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La enfermedad oculta de Benito Mussolini y la creación del primer experimento totalitario del siglo XX

Mussolini durante un discurso en Milán en mayo de 1930. (Bundesarchiv via Wikipedia)

Mussolini durante un discurso en Milán en mayo de 1930. (Bundesarchiv via Wikipedia)

Benito Mussolini está enfermo. Recostado en el sillón de su pequeña habitación maloliente, el Duce es sacudido por violentos dolores abdominales. Es el año 1925 y Mussolini, el “hijo del siglo”, acaba de derrotar a todos su enemigos. Apenas unas semanas antes asumió ante el Parlamento la “responsabilidad política y moral” de la muerte del diputado socialista Giacomo Matteotti, brutalmente asesinado por un grupo de squadristas fascistas. Mussolini, el más joven primer ministro en la historia de Italia, tiene el camino despejado. Sin embargo, está al borde de la muerte, corroído por una úlcera que no le da tregua.

“La trágica grandeza de la situación es ésta: si muero, todo se desmorona”, reflexiona. “El régimen fascista es, hoy, la forma de ser de Italia, es la propia Italia, pero no resistiría ni una hora a la muerte de su fundador. Solo yo, el hombre que da fuerza al Estado, al fascismo, solo yo puedo frenar el fin; y, entonces, soy el Estado, soy el fascismo”.

Así comienza “M. El hombre de la providencia” (Bompiani, en curso de traducción al español), la segunda entrega de la trilogía que el italiano Antonio Scurati comenzó con “M. El hijo del siglo” (Alfaguara). El libro que volvió a abrir el debate sobre la figura del dictador y su herencia, convirtiéndose en un éxito internacional.

La tapa del nuevo libro de Scurati. La primera entrega, "M. El hijo de siglo", fue traducida a 40 idiomas, entre ellos el castellano.
La tapa del nuevo libro de Scurati. La primera entrega, «M. El hijo de siglo», fue traducida a 40 idiomas, entre ellos el castellano.

Si en el primer volumen (de 1919 al crimen de Matteotti) Scurati relató la violencia y fuerza revolucionaria del fascismo, en este segundo libro (de 1925 a 1932) el escritor desentraña los años centrales de la dictadura y el trágico camino de una nación hacia el totalitarismo.

Así, si Mussolini está enfermo, Italia también. Y esa enfermedad es el fascismo. “La política fascista como enfermedad está grabada no solo en el cuerpo del país, sino también en el cuerpo de Mussolini. La úlcera duodenal es una patología muy psicosomática”, dijo Scurati en una entrevista al Corriere della Sera. “Lo hago desesperar en el primer capítulo, el único en el que habla en primera persona, junto con el último: ‘Ya no fumo, apenas bebo, ¿por qué me pasa todo esto?’. Porque esa enfermedad es el fantasma de Matteotti asesinado por la violencia fascista que nunca cesa”.

Al igual que en su primer libro, en su nueva obra Scurati recurre a numerosos documentos históricos, algunos inéditos o poco conocidos, que complementan y validan el relato principal. En “M. El hombre de la providencia” la mirada se detiene en los objetivos de Mussolini, un hombre obsesionado con dejar su huella en la Historia, contrapuesto a unos jerarcas enfrentados en disputas cada vez más mezquinas.

Benito Mussolini junto a su esposa Rachele y sus cinco hijos en los años 30 (Everett/Shutterstock)
Benito Mussolini junto a su esposa Rachele y sus cinco hijos en los años 30 (Everett/Shutterstock)

Son los años en los que Mussolini se convierte en el hombre de la Providencia del título. “Mussolini asciende ahora a la legendaria fama de un hombre al que es inútil atacar porque evidentemente está protegido por la Providencia”, se lee en un cable de la agencia de prensa Reuters fechado el 12 de septiembre de 1926. «El hombre a quien la Providencia nos hizo encontrar”, dirá del Duce el mismísimo papa Pío XI tras la firma de un acuerdo entre el Vaticano y el Estado fascista en 1929.

Son, también, los años de la empresa colonial italiana en África y el espejismo de un “Imperio” tildado de “colección de desiertos” pero que sedujo a los italianos y producirá atrocidades, desde el uso de gases prohibidos por los tratados internacionales hasta la creación de campos de concentración como el de El Abiar, en Libia. Quizás uno de los méritos mayores de la obra de Scurati es rescatar este capítulo oscuro de la historia italiana, durante largo tiempo eliminado de la conciencia colectiva del país y que sólo recientemente comenzó a abordarse en medio de cuestionamientos al legado del famoso periodista Indro Montanelli por su actuación en la campaña colonial.

El jerarca fascista Rodolfo Graziani y Amedeo d'Aosta entran en el oasis de Cufra, durante la conquista de Libia en 1931
El jerarca fascista Rodolfo Graziani y Amedeo d’Aosta entran en el oasis de Cufra, durante la conquista de Libia en 1931

Los años que van del 1925 al 1932 son sobre todo aquellos en los que llega a cumplirse el primer exitoso experimento totalitario del siglo XX. La larga mano del régimen lo alcanza todo: el Estado, las instituciones, el ejército, la Corona, el mundo católico y cada individuo, hombres y mujeres, son fascistizados a través del control del trabajo, las actividades recreativas, la maternidad, la infancia, el deporte, la cultura.

Scurati cuenta la descomposición del mundo liberal “coleccionista de fracasos”, que exhala sus últimos alientos mientras los diputados son “apresados”, “arrastrados de los pelos” y aplastados “contra las paredes con palos y puñetazos en los dientes»; la impotencia del Rey, la violencia de los squadristas, usados y luego desechados por Mussolini con igual indiferencia; los atentados contra el dictador —muchos de los cuales eran puestas en escena cuyo fin era favorecer ulteriores restricciones a las libertades— y el impulso a la modernización del país a través de la realización de obras públicas, acueductos, puentes, sistemas eléctricos, edificios públicos, escuelas, carreteras, ferrocarriles. Un programa que alimentó el mito y permite entender las razones de la proliferación de partidos post-fascistas hasta el día de hoy. (En Italia, un país que a diferencia de Alemania nunca hizo una reelaboración realmente crítica de la dictadura, un sector social sigue justificando los crímenes fascistas porque, después de todo, “Mussolini también hizo cosas buenas”).

Mussolini no es el único personaje histórico cuyas vicisitudes se narran en la novela: entre ellos se encuentran su hija Edda, una joven extrovertida y reacia a los mandatos sociales de la época, el comandante de la campaña de África, a la vez héroe y genocida, Rodolfo Graziani, el débil secretario del partido fascista Augusto Turati, y otros que ya aparecieron en el primer libro, como el poeta Gabriele D’Annunzio y Margherita Sarfatti, la amante y figura clave para el ascenso de Mussolini, que el Duce, al igual que los squadristas, abandonará sin piedad en el momento en que dejará de serle útil para su objetivos.

Margherita Sarfatti, una de las amantes más importante de Mussolini (@mart_museum)
Margherita Sarfatti, una de las amantes más importante de Mussolini (@mart_museum)

Entre ellos, la figura que se destaca es la de Arturo Bocchini, el jefe y creador de la OVRA (Organización para la Vigilancia y la Represión del Antifascismo), la temida policía política del régimen, cuya sigla fue elegida precisamente para aludir a los tentáculos de una piovra, un pulpo del que era imposible escapar.

Bocchini era el jefe de un siniestro aparato de control que utilizaba escuchas telefónicas, informes confidenciales, cartas anónimas —todas recogidas en la novela— para crear un “servicio de archivo biográfico” en el que se catalogaban minuciosamente todas las características del sospechoso, con especial foco en sus vicios y tendencias sexuales. El objetivo, escribe Scurati, era “grabar a todo un pueblo”. El propio Mussolini fue víctima del accionar del OVRA y de los chismes, que en algunos casos él mismo alimentaba con tal de aumentar el culto a su personalidad.

En unas de las escenas más poderosas de la novela, Mussolini está frente al busto de bronce realizado por el artista Adolfo Wildt, contratado por Margherita Sarfatti. La obra retrata el rostro orgulloso y sombrío de “un hombre adentro y en contra de la historia”. Todos temen la reacción del Duce. ¿Será de admiración o enojo? Finalmente, Mussolini aprecia el retrato. “Magnifico, así es como me siento”.

La escultura de Mussolini realizada por Adolfo Wildt (Wolfgang Moroder/Wikipedia)
La escultura de Mussolini realizada por Adolfo Wildt (Wolfgang Moroder/Wikipedia)

A través de los bustos y las películas de propaganda, el cuerpo de Mussolini se vuelve místico, dice Scurati. Pero es un cuerpo enfermo, aquejado por un mal que sufrirá durante toda su vida. “Durante 5 semanas, Mussolini estuvo sin aparecer, debido a esa úlcera que casi lo llevó a la muerte», dijo Scurati. «Un hecho conocido, pero los historiadores lo descartan en dos líneas”.

De alguna manera, dice el escritor, ese cuerpo, solo aparentemente fuerte e invencible, refleja la incapacidad de Mussolini de cumplir con las expectativas que había desatado.

“Aquí está el tema principal del libro: la llegada del hombre de la Providencia no se cumplió», dijo Scurati al Corriere. «El Mussolini de los primeros años, el autodenominado líder revolucionario que a muchos les pareció un innovador, pronto queda atascado en el eterno pantano ministerial del que se convierte en heredero y arquitecto: muchos rasgos de la burocracia estatal y ministerial que hoy afligen al país se remontan a los años Veinte. En este sentido la expectativa por el hombre de la Providencia quedó defraudada”.

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