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La pandemia ocasionada por la propagación del Covid-19 evidenció la fragilidad e indefensión de la especie humana frente a las enfermedades, especialmente las que son ocasionadas por microorganismos provenientes de otras especies.
El virus que hoy azota la humanidad y que ha dejado hasta la fecha 40 millones 400 mil personas contagiadas y más de 1 millón 120 muertos, en todo el planeta, avanza en olas incontenibles en la mayoría de los países, sin que se haya podido adoptar una estrategia universal para contenerlo.
La Organización Mundial de la Salud no pudo liderar la lucha contra el virus debido a la tardanza que tuvo en disparar las alarmas, pese al conocimiento que tenía sobre el alto grado de transmisibilidad y letalidad de la enfermedad. Por esta razón el asunto quedó en manos de los gobiernos de cada nación, en otras palabras, a criterio de los gobernantes, muchos de los cuales negaron (y aún lo siguen haciendo) la gravedad de la infección o simplemente la subestimaron con argumentos falaces y carentes de soporte científico.
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Trump y Bolsonaro, son los ejemplos más representativos del negacionismo de la pandemia, ambos coincidieron en enfrentar el virus como si se tratara de una gripa estacionaria y promovieron en sus respectivos países ir en contravía de las normas mínimas de bioseguridad como usar tapabocas y mantener el distanciamiento social basados en supersticiones y cálculos políticos.
El costo que han tenido que pagar sus respectivos países es demasiado alto. EEUU tiene actualmente 8 millones 260 mil personas infectadas, de la cuales han muerto 220 mil personas. Por su parte, Brasil registra 5 millones 250 personas contagiadas y más de 154 mil muertes por la enfermedad.
Pese a la abundante información que se tiene sobre el COVID19, muy poco se ha dicho sobre el peligroso aumento de las enfermedades infecciosas transmitidas por animales, es decir, por zoonosis.
El ébola, la peste bubónica, la gripe española, la viruela símica, la tuberculosis bovina, la enfermedad de Lyme, la fiebre del Nilo Occidental, la fiebre hemorrágica de Mamburgo, la rabia, el síndrome pulmonar por hantavirus, el ántrax, la fiebre de lassa, la fiebre del Valle de Rift, la fiebre de los matorrales, la fiebre hemorrágica boliviana, la enfermedad de Kyasanur, el virus Nipah, el sida y todas las gripas humanas, incluyendo el Covid-19, son zoonosis (David Quammen 2020).
La domesticación de diversos animales y el consumo de especies exóticas ha facilitado el salto de agentes patógenos, como los virus, de animales a seres humanos, dificultando el control de las enfermedades debido a la facilidad que tienen estos microorganismos para camuflarse.
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Los humanos siempre hemos estado expuestos al contagio de enfermedades propias de otras especies y su propagación ha puesto en peligro más de una vez la supervivencia de la especie humana.
La Peste Bubónica o Peste Negra que se propagó en Eurasia durante el siglo XIV y que alcanzó un punto máximo entre 1347 y 1353, causó la muerte de un tercio de la población mundial, la Gripa Española o El Jinete Pálido, cobro la vida entre 50 y 100 millones de personas y desapareció antes que se encontrara una vacuna o remedio.
El Covid-19 es una zoonosis, aunque algunos insisten en afirmar que el virus original fue modificado en algún laboratorio donde se aumentó su transmisibilidad y letalidad. En todo caso, se trata de un virus que hasta al momento ha resultado inmune a los medicamentos y respecto al cual no se sabe aún si es posible contenerlo mediante una vacuna realmente efectiva.
Mientras los científicos luchan en los laboratorios, el virus sigue imbatible y comienzan a documentarse en todo el mundo casos de personas víctimas de un segundo contagio al que no pudieron sobrevivir. Si a esto se suma la posibilidad de que el virus mute para hacerse más letal o resistente, como temen los científicos, la pandemia adquiriría dimensiones apocalípticas y la especie humana quedaría en grave riesgo de desaparecer.
Debemos tener conciencia de esta realidad para abandonar las discusiones estériles alrededor de la pandemia. No es posible que aún sigamos debatiendo sí es más importante la vida o la economía.
Es probable que el virus desaparezca en forma tan inesperada y misteriosa como apareció, pero esta es una mera expectativa optimista. El hecho cierto es que aumentan los contagios y las muertes por la enfermedad, así como el número de personas que creen que el peligro pasó o que nunca existió (Trump).
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De las enfermedades zoonóticas (virus, bacterias, hongos, protistas), los virus son los más peligrosos, porque no existe un medicamento que sirva para combatirlos eficazmente.
Estamos a merced de un enemigo invisible y poderoso, que puede causar una tragedia igual o superior a la Peste Bubónica. La expectativa de una pronta vacuna, es solo eso, una expectativa que puede verse frustrada por los resultados en las pruebas con humanos.
Nos falta mucho por aprender. La ciencia y la tecnología tienen avances significativos en muchos aspectos, pero aún estamos indefensos ante las enfermedades transmitidas por animales. El dilema no es entre vida y economía. La reactivación económica, en medio de la pandemia, es necesaria, pero no podemos seguir actuando como si el Covid-19 hubiese dejado de ser una amenaza.
La arrogancia e indiferencia de los gobernantes con las personas más vulnerables, la ignorancia, el negacionismo fruto de ideologías oscurantistas, la falta de previsión y cuidado, nos pueden arrastrar a escenarios realmente catastróficos donde impere la desesperanza, el miedo y el arrebato.
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