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La historia de Firmino, el brasileño que amargó a Flamengo

por Redacción BL
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La historia de Firmino, el brasileño que amargó a Flamengo

Estaba solo, demasiado solo, quizá la defensa del Flamengo buscaba a Salah o a Mané, quizá pensaron que Firmino, brasileño como ellos, no iba a estropear el esfuerzo y la ilusión de ese famoso equipo rojinegro. Nadie lo vio venir, pero ahí estaba, como un fantasma, haciendo gala de su oportunismo y su técnica, y anotó como si fuera un jugador de videojuego: entró por el centro del área, recibió el pase, enganchó, remató, anotó, corrió, gritó, se quitó la camiseta, exhibió sus numerosos tatuajes, celebró como lo hace Cristiano Ronaldo, pero no, celebró más como un inglés, así lo gritó, al fin y al cabo, Flamengo nunca fue el equipo de sus amores.

Roberto Firmino Barbosa de Oliveira no tenía por qué ser ‘torcedor’ de Flamengo, el equipo de los 40 millones de hinchas. Él no. A él, que hace poco apareció en redes sociales con una camiseta del Fluminense –el rival de Flamengo–, no le interesó nunca ser de esa mayoría. En realidad, su equipo, el de su infancia, y el que espera defender algún día, es Corinthians, otro famoso, pero de São Paulo. Así que en la final del Mundial de Clubes del sábado pasado, Firmino, el delantero del Liverpool, no fue ningún traidor de su patria.

La infancia de Firmino pudo ser la de cualquier jovencito brasileño que crece en una favela, evade la violencia y juega a la pelota para alcanzar la gloria. Firmino no tiene esos antecedentes, pero sí era humilde, vendía agua de coco en la playa y soñaba con ser futbolista, pero su familia no quería ese camino. Un doctor, un ingeniero, un gerente, cualquier otra profesión, pero no futbolista. Así que el mayor desafío de Firmino mientras crecía, en Maceió, capital del estado de Alagoas, era tener que burlar a sus padres, saltar el muro de la casa para escaparse e ir a jugar. Resultó que este jovencito, por entonces escuálido, tenía un talento en las piernas y tenía que sacarlo. El salto a la gloria fue rápido.

Futbolista de videojuego

Firmino corría veloz, anotaba, tenía buen pase, movilidad, todos los puntos en alto. Ese era su perfil, pero no en la cancha, sino en un famoso videojuego llamado Football Manager. Sus cifras virtuales eran tan impresionantes que el ojeador del Hoffenheim, Lutz Pfannenstiel, se dejó llevar por el instinto y por el simulador de datos y lo fichó. Firmino era futbolista del Figueirense, de la serie B de Brasil. Había arrancado en el modesto Club Regatas. A sus 18 años se le apareció la Virgen.

Se fue sin jugar en primera división en Brasil. Fue contratado, pese a las críticas y el escepticismo en Alemania, por 3 millones de euros. A nadie defraudó allí. Fue como adquirir un diamante en bruto. También fue su recompensa, porque había tenido un viaje frustrado a Francia, para probarse en el Olympique de Marsella. No pasó del aeropuerto de Madrid porque fue deportado. Regresó entre lágrimas. Pero el percance no derrumbó sus sueños de gloria.

A Alemania llegó, como era de esperarse, sin hablar alemán. Pasó 4 años y medio, anotó 38 goles en la Bundesliga. Se encariño tanto con ese club y ese país y esa liga que le costó la partida, cuando el poderoso Liverpool lo fichó por 40 millones de euros. Entonces, Firmino se quiso tatuar una frase en alemán –los tatuajes son parte de su personalidad–: “Familia, amor sin fin”, solo que la traducción le quedó mal y por un tiempo fue el centro de las burlas de sus compañeros alemanes, por su tatuaje mal escrito.

A Inglaterra llegó, como también era de esperarse, sin hablar inglés. Sin imaginar que se convertiría en una estrella de ese equipo, que ganaría la Liga de Campeones en la temporada 2018-2019 y que conformaría ese temible tridente de ataque junto a Salah y Mané, tridente que conquistó Europa y que el sábado pasado conquistó el mundo. “Este es mi mejor año como profesional, pero todavía estoy inquieto, porque siempre quiero más, crecer y crecer más”, dijo Firmino antes de la final de la Liga de Campeones. Y como ya no era un desconocido, Firmino tuvo cabida en la selección de su país, primero al ser llamado por Dunga. Hoy ya lleva 13 actuaciones con Brasil, estuvo en el Mundial de Rusia y jugó 4 partidos. También jugó la pasada Copa América de Brasil y anotó dos goles.

En el club inglés, a sus 28 años, lleva 72 goles oficiales y acaba de anotar uno de los más importantes, cuando apareció como un futbolista de videojuego y definió con clase, en la prorroga, para amargarle la historia al Flamengo; lo hizo él, que es brasileño, pero que ese día celebró como inglés.

PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @Pablo Romero



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