historia de un emblema del diseño nacional


A finales de los años cuarenta el puerto de Acapulco vivió una época dorada. Desde entonces, y a lo largo de los cincuenta, se convirtió en el refugio vacacional predilecto de un sinfín de turistas extranjeros. Estrellas internacionales viajaban a este destino del Pacífico para descansar en terrazas soleadas, beber cocteles tropicales, disfrutar la impactante vista de la bahía y codearse con otras personalidades del jet-set. Elvis Presley y Elizabeth Taylor se declararon enamorados del puerto; John F. Kennedy y su esposa Jackie pasaron en él su luna de miel, y el actor John Wayne compró el hotel Los Flamingos para convertirlo en un club privado. Acapulco se encontraba en todo su esplendor.

De aquella época restan muchos recuerdos, pero también vestigios más tangibles, como algunos hoteles clásicos que se niegan a desaparecer. Y, claro, está la silla Acapulco, ese asiento emblemático que no sólo ha sobrevivido el paso del tiempo, sino que se ha convertido en un icono del resplandor acapulqueño… y del diseño mexicano en general.

La silla Acapulco, en la que descansaron incontables estrellas de Hollywood, fue creada por los artesanos del puerto con una finalidad: proporcionar descanso. Su original diseño invita a recostarse para admirar la bahía y olvidarse del paso del tiempo (o tal vez dormir una siesta larga, larga). Si pudiera hablar, diría: “sumérgete aquí y no te levantes en un buen rato”.

Comodidad, frescura y versatilidad

Dicen que menos es más, y en el caso de la silla Acapulco, esta premisa es más que cierta.

Su diseño es sorprendentemente sencillo. Se compone por una estructura circular sólida y un entretejido de cuerdas de plástico que cumple una doble función, amoldarse al cuerpo y proporcionar frescura –algo que más de una persona agradecerá en climas calurosos–.

La cualidad ergonómica de la silla Acapulco encuentra su antecedente en otro objeto de descanso mexicano: la hamaca, conformada por una red que se ajusta al cuerpo y deja pasar el aire. Los artesanos acapulqueños rescataron esta característica y la tradujeron en un colorido diseño que unifica la tradición con la innovación, la comodidad con la estética.

Con un respaldo ancho, ligeramente inclinado, la silla Acapulco se disfruta mejor al recargar por completo el peso del cuerpo sobre la espalda y relajar las piernas. El peso no es un problema: debido a la resistencia de sus materiales y a la fuerza del entretejido, puede soportar más de 100 kilos. De hecho, cuenta la leyenda que para probar su resistencia los artesanos solían arrojarla desde la azotea de una casa.

Imagen: OK Design

Tradicionalmente la silla Acapulco se elabora en colores lisos y vivos, como rojo, azul, rosa, verde, blanco o amarillo. Sin embargo, en la actualidad existe un sinfín de combinaciones y una amplia variedad de formas. La clásica silla en forma de pera ha dado pie a nuevos diseños, como la silla Condesa, con forma redonda, las sillas rectangulares, las mesas de centro, los bancos y las periqueras.

Aunque en su origen era apreciada por su comodidad, hoy día es popular por su capacidad de proporcionar un toque retro y minimalista a la decoración de los espacios. A decir verdad, pocos muebles son tan versátiles: puede colocarse en el interior de hogares, en terrazas abiertas, la orilla de una alberca, la playa, restaurantes, bares… la lista es interminable.

El valor del proceso artesanal

Elaborar una silla Acapulco es en apariencia sencillo, pero éste es un proceso que requirió varios años para perfeccionarse y que se ha transmitido por generaciones. Tal es su popularidad que hoy existen tiendas dedicadas exclusivamente a su producción, en México y todo el mundo. OK Design es una boutique danesa que opera desde 2008 y que ha hecho de la silla Acapulco y sus derivaciones su sello. Aunque sus oficinas se encuentran en Dinamarca, los centros de producción están situados en México.

En México, en el estado de Oaxaca, Christopher Brandon se ha dedicado desde hace tres años a darle un giro al clásico diseño de la silla Acapulco para ofrecer una propuesta innovadora.

“Elaborar una pieza clásica toma un día completo”, explica el ingeniero industrial y propietario de Guibani Artesanal. «Pero fabricar una pieza más compleja, con más cuerdas y colores, lleva hasta una semana». Primero se elabora una estructura circular de acero. Después viene el proceso de tejido, que dura de una a dos horas dependiendo de la habilidad del artesano. “Usamos dos materiales para tejer: tiras de poliestileno y de vinil. El segundo es más elástico y resistente al sol, pero es más costoso. El primero ofrece una gama más amplia de colores. Así que depende de lo que necesitemos qué material elijamos usar”. A las tiras plásticas, que se entretejen desde el aro exterior hacia el interior, Christopher les llama almas, “porque son las que soportan al cuerpo”.

Imagen: Guibani Artesanal

En la calle, estas sillas pueden encontrarse en unos 400 pesos. Pero en una tienda de diseño como la de Christopher cuestan alrededor del doble, y versiones más complejas, mucho más. En algunas boutiques dirigidas a consumidores internacionales estos diseños pueden costar hasta 500 dólares, unos 7 mil 800 pesos mexicanos.

Aunque algunos turistas, sobre todo estadounidenses, se han llevado piezas a casa, los principales clientes de Brandon son locales que buscan darle un toque distintivo a su hogar. Pero también recibe con frecuencia pedidos especiales de hoteles, bares y restaurantes. Recientemente, su negocio expandió sus horizontes al hacer su primera exportación a Madrid. «Fueron sólo 13 piezas, pero es un buen comienzo», explica el emprendedor.

Con un equipo de 24 personas, Guibani produce unas 30 piezas al mes. “Nuestros diseños son artesanales, y eso los vuelve únicos. Pero esto también significa que no podemos fabricar demasiadas piezas”. Es la condena de todo producto artesanal, pero también aquello que lo vuelve tan único y codiciado. 

¿Te has sentado en alguna silla Acapulco? ¿La consideras cómoda? ¿La usarías para decorar un espacio?

Fuente de la Noticia

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