Libres – Por: Diego Matís – Columnistas

El caso del encierro domiciliario para los mayores de setenta años, sin una inhalación; sin un respiro callejero, ha sido una lucha entre un humanismo filosófico y un paternalismo político.

En el paquete de normas que rigen a partir del 1º de junio, se concedió una hora y media en la semana a los adultos mayores, para que puedan tomar el sol. En la Guayana Francesa de 1942, donde los  condenados pagaban pena a perpetuidad, existía una prisión de castigo en, la isla de San José.  Era una prisión dentro de la prisión y en ella concedían una hora diaria de sol y mar a los forzados, que purgaban penas largas en castigo.  

Claro está, no se pueden comparar las condiciones de reclusión de los prisioneros franceses con la nuestra, en la comodidad de nuestra casa, pero aquellos eran jóvenes; los nuestros, hombres viejos. Y la necesidad de sol; de aire fresco; de espacio abierto; de contacto humano; de libertad, igual para ambos.

Amparados en las estadísticas que indican la alta mortalidad por contagio, de este sector de la población, quienes decretaron esta norma, no tuvieron  en cuenta que cualquier hombre mayor de setenta años, mientras no sufra de Alzheimer o esté impedido para moverse por si mismo, no ha perdido el  derecho a ejercer su libre albedrio.

Un par de horas diarias, para respirar mejor; calentar los huesos bajo el sol;  advertir de nuevo el olvidado placer de caminar; de sentirse libre aún, es un derecho que no necesariamente, tiene que ser un alto riesgo de contagio y menos aún en poblaciones donde no ha llegado el virus o en municipios con un bajo índice de contagios.

Las experiencia adquirida a través de sus vidas les ha brindado suficiente sensatez, para poder calcular sus riesgos; prudencia para respetar los protocolos y suficiente humildad para aceptar las limitaciones.

En Europa la tasa de población mas alta es la de los adultos mayores, por lo tanto es lógico que mueran, por covid-19, más de estos adultos, que gente joven. Además, en algunos centros para la tercera edad se ha colado la infección causando gran número de víctimas, y agravando los hechos.

El hombre mayor no se infecta de coronavirus simplemente por pasar de los setenta años; todo ser humano, en cualquier edad, es susceptible de contagio.

Se debe tener en cuenta que en los informes oficiales, no se publica la edad de los contagiados; solo la edad de los muertos. Es seguro que, en tal caso,  el número de enfermos menores de setenta años por COVID-19 sería  considerablemente alto.

Son las enfermedades de base las que condenan a los mayores, pero no todos ellos las sufren. Muchos mantienen una buena salud física y mental. Tanto, que algunos han superado el ataque del coronavirus.

Que importante sería conocer la tasa poblacional de los hombres de setenta años en Colombia, y compararla con la de cuarenta a sesenta y así sucesivamente, hacia abajo.

Desde luego, es necesario también que el ciudadano mayor haya adquirido cierto grado de conciencia, para merecer este reconocimiento, pues diariamente vemos en las calles a muchos imprudentes septuagenarios, saltándose las normas establecidas contra el coronavirus, sin ninguna responsabilidad.

Pero no pueden pagar, sensatos por necios y menos aún con su libertad. ¡Sobre todo no es justo que la norma autorice sacar al perro diariamente, mientras al hombre solo le permiten salir tres veces a la semana!

Es indudable que hay una necesidad imperiosa de mantenernos alejados de la vida social, pero se necesita mucho equilibrio en el diseño de las normas a seguir en esta contingencia. El aislamiento total por largos espacios de tiempo, impacta duramente la salud mental y física de los ciudadanos, especialmente la  de quienes tienen que soportarlo por más tiempo y que son, casualmente, los más vulnerables.

El video que circuló esta semana en Facebook, en el que, dos policías forcejean con un hombre entrado en años, es vergonzoso y hasta indignante. Todo adulto, mayor o no, lucha y luchará siempre por su libertad; la exige y la exigirá como un derecho innato e inalienable.

Estos hechos lamentables se pueden evitar, estableciendo una norma más flexible que la actual, sin que se ponga en alto riesgo la vida de los adultos mayores. Es un asunto de mayor sensibilidad; de equilibrio, al dictar las necesarias normas que deben regir en la sociedad, para este tiempo de  pandemia.

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