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Mal perdedor – Noticiero 90 Minutos

Grillito lector

Crédito de foto: Especial para 90minutos.co

Un conocido adicto al juego -que no sabía qué era la ludopatía- me explica su adicción con una reflexión contundente: “El juego es un vicio porque el que va ganando no cree que vaya a perder y el que va perdiendo no pierde la esperanza de ganar y recuperarse”. Este hombre, -que pela un banano jugando dados o cartas-, le apuesta a todo y siente una fascinación indescriptible por la incertidumbre que en su mente es la certeza inexorable de ganar. No hay otra. Perder en una posibilidad remota -inexistente si se quiere- y se convence de esa mentira, así como la persona mitómana se miente a sí misma para no aceptar su realidad. Mientras conversábamos se jugaba un partido de fútbol y aprovechó para sugerirme una pequeña apuesta. Su impulso -por supuesto-, se cochó con mi conciencia, que él y los ludópatas consideran cobardía. En el fútbol los uruguayos, en la política los megalómanos con Donald Trump en la cima y en la vida casi todos, somos malos perdedores (menos Franco de Vita, el venezolano que inmortalizó Un buen perdedor) pero lo disimulamos. O digamos que lo manejamos.

No hay político corrupto que no diga -cuando se le destapa un escándalo- que es una persecución de sus detractores. Y no hay político -y hasta los honestos caen en lo mismo- que no considere que su derrota en las urnas tiene ese tufillo de trampa. La cuestión tiene fundamento. Las fisuras de la democracia dejan boquetes para que pensemos en la posibilidad de fraude. De hecho, muchas prácticas electorales legales son éticamente corrompidas. El constreñimiento para citar sola una. Y si es armado más grave. Además, la historia de la humanidad registra innumerables casos en los que el poder se adueña de los gobiernos con una suerte de amalgama de estrategias donde el todo se vale es la única norma que se respeta. Aquí se cambia un articulito para reelegirse o se compran un par de congresistas con Notarías o caen presos los cercanos para que el patrón esté libre de cohecho y tranquilo de acusación alguna. Todo vale, incluye precio y valor. Si no con ideas, con armas. Si no con la amenaza, con la muerte. La democracia debe estimular la existencia de diferencias y la aceptación de la alteridad como un valor que apenas se vislumbra en Latinoamérica, pero lo que ocurre en los Estados Unidos pareciera un retroceso.

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Apelotonamiento

Aunque Rusia y China le estén pisando los talones, Estados Unidos sigue siendo la primera potencia del mundo. Y lo es por sus políticas predominantemente militaristas y -en palabras de Noam Chomsky- “por su ilimitada devoción por mantener un imperio a escala mundial” a costa de hacer trizas los bienes comunes del planeta. Sí, allá también hacen trizas las cosas y a las personas, y se asusta a los vivos con los muertos: con Castro y Chávez, para el caso. Más de 70 millones de gringos y latinos resentidos ahora sobrinos de Tío Sam, no solo se creyeron el cuento del Castrochavismo, sino que encarnan eso que el líder del rubio peluquín exacerba. La xenofobia, el racismo, la idea de potencia y policía del mundo, etc. Lo que tal vez no sepan es que Trump lo mismo que Hitler, Bolsonaro, Uribe o cualquiera de los fachos de la historia no son accidentes. Ellos solo azuzan y sacan a flote las ideas que subyacen en la conciencia de hordas de ignorantes que escogen a su verdugo, creyéndose ejecutantes de su libre albedrío. Bien vale recordar que el triunfo de la manipulación es que el manipulado se crea y considere libre.

Y entonces la autoproclamada mejor democracia del mundo se vuelca a las calles. Ya no para protestar por la muerte de otro afroamericano a manos de la policía, sino para celebrar como cualquier Banana Republic, el triunfo de un hombre que no ha hecho otra cosa en la vida que no sea politiquear. Joe Biden es la reencarnación política de Barack Obama. Y el flamante primer presidente negro (Nostradamus no dijo afro en su premonición) del país más blanco del mundo -por aquello de la cocaína- también incumplió promesas de campaña como reducir los ataques con drones o cerrar Guantánamo en Cuba, entre otras más trascendentales, como enviar más tropas a Afganistán que Bush o su apoyo al movimiento político judío que defiende el estado independiente israelí en territorio palestino. De modo que más que otra alternativa en la Casa Blanca, es un cambio para volver a lo mismo de antes. Antes de que llegará el esposo de la despampanante Melania a reemplazar al de la carismática Michelle. De ahí que Trump chille por Twitter -mientras juega golf-, que le robaron las elecciones porque él es el cambio y llevó de nuevo a su país al lugar de privilegio. Algo de razón le asiste al hombre que niega hasta el cambio climático. He conocido personas mentirosas, pero esta ya es la tapa. E insensato y estúpido. ¡Tiene 74 años y le dice viejo a uno de 77 años! Y Joe Biden entonces trota cada que se dirige a un atril para transmitir vitalidad. Plop.

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Un abrazo

A este mal perdedor -que según Daniel Samper papá también fue un mal ganador-, le quedan dos meses de gobierno e intentará hacer todo lo que no hizo en cuatro años. Eso hacen todos. No importa si se es el presidente de los Estados Unidos o el alcalde del más olvidado pueblo del último rincón de nuestro país, de esos que ni siquiera aparecen en el mapa de la Colombia profunda. Y seguirá pataleando y vociferará como cuando era estrella de un reality show o dueño de Miss Universo o se declaraba en banca rota para evadir impuestos o se aprovechaba de los políticos a los que financiaba para hacer negocios. Todos sabemos que además de la pobreza y la ignorancia, se suma a los pilares de la democracia, a los contratistas. Estados Unidos no tiene amigos sino socios. Business are business. Negocios son negocios. Nada ni nadie más les importa. Por eso el capital político que se explota solo en elecciones, será una millonada guardada por Trump para invertir en el largo plazo, pero de la que se gastará unas monedas para hacer oposición, alharaca. Para no dejar que sus votantes se despierten del letargo.

Los malos perdedores en Colombia ya se manifestaron. Celebran el triunfo de Biden y de su vicepresidenta, Kamala Harris, la primera mujer en ostentar ese cargo. Se comparan y en un alarde de hipocresía desbordada ponen a su disposición el servilismo que disfrazan con la manida frase de las ‘buenas relaciones’ de siempre. O no saben que el pastor es el lobo o aun sabiéndolo les importa un bledo porque ellos no son ovejas, sino patrones de la granja. En Colombia la frase de Pacho Maturana de volvió chiste como casi todo: “perder es ganar un poco”. Y entonces los vivos bobos se acomodan y se hincan, cuando en realidad deberían recoger las enseñanzas de la pérdida. La derrota tiene pocos amigos y el triunfo está lleno de fariseos. Al bus de la victoria intentan subirse todos y lo ganadores lo saben y se aprovechan. En política pocos tienen el coraje para rechazar una adhesión. Así como en la vida la dignidad para aceptar que se ha perdido. Con un gran amigo hemos discutido muchos proyectos televisivos y uno de ellos, es realizar una serie documental sobre los derrotados en el fútbol. Quien ha competido sabe que la derrota es una posibilidad que se redime con cada juego. Queremos apostarle a esa idea y jugárnosla toda así perdamos. Al fin que somos expertos en perder el tiempo pensando.


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