in

LOS AGUACEROS

LOS AGUACEROS | Noticias de Buenaventura, Colombia y el Mundo
Imagen tomada del website www.amp.jsonlince.com

El Pasaje Santander ubicado en la Primera Etapa del barrio La Independencia de Buenaventura tenía las características de ser una bajada en pendiente y empedrada con casas a cada lado de la calle, también solía haber grandes lotes con mucha vegetación. Ese era el pasaje a mediados de la década del 70. Tengo que remontarme al año 1974 cuando yo tenía 9 años y mi papá compró una casa en esta calle. En ese entonces vivíamos en Calle Nueva, en el centro de Buenaventura.

De haber vivido siempre en una casa de madera – hasta mis 7 años en Nayita y por un poco más de un año en Calle Nueva – la experiencia de vivir por primera vez en una casa de material – así llamamos en mi región a casas de ladrillo y cemento – fue algo diferente. Paredes sólidas y pisos con baldosas, ya no más madera. Pero por sobre todo, la experiencia de estar rodeado de vegetación, algo que en Calle Nueva no tenía. Para mí era emocionante.

Me deslumbraba asomarme por la ventana, ver tanto verde y un gran árbol de guayaba que teníamos en un terreno junto a la casa que hacía parte de la propiedad que don Pedro Nel, mi papá, había comprado. Yo estaba muy pequeño – unos 8 o 9 años – y no tengo noción del tiempo, pero me gustaba ver la lluvia de Buenaventura cayendo sobre toda esa vegetación que teníamos la lado.

No sé en qué momento me hice a mis amigos: Chombilo, Chucho, Orlando, William, Hebert, Darling, Marling y otros cuantos. Todos alrededor de mi edad. Vivíamos en la parte de abajo del Pasaje, cuando la calle ya casi se aplanaba. Recuerdo las noches de rondas donde nos reuníamos una cantidad impresionante de niños a jugar a la rueda, el pico (o escondite), libertad, la sortijita, congelado, al gato y al ratón, al mirón mirón (esta última tenía una canción muy particular: “… que pase el rey que ha de pasar, el hijo del conde se ha de quedar…”). Muchas de estas rondas tenían sus cantos que entonábamos con nuestras voces infantiles. Nunca se me va a olvidar una de esas noches cuando escuché a mi papá hablar con don Hernán – el padre de William y Darling – sobre la cantidad de niños que estábamos jugando y los cantos que hacíamos en las rondas.

Niñez afortunada, indudablemente. Generaciones diferentes en comparación con las actuales, indudablemente. Pero no juzgo, sólo comparo que me tocó vivir en un pueblo – porque eso era Buenaventura en los 70s – del Pacífico colombiano y en una época que no había la tecnología que existe hoy. Simplemente eran otros tiempos. Los chicos de hoy se divierten a su manera.

Teníamos mucho verde alrededor de nuestras casas – en ese entonces lo llamábamos monte – y nos internábamos para hacer caminos, cuevas y casitas con la misma vegetación. Pero también hacíamos comitivas. Me explico para quien no me entienda. Una comitiva era hacer de comer. Nos poníamos de acuerdo quién llevaba el arroz, quién el aceite, quién las papas, el tomate, la cebolla, en fin, todos poníamos algo y encendíamos un fuego con leña que recogíamos del monte y poníamos la olla sobre un fogón construido por nosotros mismos – colocábamos ladrillos a los lados y en medio metíamos las chamizas y sobre ella, sostenida sobre los ladrillos, cualquier metal que hiciera de parrilla para poner la olla – Por lo regular la comitiva era arroz con papa y tomate, pero nos sabía a gloria. Era hecha por nosotros mismos.

Quien conoce Buenaventura sabe de los aguaceros que suelen caer. Bueno, los tiempos han cambiado, no sé si sean igual de fuertes y frecuentes como me tocó de niño. El calor sofocante del puerto, su humedad tan alta y la falta de agua en las casas, nos permitía disfrutar de la lluvia como no se lo imaginan. En muchas oportunidades, cuando el aguacero era muy fuerte, nos echábamos a la calle a bañarnos. Algunas de nuestras casas tenían canoeras – así llamábamos en Buenaventura a los canales que recogían el agua lluvia de los techos – y nos metíamos debajo de esos fuertes chorros de agua que caían desde la altura de los techos de las casas. El Pasaje tenía también zanjas a cada lado para que el agua corriera por ellas y no se llevara el empedrado de la calle. Como vivíamos en la parte de abajo, las zanjas se llenaban de agua que bajaba a velocidad. Esos canales de agua los aprovechábamos para hacer barcos de papel y dejarlos arrastrar por la corriente. Algunas casas tenían en el frente unos tubos en las zanjas para que el agua pasara por ellos. La emoción perfecta de ver como nuestros barcos atravesaban estos túneles y salían victoriosos en el otro extremo para seguir el recorrido por las zanjas hasta la última casa del pasaje, la de doña María Cruz. Hace poco me sorprendió una fuerte lluvia en la calle. Después de tratar de protegerme debajo de un árbol, decidí que era mejor echarse a la lluvia. Me empapé de agua y en esos momentos me trasladé a mi niñez del Pasaje Santander del Barrio La Independencia de Buenaventura. Imágenes que nunca se me borrarán de mi memoria.

Natalia Gaitán le cuenta a El País cómo se repone de su lesión

Natalia Gaitán le cuenta a El País cómo se repone de su lesión

Editorial sobre el turismo colombiano y el asesinato de líderes - Editorial - Opinión

Editorial sobre el turismo colombiano y el asesinato de líderes – Editorial – Opinión