Masacre en Cali: ¿Quiénes eran los cinco niños asesinados en Llano Verde? – Cali – Colombia


Luis Fernando Montaño bailaba la vida, Álvaro José Caicedo esperaba ser comerciante, Josmar Jean Paul quería eludir con goles a la violencia, Léider Cárdenas era un amante de la música, y Jair Andrés Cortés anhelaba sacar adelante a su ‘abu’ siendo un prodigioso deportista.

Eran pelados muy sanos, que venían aquí a nadar, acá el sol pega fuerte”

El pasado martes 11 de agosto, el país conoció la noticia de la masacre en la que perdieron la vida estos cinco niños, de entre 14 y 16 años, y que aún tiene en luto a Llano Verde, a toda Cali y al país entero. En medio de la dolorosa tragedia que les arrebató la vida, sus sueños son inmortalizados a través de las palabras de sus amigos y familiares, quienes entre historias y anécdotas intentan reconstruir la valentía, fuerza y berraquera de estos adolescentes.

(Galería: El último adiós a los niños víctimas de la masacre en Cali)

Vecinos, compañeros de colegio y conocidos concuerdan en que eran buenos muchachos, de familias resilientes ante el conflicto, llenos de expectativas, que no dudaban en expresar las ganas de ayudar a sus familias y que estaban unidos por la pasión del fútbol.

Partió quien le ponía ritmo a la vida. En eso coinciden los padres, primos y demás familiares de Luis Fernando Montaño Quiñónez. Estaba orgulloso de su raza negra y era todo un artista, por eso no perdía oportunidad para participar en las presentaciones que se organizaban en su colegio, el Instituto Los Ángeles de Dios.

“Lo que más le gustaba era bailar”. De ahí que, para muchos, las escenas de cuando danzó descalzo los ritmos del Pacífico en el Día de las Madres o cuando participó en el homenaje a las fiestas de San Pacho hayan quedado inmortalizadas.
Luis Fernando también colaboraba con actividades de civismo, solía ayudar a mejorar las calles de Aguablanca junto con algunos de sus compañeros de estudio. “Siempre amiguero desde que era un niño (…), siempre bailando”, cursaba octavo grado y tenía sueños de ser un bailarín profesional, de luchar por su familia un paso a la vez.

Él decía que tenía que estudiar para sacar a su mamá adelante

Durante la cuarentena iba con sus amigos al cañaduzal. “Los vi varias veces. Yo venía a pescar y ellos, a bañarse”, dijo un vecino que también los vio el lunes, un día antes de la masacre. “Eran pelados muy sanos, que venían aquí a nadar, acá el sol pega fuerte”.

Su padre no escatima detalles al rememorar el día en que se le partió el corazón, cuando se enteró de que no volvería a verlo bailar jamás. “Salí a trabajar, y mi hijo se quedó en la casa. Cuando volví me dijeron que él no había llegado a almorzar y empecé a buscarlo; visité la casa de los amigos, con quienes siempre mantenía, y todos estaban desaparecidos. Nos dirigimos al cañaduzal y encontramos los cuerpos. Ellos no merecían morir así”, cuenta.

Su tía Jackeline Quiñónez habla de él como un niño virtuoso y buen conversador. “Él decía que tenía que estudiar para sacar a su mamá adelante. Le gustaba llegar a mi casa a dormir, a hablar con mis hijos toda la noche, y no dejaba dormir por hablar”. Tenía chispa y ese swing de mover su cuerpo delgado y esbelto al ritmo de un Cali pachanguero o de un currulao del Pacífico con el sabor afro que corrió por sus venas hasta el último día.



El barrio Llano Verde nació de una iniciativa de la nación y del municipio de reubicar a familias que han vivido en situación de desplazamiento por la violencia.

Foto:

Santiago Saldarriaga / EL TIEMPO

“No te preocupes, esta situación va a cambiar”, le dijo don Álvaro a su hijo durante el desayuno del martes 11 de agosto.
“Sí, pa”, le contestó el pequeño.

Esas fueron las últimas palabras que Álvaro José Caicedo le dijo a su padre, un hombre que trabaja como soldador, agricultor, constructor, entre otros oficios, para llevar comida a su mesa.

Alvarito soñaba con ayudar a su papá para dejar atrás los días y semanas en que aguantaban hambre o comían poco. De hecho, “decía que quería ser comerciante» y estudiar Economía para tener otras opciones en su futuro.

Mi niño no se metía con nadie, andaba con sus amigos, y eran tranquilos.

Al pequeño solían dejarle preparado el almuerzo a diario. El 11 de agosto no fue la excepción. Ese día su papá dejó todo listo antes de ir a hacer una soldadura para un cliente; cuando volvió a casa, a eso de la una de la tarde, la comida seguía intacta. Pese a la extrañeza, don Álvaro salió de nuevo y al volver, un tiempo después, todo seguía igual.

Fue ahí cuando empezó su angustia, comenzó a buscarlo por cielo y tierra hasta que en la noche, entre llantos y gritos, él mismo lo recogió en ese cañaduzal. Lo volteó, ayudándose con una linterna, y confirmó la muerte de su hijo. “Mi niño no se metía con nadie, andaba con sus amigos, y eran tranquilos. No fumaban, nada. Eran niños (…). Fue la diversión, los juegos, lo que los llevó a ese lugar”, dijo.

Como a muchos de los adolescentes de Llano Verde, le gustaba bailar y jugar fútbol. Además, tenía una afinidad especial con la música urbana y disfrutaba de caminar con sus amigos e ir a elevar cometa en el barrio cerca de las lagunas del cañaduzal.

Ahora Álvaro José Caicedo, quien espera que alguien le ofrezca trabajo, aún sigue sin entender quién o quiénes tuvieron la sangre fría de matar a los muchachos en ese cañaduzal, ese al que le había advertido varias veces que no se metiera nunca.

A sus 16 años, Josmar Jean Paul Cruz Perlaza había vivido con su familia el desplazamiento desde Buenaventura, el asesinato de una hermana y el accidente que dejó en silla de ruedas a su papá. Los golpes de la vida jamás apagaron sus ganas de ser futbolista y eludir esa racha amarga.

En el 2013 salió hacia Cali con sus padres, José Rogelio Cruz y Sandra Perlaza, y sus dos hermanos, con unas cuantas pertenencias, para no caer en los enfrentamientos, sicariatos y desapariciones en el barrio Juan XXIII, en el puerto del Pacífico.

(Lea también: Llano Verde, acorralado por odios y grupos armados)

Luego de pasar varios aprietos, se asentaron en Cinta Sardi, en una curva del jarillón, como se conoce ese muro de tierra en una margen del río Cauca que sirve de barrera a las inundaciones. La vida no era sencilla, pues sobrevivían entre el hacinamiento y las aguas desbordadas en invierno, hasta que en 2014 les anunciaron desde la Alcaldía del trasteo hasta Llano Verde, el barrio formado por víctimas del conflicto, desplazados y reinsertados.

Mi hijo Jean Paul era un muchacho muy casero y estaba en octavo grado. Mantenía jugando fútbol y le gustaba el baile urbano en la calle

La tragedia los siguió hasta allá. En 2016 los despertaron de madrugada para decirles que habían asesinado a su hermana Yumeli Yoryani en el barrio Julio Rincón. Un año después, José Rogelio, el papá, iba caminando por el barrio Ciudad Jardín cuando una motociclista se lo llevó por delante. El impacto lo dejó en silla de ruedas; nunca lo indemnizaron, y dice que solo recibe unos pañales de la empresa prestadora de salud (EPS).

«Mi hijo Jean Paul era un muchacho muy casero y estaba en octavo grado. Mantenía jugando fútbol y le gustaba el baile urbano en la calle. Era amiguero, pero, que yo sepa, no tenía ninguna clase de vicio», dice Sandra Perlaza, madre del pequeño.

Cuenta que en la mañana del martes 11 de agosto, cuando salió de la casa, su hijo estaba barriendo. Pero al regreso no lo encontró. «Pasadas las 5 de la tarde vino la novia y me preguntó por él. Salimos a buscarlo en el barrio, pero ya de noche lo encontramos en el cañaduzal donde aparecieron muertos, él nunca había ido por ese lado».



La noche del martes 11 de agosto, autoridades confirmaron el hallazgo de cinco cuerpos en un cañaduzal aledaño al barrio Llano Verde, en el oriente de Cali.

Foto:

Santiago Saldarriaga / EL TIEMPO

«¿Jaircito ya llegó?”.

Él se fue para el cañal con los otros muchachos, yo me devolví» fue la respuesta de uno de los amigos de Jair Andrés Cortés Castro a Ruby Cortés, su madre. Eran las 6 de la tarde del martes 11 de agosto cuando se dio esa conversación.

Ante la respuesta, la mamá del niño de 14 años sintió que debía cruzar el puente que lleva a los cultivos de caña, un puente alrededor del cual rondan historias en el sector como las del asesinato de una joven y la desaparición de otra en febrero de este año.

«Cuando el amiguito nos dijo que ellos habían entrado al cañal salimos con otras madres y familiares a buscarlos. Vimos una caseta blanca, pero cuando nos acercamos, apagaron las luces. ¿Por qué? Estuvimos 15 minutos preguntado a voces que nos dijeran si habían visto unos muchachos, y solo salió un señor cuando dijimos que íbamos a llamar a la Policía”, contó.

Me decía: ‘Abu, voy a ser futbolista para sacar adelante a mi mamá y mi familia’

Dice que el hombre apareció con unos perros y dijo que no había visto nada. Y aunque pensaron en devolverse, decidieron ir tras unos motorizados de la Policía que llegaron a la caseta blanca y luego se devolvieron. “Nosotros gritamos los nombres de mi hijo y los otros niños hasta cuando mi hija mayor los vio. Salieron dos policías y dos señores que tenían sangre en las peinillas y la cara. ¿Por qué no los detuvieron? Creo que a los muchachos los iban a desaparecer”, añade.

En medio del dolor, a estas familias no les quedan sino los recuerdos. David, su primo, aún siente el pálpito que ese día le advertía que algo iba a pasar. Eliza Mina Cortés, la hermana del niño, resalta su nobleza, buen comportamiento y la inocencia que lo unía a sus cinco amigos, también compañeros de fútbol y baile. Y su abuelo Wilson Cortés no olvida la promesa que le hacía constantemente: “Me decía: ‘Abu, voy a ser futbolista para sacar adelante a mi mamá y mi familia’. Pero las ilusiones se esfumaron. Uno acepta la realidad cuando la persona es mala, pero él era un muchacho sano».

Bailar música urbana y jugar fútbol con sus amigos, eso era lo que más le gustaba hacer a Léider Cárdenas, de 15 años. Solía vestir con una pañoleta en la cabeza, pantalones arriba de la rodilla y andar en chanclas, pues las consideraba cómodas para caminar por esos senderos de las casas de Llano Verde para quedarse hablando.

Este pequeño creció en una zona donde las familias son integradas por padres o acudientes que ganan su sustento en el día a día, donde no se habla de un salario fijo ni se llega a estar vinculados a alguna empresa o entidad. Todos viven del rebusque.

A Léider le gustaba el fútbol, el baile y el deporte. No estaba en el mal camino.

Una de las aspiraciones de Léider era la de ser futbolista, un sueño compartido por muchos de los niños del sector, que esperan cambiar su destino con el deporte. Sus seres queridos lo describen como un niño lleno de una gran humildad al que le gustaba comer “su arrocito, como todo colombiano”. Tras su partida, ruegan ayuda para que su pérdida no quede impune.

“Ninguno de ellos era delincuente. A Léider le gustaba el fútbol, el baile y el deporte. No estaba en el mal camino. Nada de eso, y no merecía morir así. Ellos no eran malos, y la gente no se puede quedar con esa idea. Pedimos justicia (…). Nos sentimos muy dolidos por estos asesinatos, por cómo los mataron”, dijo Luis Eduardo Cárdenas, tío del menor.



 Luis Fernando Montaño, Álvaro José Caicedo, Josmar Jean Paul, Léider Cárdenas y Jair Andrés Cortés.

REDACCIÓN CALI
EL TIEMPO

Fuente de la Noticia

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