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La tecnología corre más que la ética

La tecnología corre más que la ética

La tecnología es más que un conglomerado de artefactos y técnicas. Si los sistemas mediante los que se produce el conocimiento y los sistemas técnicos a través de los que se aplica en la denominada industria 4.0 son intencionales, por fuerza, aparecen problemas éticos sobre las motivaciones de sus actores, los propósitos fijados por la investigación y los resultados obtenidos, sean o no los perseguidos. En opinión de especialistas como Ravinder Kumar (Amity University, India), Rajesh Kr. Singh (Management Development Institute Gurgaon, India), Yogesh Dwivedi (Swansea University, Reino Unido) o Edmondo Grassi (Università degli Studi Roma Tre, Italia), ninguna acción vinculada a la tecnología es inofensiva.

No hay ciencia por la ciencia ni tecnología para la tecnología. Ambas constituyen un organismo dinámico en el que confluyen prácticas, acciones e instituciones que buscan alcanzar ciertos objetivos, que son determinados por necesidades, deseos y valores. Según la conclusiones del artículo publicado por Mohammad Chowdhury en el Malaysian Online Journal of Educational Sciences, dado que el uso que se deriva de ella no es neutral, la tecnología puede ser aplaudida o condenada en función de su finalidad, los resultados y las consecuencias que produzca, especialmente sobre las personas como agentes morales.

Los valores son criterios para regir el comportamiento. Su práctica identifica a un sujeto con la manera de ser del grupo al que pertenece. Es así como se afirma, también en plena cuarta revolución industrial, una determinada concepción de la humanidad. El bien, la verdad, la felicidad, la virtud o la belleza son nociones que, desde el principio, han guiado el comportamiento y las aspiraciones de las personas y las sociedades. Aunque haya sido de forma intuitiva, mujeres y hombres han definido sus valores a lo largo de la historia y, posteriormente, los han reflejado en leyes, costumbres, religión y cultura.

Esta serie de factores da lugar a la mentalidad, recuerdan autoras como Maria Stanislavovna Matantseva y Nataliya Petrovna Ledovskikh (ambas docentes de la Ryazan State University, en Rusia), Dmitry Alexandrovich Matantsev (The Academy of Management of Internal Affairs of Russian Federation) o Aleksandra Leonidovna Piterskaya (Russian State Social University). Así, las creencias, los hábitos, las actitudes y las respuestas individuales y colectiva ante los retos de la vida cotidiana y la historia forman parte de unos procesos dinámicos que se entrelazan de generación en generación, influidos por la tradición, los sueños, los deseos, la confianza, los miedos y las frustraciones de cada sujeto y de la comunidad en la que se integra.

Para entender mejor las mentalidades colectivas, hay que fijarse en la historia. Aunque novedades como la explosión digital o desastres como la pandemia del coronavirus parezcan una invitación al olvido, el legado de las generaciones pasadas es tan importante como las acciones presentes y las promesas futuras, como señalan los profesores Michael Gravier, Christopher Roethlein y John Visich, docentes de la Bryant University (Estados Unidos). No en vano, todas las actividades de las personas, también el lenguaje verbal y el gestual, corresponden a un entorno mental conjunto y condicionan las motivaciones, las elecciones y las maneras de afrontar las consecuencias de los actos humanos.

Ciencia y tecnología son sistemas intencionales de acción. Se desarrollan según valoraciones, por lo que son susceptibles de evaluación ética. La investigación aplicada al conocimiento científico y al modo en que se extiende a la tecnología son dos de las tareas más relevantes en la época actual, pero no son oasis morales. El progreso, por ejemplo, es el principal valor defendido cuando se habla de ciencia y tecnología. Pero, para los expertos indonesios Usmeldi Usmeldi y Risda Amini o S. Trisna, ambas disciplinas no se encuentran nunca desvinculadas de intereses y pasiones.

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