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La noche en la que Dios nació en febrero: así es la histórica tradición de Quinamayó

La noche en la que Dios nació en febrero: así es la histórica tradición de Quinamayó

por Redacción BL
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Dios nació en febrero. A los ancestros de Quinamayó, esclavos negros que secuestraron de África, no los dejaban celebrar la Navidad en diciembre. Ese era un mes exclusivo para el disfrute de sus amos. No contentos con estar al margen de las celebraciones, los afros dicidieron realizarlas 45 días más tarde; el mismo tiempo en el que la Virgen María guardó ‘dieta’ luego del parto.

Y así fue como Dios -Jesús- empezó a nacer en febrero hace más de 150 años. Un milagro que vino antes de la existencia misma de Quinamayó, hoy corregimiento de Jamundí, Valle, una población que se fundó como palenque de esclavos que huyeron de los abusos de la Hacienda Japio, ubicada en Caloto, Cauca.

“Ellos bajaron por el río Quinamayó, que nace en Santander de Quilichao. Y por eso el nombre de este pueblo, por ese río que les ayudó a alcanzar la libertad”, recuerda Wilmer Fernando Isajar, docente de la Institución Etnoeducativa Sixto María Rojas, colegio con 540 estudiantes.

Wilmer hace parte de los “tradicionalistas”, palabra que no es para nada despectiva ni que tampoco hace eco de una persona de miras estrechas, sino que más bien lo relaciona con esos quinamayoreños que no quieren ver morir a la tradición en las manos de jóvenes que cada vez más los persuade la frescura de un nuevo milenio.

Una quinamayoreña con la vestimenta tradicional de la región sostiene la figura de un ángel afrodescendiente a mitad de la vía principal del corregimiento. Durante la celebración, todos los ídolos son negros como forma de preservar la tradición afro del sector.

Jair F. Coll / El País

La vestimenta de Wilmer hace justicia a su carácter: mientras su cabeza la corona un sombrero kufi, el profesor luce una camiseta con arabescos dorados, figuras complejas que parecen rememorar antiguas realezas africanas.

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Explica que si uno suma 45 días a partir del 24 de diciembre, el procedimiento arroja el 2 de febrero. Pero las navidades nunca tienen lugar en esa fecha, sino en la segunda semana del mes, dado que ahí es cuando -antiguamente- se recogían las cosechas de cacao, plátano y yuca. “Antes eran las familias más pudientes -Carabalí, Balanta, Popó- las que hacían las fiestas. A la que mejor le iba en la cosecha era la encargada de contratar a los músicos y estar al frente de toda la organización”, cuenta Wilmer.

Quinamayó

No todo es rito y misa durante las navidades de Quinamayó, pues también figura la llegada de juegos mecánicos para el disfrute de los jóvenes y niños del corregimiento, como la rueda, el carrusel, entre otros.

Jair F. Coll / El País

Todo cambió más o menos 30 años atrás: la celebración se amplió de un día a cuatro, los quinamayoreños crearon programaciones y la Navidad empezó a depender poco a poco de los recursos de la Alcaldía de Jamundí. Y en esta ocasión, la estrategia de miedo provocada por el paro armado del ELN había tenido efecto en esta población de 8000 habitantes, que tuvo que aplazar las actividades para realizarlas entre el 28 de febrero y el 2 de marzo.

Lo que nunca cambió fue que el sábado se tratara del día más importante de la jornada, puesto que Dios no solo nació en febrero, sino también un sábado.

Quinamayó

Los juegos mecánicos suelen ubicarse siempre a una esquina de la única cancha de fútbol que tiene el corregimiento.

Jair F. Coll / El País

Mientras que las cantaoras ensayan los arrullos para sosegar al Niño Dios Negro, los adolescentes se toman selfies en medio del festival para alimentar sus cuentas de Instagram. La misa principal absorbe la atención de decenas feligreses a la entrada del pueblo, lo mismo le ocurre a los niños que están en un extremo de la cancha de fútbol, pero con los juegos mecánicos, como la rueda giratoria que quita el aliento de cualquiera.

La Navidad oscila entre el rito y la fiesta. Entre la espiritualidad y la juerga. Es un péndulo que no tiene interés en detenerse en un punto medio que enlace ambos extremos, salvo en una sola oportunidad: la procesión del Niño Dios desde “Belén” hasta la entrada de Quinamayó el día sábado.

El recorrido lo inaguran once músicos que interpretan instrumentos de aire y percusión, entre los que destacan el saxofonista, el tamborista, el clarinetista, entre otros. Las primeras notas que interpretan son las del himno nacional. Y las siguientes, las jugas, ritmos ancestrales propios de las comunidades negras del sur del Valle y norte del Cauca.

Quinamayó

La calle principal siempre la ocupan puestos en donde venden comidas tradicionales, como empanada de zarigüeya, pero también platos más occidentales, como hamburguesa o perro.

Jair F. Coll / El País

Tan pronto la música se sumerge al interior de los oídos de los quinamayoreños, y hace agitar el tímpano y los nervios con fuerte excitación, las rondas de baile se toman la calle principal, en donde los conductores de buses intermunicipales, impacientes, deben esperar a que avance la procesión hasta que el camino se despeje.

Los pasos de baile de los hombres son “arrastraditos”, un recuerdo de cómo se caminaba con los tobillos encadenados en épocas de esclavitud, al igual que con las manos “atadas” a la espalda, que también es una muestra de respeto a la mujer, que danza dando vueltas con sus manos y cintura.

—¡Que viva Quinamayó! —grita un campesino en medio de los músicos. Y sus amigos le secundan:
—¡Que viva! ¡Que viva, carajo!

Quinamayó

Alba Nubia Ocoromina, cantaora de Buenaventura, sostiene una antología de canciones dedicadas al Niño Dios Negro. Pese a que Quinamayó no es un pueblo del Pacífico, conserva muchas características del mismo.

Jair F. Coll / El País

La procesión avanza con lentitud por las calles de tierra pelada, justo en frente de todas esas casas a las que no les da miedo pasar toda la noche con la puerta abierta y que tampoco tienen pena de colgar la ropa recién lavada para que se seque de los cables que cuelgan de las fachadas. A lo largo del recorrido, de estación en estación, al grupo, compuesto por 500 feligreses, se le suma la guardia real del Señor.

“Son niños de la comunidad que visten de ángeles, quienes dan la ceremonia ante la llegada de Dios a la tierra; de soldados, que son los que resguardan su camino; de María y José; de la Estrella del Oriente, interpretada por una niña que marca el camino a seguir, y el padrino y las dos madrinas, que cargan la canasta en donde reposa el Niño Dios Negro”, enumera Mirna Rodríguez, matrona de Quinamayó y cantaora de brazos fuertes que organiza todos los hilos que dan movimiento a la Navidad.

Luego de su paso por “Belén”, una casa grande en donde el Mesías espera que lo recojan, la procesión se dirige a la Iglesia, en donde todos los personajes de la guardia real bailan al ritmo de la juga en frente del recién nacido. A la ronda se suman dos personajes más: hombres disfrazados de buey y mula, los primeros animales que, según la Biblia, atestiguaron la existencia del Salvador.

Quinamayó

Antes de la procesión, se celebra una misa a la entrada del pueblo, actividad que recibe el apoyo de la Arquidiócesis de Cali.

Jair F. Coll / El País

Apenas acabe el rito en el templo, la procesión se reorganiza a las afueras, esta vez con ambos flancos resguardados por niños que sostienen antorchas de por lo menos dos metros de largo. Cada tanto, una cantaora interrumpe el recorrido para recitar una estrofa para “pedirte licencia para entrar a Belén”.

Al poco rato, encienden los juegos pirotécnicos en medio de la calle principal. Un hombre se atreve a hacer la juga en medio de la explosión, con las manos extendidas para recibir los restos brillantes de pirotecnia. Dice llamarse Heiber Fajardo, desplazado por la violencia de Suárez, Cauca. Hace 20 años llegó a este pueblo de esclavos libertos y al día de hoy dice reconocerse como nativo de Quinamayó, único lugar sobre la tierra en donde Dios nació por segunda vez.

Quinamayó

La Juga es como se le conoce a los ritmos musicales que son típicos de comunidades negras del norte del Cauca y sur del Valle. En las fiestas de Quinamayó, son once los músicos los que llevan a cabo las piezas más importantes de la celebración.

Jair F. Coll / El País

Ser negro

”Ser negro es de mucho orgullo, es ser todo. Y ser negro de Quinamayó es como algo muy grande para definir. No sé, me supera en palabras”: José Heider Mancilla, líder juvenil del corregimiento.

”Ser negro no solo implica tener oscura la piel, pues también significa conservar las tradiciones que nuestros ancestros nos dejaron. Puede que los jóvenes estén perdiendo un poco eso y por eso no dejamos de enseñarlo en la escuela”: Wilmer Isajar, docente de la Institución Etnoeducativa Sixto María Rojas.

Quinamayó

Durante la procesión del Niño Dios Negro, los niños interpretan personajes bíblicos, como los ángeles del Señor.

Jair F. Coll / El País

Quinamayó

La celebración de Navidad en el día sábado concluye en la detonación de fuegos artificiales, así como en la interpretación de la juga, actividades que se extienden hasta el amanecer.

Jair F. Coll / El País



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