LOS AMORES

Imagen todama de www.mujermexico.com

Pensando en los amores, pensando en ese sentimiento hermoso, pensando en mis amores, en las personas que he amado, en esos seres extraordinarios que la vida me ha dado y con quienes he vivido momentos maravillosos.

Sin duda alguna, el amor a mis padres, ese que se aprende desde el vientre de una madre, ese que sentimos en nuestros primeros años gracias al cuidado cercano y estrecho de la mamá abnegada. Imágenes que nunca se borrarán de mi memoria, la de mi mamá en la cocina en una casa de madera del barrio Nayita de Buenaventura, entrando por las rendijas de entre los maderos la luz del sol de las mañanas  que se mezclaba y proyectaba con el humo del fogón esocandela donde Rosa Amalia Gómez de Ramírez cocinaba a diario, mientras sentaba a su bebé en el otro extremo de la cocina para ponerle cuidado. Esposo y demás hijos se encontraban en sus compromisos laborales y de escuela. Esa ternura de una mujer que vivió por sus hijos fue el amor que recibí y que quedó grabado en preciosas imágenes.

El amor de los hermanos mayores, en especial de Amparo, quien haciendo honor a su nombre, me amparó desde que nací convirtiéndola en una segunda madre para mi. No muchos han podido tener esa fortuna. Yo sí. Pero también el amor de los tíos, como el que recibimos mis hermanos y yo de la tía Emma, mejor conocida en la familia como Emmita. Una tía que nunca supo lo que fue dar a luz a un hijo, pero aprendió a ser madre con nosotros, sus sobrinos, ella también fue la tía-madre de mis primos Fredermán, Javier y William, así como de los cinco hijos de Rosa Amalia y Pedro Nel, donde me incluyo yo.

Pero el amor se diversifica y va mucho más allá cuando empezamos a crecer, cuando vamos a la escuela, al colegio, cuando conocemos esos seres llamados “compañeros”, con quienes compartimos gran parte de nuestras vidas como adolescentes. Ahí, en esa etapa de mi vida, también tuve mis amores. Un amor diferente del que se siente por los padres y la familia. Ese amor que se siente por ese compañero que no es tu hermano pero que empiezas a llamar amigo. Ése, el amor que sientes por un amigo lo conocí en mi adolescencia. Un amor que también trasciende el tiempo y cuando te haces viejo, sigue estando ahí, vivo, como si tu adolescencia no hubiera pasado. Julio César fue uno de ellos. Un amor incondicional que ha sobrevivido a las canas, a los achaques de los años, pero que sabes que está ahí, para siempre.

El otro amor es el de pareja, ese amor extraño que te produce cosquillas en el estómago, que te pone ansioso, que te hace pensar en esa persona de la que no puedes sacar de tu mente. Ese amor que compromete, además de sentimientos, sensaciones físicas y que te lleva al goce sexual de cada célula de tu cuerpo. Ojo, hablo de amor de pareja y no sólo de placer sexual, el cual se puede sentir con cualquier persona. También conocí ese amor de pareja. Ese ser con quien vives experiencias únicas y con quien planificas tu vida. Pensar por dos no es fácil, pero es fascinante cuando te compenetras con esa persona y el amor hace su trabajo de mezclar esas dos vidas en una sola. Un amor que también tuve la fortuna de vivir.

Pero hay un amor que jamás conocí. El amor de padre. Lo viví desde el rol de hijo, pero nunca tuve la oportunidad de hacerme papá. Esbozo de padre lo he tenido con mis sobrinos nietos o a través de la pérdida temprana de hijos por parte de amigos. Alegría infinita, pero también tristeza y dolor absoluto. Ese es el amor de padre al que he sido expuesto, pero sé que nunca lo conoceré. Sólo un padre sabe de ese amor y yo nunca engendré un hijo.

Afortunado he sido con mis amores. No me quejo. Muy agradecido de haber experimentado mis amores a lo largo de mi vida. Solo yo con mis amores. Solo yo con mis sentimientos. Solo yo con esas experiencias de amor de familia, de amistad y de pareja. Esos son los amores que me llevaré cuando llegue el momento de decir adiós. Para qué más.

Related posts

La Tapa de la Olla

Los ratones y el queso de la salud

Los ratones y el queso de la salud