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Gran Pacto Nacional contra la corrupción

Las armas preferidas de los políticos colombianos

Crédito de foto: Especial para 90minutos.co

La política tiene sus propias reglas y los políticos construyen todo el tiempo alianzas y pactos, hasta con sus peores enemigos pensando, casi siempre, en la prevalencia de sus propios intereses.

La derecha colombiana urge a los partidos tradicionales que acaten los designios de Uribe y apoyen su próximo candidato, que puede ser el delfín o algún otro comodín que cumpla con los requisitos de obediencia ciega y lealtad a prueba de balas.

Al otro lado, la izquierda propone un pacto histórico para derrocar a Uribe, donde todos tienen cabida, inclusive quienes tienen un pasado turbio, vinculado a la corrupción. No importa, al igual que Uribe tienen claro que lo que cuentan son los votos, sin importar de donde vienen, ni cuanto puedan costar (políticamente hablando).

Preocupa que con la puesta en marcha de las maquinarias políticas con miras a las próximas elecciones al Congreso y la Presidencia, el problema de la corrupción no sea tenido en cuenta, porque ahora las urgencias son otras y los corruptos son actores políticos indispensables y necesarios para la supervivencia de los mismos partidos y movimientos a los que pertenecen o dirigen.

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En este escenario pre electoral hablar de corrupción es incómodo y altamente inconveniente, si de realizar alianzas estratégicas se trata. Por lo visto nadie está dispuesto a sacrificar poder por decencia. Así ha sido y será mientras la sociedad no asuma el papel que le corresponde y siga votando por los candidatos que ponen las mismas estructuras que tienen el país danzando alrededor del agujero negro de la corrupción.

La guerra por el poder en Colombia es a muerte. Literalmente hablando. Bajo esta premisa, los oponentes políticos no tienen tiempo para ocuparse de  asuntos que pueden traer como consecuencia una merma del caudal electoral. Votos son votos y el objetivo es ir por ellos.

Levantar las banderas de la lucha anticorrupción en estos momentos es una impertinencia y abre las puertas para que los colombianos fijen su atención en los antecedentes y las calidades de los candidatos; es un riesgo que nadie se atreve a correr en medio de una campaña donde los contrincantes parecen más interesados en destruirse mutuamente que en seducir al electorado con sus propuestas y hojas de vida.

Para muchos colombianos la corrupción es un mal menor y un pasado de esta naturaleza puede perdonarse y olvidarse fácilmente. La corrupción tiene un discurso justificativo que sirve para proteger a los corruptos de la sanción moral, porque la protección legal se da por cierta, dependiendo del doble rasero que utilicen los responsables de los órganos de control e investigación.

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El discurso que justifica la corrupción la promueve a la vez y la convierte en parte inescindible de nuestra realidad como si estuviera integrada al mapa genético de los colombianos. Hemos llegado al punto de aceptar que Turbay Ayala tuvo razón hace 40 años cuando propuso que teníamos que lograr que la corrupción adquiriera sus justas proporciones. Lo malo es que nunca dijo cuál era la proporción adecuada de corrupción a la que teníamos que llegar, ni cuales las ventajas que eso traería al país.

Con el paso del tiempo entendimos que la máxima turbayista quedó a discreción de los mismos corruptos y de sus compadres en los órganos judiciales, de investigación y de control.  Pero, como el corrupto no tiene más limites que las oportunidades que él mismo crea, las proporciones turbayistas resultaron inconmensurables.

La corrupción es una realidad compleja que tiende a enraizarse en lo más profundo de la sociedad y sus instituciones. Además, el mundo de la corrupción se interconecta y relaciona creando prácticas que van desde lo sutil hasta las conductas más vergonzosas y desafiantes.

Ahora, que está de moda hablar de pactos y alianzas, es conveniente que los ciudadanos exijamos a los partidos y movimientos políticos la exclusión de candidatos vinculados a la corrupción en cualquiera de sus manifestaciones.

Esto último es importante destacarlo, porque el corrupto, como el dios Jano, tiene dos caras que le sirven para mostrar un rostro bueno y ocultar la otra cara surcada por las huellas de la perversión.

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El verdadero pacto, alianza o acuerdo entre los colombianos debe ser para erradicar la corrupción y las malas prácticas en las entidades del Estado.   Primero debemos asumir una actitud férrea y evitar dar ventaja a los corruptos.

Los que se apoderan del erario, en su propio beneficio o de terceros, son delincuentes que no merecen otra oportunidad en el servicio público. Así de simple. Nada puede borrar esa mancha. Ni su vocación de lucha contra la guerrilla, ni el apoyo irrestricto al proceso de paz.

Ni siquiera pedir perdón por sus malas acciones, sino está acompañado de la devolución indexada de los dineros que se ha echado al bolsillo y la renuncia a cualquier aspiración a un cargo público. Los corruptos no pueden tener cabida en las organizaciones políticas que predican luchar por una nueva Colombia, ni mucho menos en la dirección del Estado.

Los corruptos son generadores de desigualdad social, porque impiden que el Estado invierta en educación, empleo y creación de oportunidades. En este sentido, también son responsables de la violencia guerrillera y paramilitar porque le negaron a quienes militan en esas organizaciones la oportunidad de construir sus proyectos de vida dentro de la legalidad.

Las personas que mueren en los hospitales debido a la mala atención, son realmente asesinadas por los corruptos que saquean el sistema de salud para financiar sus campañas.

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El Estado invierte buena parte de sus recursos tratando de aliviar el daño causado por los corruptos, que siguen gozando de prestigio y decidiendo el futuro de todo un país.  Si ese dinero se gastara en combatirlos estaríamos enfrentando adecuadamente la causa de todos los males en nuestra sociedad.

Mientras haya corrupción no habrá paz en Colombia y las desigualdades llegaran a extremos insostenibles. Cualquier discurso de unidad nacional que deje por fuera el problema de la corrupción, quedará flotando en el aire por que carecerá del peso suficiente para transformar nuestra realidad.   El verdadero Pacto Nacional debe ser contra la corrupción.

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