Haidy Sanchéz Mattsson, psicóloga colombiana – Política


La pandemia del Covid-19 nos ha puesto en una dimensión desconocida. La severa interrupción de las rutinas ha alterado también el funcionamiento de las sociedades, generando un grave impacto en las entidades que garantizan el bienestar de los individuos; los sistemas de salud están saturados, en algunas ciudades colapsadas, y en otras son sencillamente un caos.

Nuestras pautas de interacción con los otros, algo esencial para la supervivencia humana y la sostenibilidad social, se ha visto repentinamente transformada. Fuera de los innumerables vaticinios a diestra y siniestra sobre todo lo que tenga que ver con la existencia humana, hay un aspecto que nos ha unido en esta época de pandemia: la muerte.

En nuestra historia reciente no habíamos hablado, leído, visto y escuchado tanto sobre muertos, no habíamos sentido tanta preocupación, dolor y solidaridad colectiva hacia al que se fue y hacia sus familiares. Las cifras de muertos se replican por doquier en redes sociales, periódicos y noticieros; junto a ellas, vemos sus imágenes, nombres, profesiones, edades y comorbilidades, información sobre quienes lastimosamente no pudieron ganarle la batalla al nefasto, silencioso e invisible virus.

La muerte es una pérdida, algo que sin lugar a dudas es extremadamente más traumático que quemarse o hacerse una herida grave y profunda, comparación simbólica que escojo solo para intentar acercarme a un plano fisiológico.

Cuando hablamos de muerte, es primordial hablar del duelo, un proceso de adaptación interna que los seres humanos. Históricamente, en todas las sociedades del mundo se ha concebido el duelo por la pérdida de un ser querido según como cada cultura lo haya considerado, pero en el contexto de la pandemia esa tradición ha cambiado de manera radical.

Como lo explica la escritora Erika González, investigadora en temas relacionados con aspectos culturales y religiosos de la muerte, el duelo es un sentimiento subjetivo que aparece tras la muerte de un ser querido y proviene del latín “dolos”, que significa dolor.

El duelo, visto desde una perspectiva psicológica, también es definido por muchos autores como un proceso doloroso e inesperado en respuesta a la muerte de alguien cercano o de una pérdida significativa a nivel personal, pero también se puede dar por la pérdida de un objeto, de status, por el fin de una relación, por una afectación física o por la pérdida del trabajo, por nombrar algunos ejemplos.

El duelo por pérdida es un proceso psicológico que experimentamos y sufrimos en mayor o menor grado, independientemente de las creencias religiosas, de la situación socioeconómica o cultural.

Superar una pérdida no es fácil y eso tiene que ver con aspectos psicológicos que el reconocido psicólogo John Bowlby explica en la “teoría del apego”, una teoría que explica la singular tendencia de los seres humanos a establecer fuertes lazos emocionales con otras personas.

Evidentemente, todos los seres humanos quieren que perdure lo que significa tanto para ellos, lo que les produce alegría, seguridad, cariño, comprensión y los ha ayudado a construir su bienestar emocional y su calidad de vida. Por eso, cuando alguien afronta una pérdida el dolor puede manifestarse con malestar general, tristeza, depresión, enfado, desasosiego, culpa, ansiedad, soledad, fatiga, impotencia, anhelo, confusión, preocupación, perdida del sueño o pérdida del apetito; pero también se pueden presentar manifestaciones físicas, como sentir vacío en el estómago, presión en el pecho, falta de aire, debilidad muscular o falta de energía.



Haidy Sánchez Mattsson, psicóloga e investigadora chocoana, residente en Suecia.

La pandemia ha llevado al duelo a un contexto único, impensado y muy difícil de digerir. Esta crisis sanitaria nos ha llevado velozmente a incorporar en nuestro “modus operandi” nuevos ritos asociados a la despedida de nuestros muertos. Ritos que eran imposible de pensar solo hace seis meses, sobre todo en Colombia, un país acostumbrado a rendir culto a la persona que muere y a darle acompañamiento emocional a los que pierden a su ser querido.

Hoy la crisis sanitaria ha obligado a que nos enteremos de la muerte de nuestros seres cercanos por medio de una llamada telefónica, un mensaje de WhatsApp o por Facebook, sin siquiera haber podido ir a visitarlos a su casa o al hospital. Los abrazos del pésame, las lágrimas incontenibles donde sobraban los brazos para recostar la cabeza, los aromas de las flores en la sala de velación y la presencia de conocidos, allegados, vecinos y gente que nos acompañan se reducen a una cifra limitada de personas que nos pueden acompañar en nuestro dolor por Zoom u otras plataformas.

Es indiscutible que las plataformas digitales se han convertido en nuestra “tabla de salvación” en momentos donde nuestras emociones deben gestionarse para poder seguir viviendo, para poder seguir resistiendo. Sin embargo, adaptarse a estos cambios abruptos, en esta nueva normalidad nos podría pasar facturas emocionales y nos podría a pagar cuotas altas en el plano psicológico.

Recientes informes clínicos muestran un incremento de pacientes con historias asociadas a estrés leve, estrés postraumático, ansiedad y depresión durante el confinamiento obligatorio. El no poder realizar ritos, y expresar el duelo es uno de los factores de riesgo que deterioran la salud mental; siendo los más afectados quienes tienen una predisposición a desarrollar trastornos emocionales o quienes ya tenían estados emocionales alterados desde antes de la pandemia.Es importante resaltar que el confinamiento también puede provocar un duelo retrasado; es decir, la no aceptación de la pérdida, debido a que la despedida no se ha podido realizar como se acostumbra a hacer.

A causa de la perdida, o múltiples perdidas de seres queridos, algunas personas se sienten desbordadas de dolor, soledad, angustia y tristeza, lo que les puede generar una sensación de bloqueo y miedo, esto puede desencadenar en un deterioro de la salud mental.

Por eso, es recomendable entrenar la aceptación. Esto no significa estar de acuerdo con lo qué pasó, sino tratar de ver las cosas desde una mirada realista y estar dispuestos a continuar con nuestra vida, sin llegar a los sentimientos de culpa.
Aceptar la realidad nos permite vivir una vida funcional, la oposición y la resistencia a aceptar la pérdida puede duplicar el sufrimiento.

Por eso, hay que tratar de focalizar esa energía emocional en otras cosas. Es necesario honrar la memoria del fallecido, pero no hay que llevar su recuerdo en cada momento o a cada lugar que vamos, porque así solo perpetuamos el dolor.

Es también recomendable escribir nuestros pensamientos en forma de una carta o una nota de despedida, lanzar globos, plumas o burbujas al cielo como un acto simbólico de despedida, principalmente para los seres cercanos al fallecido pero que no pudieron asistir al sepelio, ni despedirlo en un velorio.

También puede ayudar realizar una especie de altar en un rincón de la casa, este podrá tener fotos o algún objeto que preciado del fallecido, esto nos permitirá conectarnos con esa persona que ya no está. Si hay niños o adolescentes en la familia que pierde un ser querido, este sitio puede ser de ayuda para conservar la memoria y los recuerdos del ser que se murió.

Es aconsejable también que la visita al altar se realice en una determinada hora del día, es preferible fijar las horas para crear una rutina que ayude a programar nuestros pensamientos y a tratar de que cuando los pensamientos lleguen, los podamos aplazar, recordándonos que tenemos una hora establecida en la que serán bienvenidos todos los pensamientos y sentimientos que queramos sacar.

Cuando hay niños o adolescentes en la familia, es primordial permitirles expresar su dolor como ellos lo manifiestan. Probablemente quieran hablar del difunto, ver videos o fotos donde la persona aparecía o tal vez quieran escribirle una canción, es importante apoyar todas las expresiones artísticas que los niños y adolescentes quieran utilizar para expresar sus sentimientos.

Es igual de importante transmitirles esperanza y, ¿por qué no? prometerles que apenas se pueda ir al cementerio lo harán, si ellos así lo desean, para que se haga un cierre emocional y concreto.

También es aconsejable llorar y trasmitirles a los niños y adolescentes que es necesario y normal hacerlo. El llanto, fisiológicamente hablando, funciona como un purificador de nuestro cuerpo, es importante no reprimirlo porque nos permite expresar nuestro dolor, rabia y frustración.

Es importante que en el proceso del duelo, donde se viven un mar de emociones, que además son cambiantes y muy rápidas, las personas se permitan sentir sus emociones, sean las que sean; si en un momento se quiere gritar de desesperación, se debe hacer; se debe hacer lo que el cuerpo le permita hacer, todo hace parte del proceso de duelo.

En esta época de confinamiento, es recurrente que se presenten sentimientos de culpa se presenten y por eso es necesario que el sentimiento se trabaje. Si siente culpa por no haber podido hacer más por su familiar, por los conflictos que no se alcanzaron a resolver en vida o por no haber estado más cerca de la persona que falleció en sus últimos momentos de vida se puede hacer una especie de lista de esas cosas. Luego, debe tratar de identificar lo que cree que se hubiera podido hacer distinto y escribirlo; y finalmente, explorar cual es el impacto negativo o positivo que le causa la culpa en su diario vivir.

Puede preguntarse qué lo hace sentir bien o mal en este sentimiento de culpa, si le produce desgaste, si el sentimiento de culpa le sirve para reparar algo, para pedir perdón, por ejemplo.

La tristeza de la pérdida suele llevar a que las personas se aíslen socialmente, por eso hay que recordar que es positivo conectarse con otras personas, tratar de tener video llamadas, no aislarse en el dolor y no olvidar las rutinas básicas de sueño, porque cumplen una función protectora en la salud mental.

Haidy Sánchez Mattsson
Twitter: @sanchez_haidy

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