt. “Pero estaremos bien y llamo a mi esposo 50 veces al día, por lo menos”.

Muchos países europeos han cerrado ciudades de distintas maneras para contener la epidemia, pero destaca Igualada, una localidad industrial 48 kilómetros al noroeste de Barcelona. Aun cuando España ha impuesto un cierre a nivel nacional, ha separado a Igualada del resto del país en un cierre dentro de otro.

Después de que su hospital fue identificado como el foco de un brote regional que ha alcanzado casi 20.000 infecciones por coronavirus y más de 2500 fallecimientos, los funcionarios aislaron Igualada y tres poblados vecinos más pequeños la medianoche del 12 de marzo, dejando atrapadas a 65.000 personas aproximadamente.

Las fuerzas de seguridad vigilan todos los puntos de acceso y solo permiten la entrada y salida de trabajadores esenciales. Las barreras han dividido familias como la de los Rodríguez, han provocado que la gente deje de trabajar y han dejado a las familias en la incertidumbre durante semanas, si no es que más.

“Estamos enjaulados y estamos aprendiendo cómo dejar de tratar de controlar todo”, aseguró Gemma Sabaté, fisioterapeuta de 48 años atrapada en este poblado.

Más de 10 mil personas han fallecido a causa del coronavirus en España, la segunda cifra más elevada en el mundo después de Italia. Casi 120.000 personas han dado positivo en las pruebas, entre ellas miles de trabajadores de la salud.

En Igualada, mientras los médicos y enfermeras combaten el virus en el hospital, los habitantes comparten un sentido del deber, el sacrificio y la resiliencia.

La mayoría de las restricciones en la localidad son similares a las impuestas en todo el país: se les permite a las personas salir de su casa solo para comprar alimentos, pasear a sus perros y atender emergencias. Pero las reglas son más estrictas en Igualada y se controla más el tránsito de las personas.

Cuando Marc Castells, alcalde de Igualada, se marcha a su casa por la noche, dice que se siente como el último sobreviviente de una película, “solo que no es una película”.

Alba Vergés, consejera de salud de la generalidad de Cataluña, vive en Igualada, pero se ha visto obligada a mantenerse alejada, dejando a su familia atrapada ahí.

“Jamás pensé que tendríamos que restringir la libertad de movimiento de la población”, dijo. “Pero 10.000 personas salen de Igualada a diario, principalmente hacia Barcelona. Teníamos que evitar que el virus saliera”.

Con el aislamiento de la zona prolongado de 15 a 30 días, las calles de Igualada han permanecido en su mayoría desiertas y escalofriantemente silenciosas, de acuerdo con los habitantes, a excepción de los aplausos nocturnos para los trabajadores de la salud. En la plaza del pueblo, cuyas terrazas suelen estar llenas de vida, solo se escucha el sonido de una pequeña fuente.

Por supuesto, ha habido algunas fugas en el confinamiento. Las calles de Igualada se han vuelto más transitadas por las mañanas a medida que el encierro se vuelve eterno, y algunos jóvenes se han reunido en la calle cuando la ciudad duerme. Otros han usado un estacionamiento subterráneo para hacer ejercicio o han llevado a sus perros a dar largos paseos por el río cercano.

No obstante, muchos habitantes señalaron que querían dar el ejemplo porque fueron de los primeros del país en enfrentar la epidemia.

“Hay cierta responsabilidad; hay temor a estar contaminado”, dijo Josep Maria Solé, un servidor público de 54 años. “Y, además, está la cercanía con el hospital”.

La calma del exterior contrasta con lo que los enfermeros y los médicos describen como una lucha caótica dentro del hospital. De casi 600 personas infectadas en la zona, más de 150 son trabajadores de la salud. Una tercera parte del personal ha sido enviada a casa.

“El hospital está colapsando”, dijo Raquel Jaume, una enfermera de 61 años que ha tenido que aislarse voluntariamente.

Otra enfermera, que pidió permanecer en el anonimato porque sigue trabajando en el hospital, afirmó que los momentos más difíciles han sido presenciar las llamadas de despedida de cinco minutos entre los pacientes en estado grave y sus familias. “Están solos y están muriendo solos”, dijo.

Todas las operaciones que no son de emergencia se han trasladado a otros hospitales con el fin de hacer espacio para los pacientes con COVID-19. Puesto que se espera que la cifra aumente, una instalación deportiva se ha convertido en un hospital de campo. Decenas de trabajadores de la salud de otras instalaciones han tratado de llenar las diezmadas filas.

No obstante, la falta de personal los “está destruyendo”, de acuerdo con el funcionario de un hospital.

Los funcionarios afirman que una cena realizada el 28 de febrero para más de 80 personas, a la que asistieron decenas de trabajadores de la salud, pudo haber impulsado el brote. El hospital registró su primer caso el 8 de marzo.

“No nos tomamos el tema lo suficientemente en serio», dijo Marc Arnaiz, médico de la unidad de medicina interna que se ha contagiado, acerca de las primeras etapas de la epidemia.

En los últimos días, las autoridades regionales han reportado cerca de 200 casos nuevos y una docena de muertes recientes, uno de los mayores aumentos desde que comenzó el cierre del poblado. “Todo el mundo conoce a alguien que se ha infectado o ha muerto en Igualada”, dijo Clara López, de 28 años y madre de dos hijos. “Y si aún no, es cuestión de días”.

Hasta el martes, casi 70 personas habían fallecido a causa del coronavirus en el hospital, de acuerdo con las cifras oficiales, pero las autoridades han admitido que las cifras podrían ser mucho más elevadas, ya que solo se han incluido en el conteo a quienes se sometieron a la prueba.

En las videollamadas con los familiares, “nos decimos mutuamente que todo va bien”, dijo López. “Pero en el fondo, definitivamente no nos está yendo tan bien”.

Muchos temen que el cierre arruine la economía local. Igualada es famosa por sus fabricantes de textiles y peleterías que proveen a marcas de lujo en todo el mundo. Pero la industria, que según Castells emplea a 1000 trabajadores, se ha paralizado.

“Después del tsunami médico vendrá el tsunami económico”, dijo Castells.

A pesar del confinamiento, el virus se ha propagado más allá de Igualada. Han aparecido decenas de casos en los poblados cercanos y han muerto más de 20 residentes de dos asilos de ancianos de la localidad.

Samuel Aranda colaboró con este reportaje.

(c) The New York Times 2020



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