El «síndrome del impostor», a veces llamado «síndrome del fraude», es un trastorno psicológico en el cual las personas exitosas son incapaces de reconocer sus logros.
Quienes lo padecen sienten que no se encuentran a la altura de las circunstancias o que no merecen lo que han obtenido como fruto de su trabajo.
Lo impresionante de esta historia es que la protagonista logró convertir esa debilidad en una ventaja.
Cuando Sarah era una veinteañera tenía un trabajo de alta responsabilidad: estaba a cargo del desafío de conseguir las mejores adquisiciones para una famosa cadena de restaurantes en Reino Unido.
Era una enorme responsabilidad comercial que dependía, en gran parte, de sus habilidades negociadoras para conseguir los mejores negocios y cerrar contratos por miles de dólares.
Un día, llegó dos minutos tarde a una reunión clave donde se iban a discutir los términos de un nuevo contrato.
«Uno de los abogados, que estaba sentado en el otro extremo de la mesa, levantó la vista y me dijo: ‘¡Gracias a Dios!, quisiera un café con un poco de leche y una cucharada de azúcar'», cuenta la empresaria, comprendiendo de inmediato que la había confundido con una asistente de la oficina.
¿Cómo reaccionó la emprendedora? Se dio la vuelta, le sirvió el café y le preguntó al resto de los negociadores si alguien más quería un café.
Nadie más pidió el servicio. Entonces ella se sirvió un café a sí misma y se sentó en el otro lado de la mesa, justo frente al abogado que la había confundido.
Cuando él se dio cuenta de lo que había pasado, cuenta Willingham, se puso transparente.
En ese momento, él comprendió la suposición que lo había llevado a cometer un error.
«Fue un hermoso momento en mi carrera, realmente fortalecedor, porque me di cuenta de que el síndrome del impostor se convirtió, en ese momento, en mi superpoder», señala.
«Adivina, ¿quién salió de esa reunión con un buen negocio?», pregunta con una sonrisa en su cara.
Esa es la experiencia que vivió esta empresaria al enfrentarse a los prejuicios que por varios años la hacían sentir que no merecía el lugar donde se encontraba.
Sin embargo, al abordar sus miedos de frente terminó dándose cuenta de que podía manejarlos, e incluso cambiar las circunstancias para volverlas a su favor.
Para muchos de los que experimentan el síndrome del impostor en el mundo del trabajo -sintiendo a menudo que sus logros laborales son inmerecidos y que es probable que en cualquier momento queden expuestos como un fraude- las cosas se vuelven muy desafiantes.
Puede llegar a convertirse en algo perjudicial para alcanzar el éxito, porque si estás preocupado de que alguien vaya a desenmascarar la farsa, enfrentas un nivel de presión tan alto que finalmente puede afectar tu rendimiento por el temor a fracasar.
Sin embargo, no es tan así, porque hay otra cara de la moneda.
Según los descubrimientos científicos hechos por Basima Tewfik, académica de Estudios de Trabajo y Organización en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, MIT, los comportamientos que exhiben los «impostores» en un intento de compensar sus dudas sobre sí mismos pueden convertirlos en buenos trabajadores.
Al dar cabida a los sentimientos de insuficiencia, en vez de tratar de resistirlos, quienes sufren el síndrome del impostor pueden superar a sus compañeros «no impostores».
Según Tewfik, esto significa que un rasgo que a la mayoría de las personas no les gusta de sí mismas puede, en realidad, motivarlas a desempeñarse mejor, de acuerdo a lo que han arrojado los resultados de sus experimentos.
«Todo esto me hace sentir muy emocionada», le cuenta la académica a la BBC. «Podría ser una ventaja y tal vez deberíamos empezar a pensar en aprovecharla».
Sus investigaciones sugieren que los beneficios tangibles que pueden surgir de los pensamientos impostores en el lugar de trabajo.
Esto ocurre, explica, porque uno de los principales puntos que definen el síndrome del impostor es la brecha entre cómo los individuos perciben su propia competencia y cuán competentes son en realidad.
Entonces, el síndrome está relacionado más bien con la percepción que con el desempeño.
En ese sentido, esta brecha de habilidad laboral percibida puede no estar afectando negativamente la calidad de su trabajo después de todo.
Y, si las dudas sobre sí mismos los llevan a esforzarse más en sus conexiones interpersonales, incluso puede ayudarlos a superar a sus colegas en el desarrollo de sus habilidades sociales.
Adam Grant, psicólogo organizacional y profesor de la Wharton School of Business de la Universidad de Pensilvania, le dice a la BBC que los hallazgos de la académica son novedosos, porque históricamente se ha considerado el síndrome del impostor como algo exclusivamente negativo.
«Su investigación está abriendo nuevos caminos al destacar que los pensamientos impostores pueden ser una fuente de energía», afirma.
«Puede motivarnos a trabajar más intensamente para demostrarnos algo a nosotros mismos y trabajar de manera más inteligente para llenar los vacíos en nuestros conocimientos y habilidades», añade.
Aunque existen varias recomendaciones para ayudar a los trabajadores a tratar de superar sus sentimientos de impostores, varios expertos creen que el objetivo real debería ser revisar la suposición de que el síndrome del impostor es puramente perjudicial.
Es cierto que algunas personas tienen la creencia crónica de que son un fraude, pero para la mayoría de nosotros, explica Grant, se manifiesta como dudas comunes sobre si estamos a la altura de los desafíos a los que nos enfrentamos.
Y aunque esto puede causar estrés, miedo o disminución de la confianza en uno mismo, agrega, también revela dudas que son normales e incluso saludables.
«En lugar de frenarnos, pueden impulsarnos», dice el experto.
Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.