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‘Me llamaron a decirme que me iban a picar’: Leonard Rentería

'Me llamaron a decirme que me iban a picar': Leonard Rentería
Foto: Alfredo Camacho

 Leonard Rentería habló con BOCAS de su vida y de la violencia desbordada de Buenaventura.

A su mejor amigo lo mataron de un tiro en la cabeza. Una banda de Cali lo asesinó porque era hincha del América. Debía tener 16 o 17 años. Se llamaba Harold Camacho. Leonard Rentería (Buenaventura, 1992) dice que esa fue una de sus primeras pérdidas. Una de las más dolorosas, uno de tantos golpes que le ha dado esta vida que le tocó. “Pero él es uno de los ángeles que me acompañan en el cielo”, suelta al otro lado del teléfono con la voz triste, como si no quisiera recordar ese episodio.

Los otros ángeles son su mamá, su papá y su cuñado Jhon Jairo Ramírez, que fue su amigo antes de ser pareja de su hermana, que le hizo prometer que si le pasaba algo se ocuparía de sus hijas, que era su confidente y su mano derecha. A Ramírez lo sacaron de la casa, en el 2015, en presencia de Leonard, y lo ejecutaron en una calle cercana. Las malditas líneas invisibles de Buenaventura, que dictan que cualquiera que llegue a vivir a un barrio es sospechoso de informar al enemigo.

Con los años, los bonaverenses han aprendido a convivir con las reglas no escritas que imponen las bandas criminales. Por ahí pasaron las Farc, los paramilitares y los residuos que quedaron de la desmovilización de las autodefensas entre 2002 y 2006. En su mayoría son jóvenes. Muchachos sin futuro que matan a otros muchachos. Porque sí. Porque no.

Leonard Rentería se dio a conocer, sin quererlo, por un video que circuló en redes sociales en el 2016, en el que interpelaba al entonces senador Álvaro Uribe sobre sus razones para no apoyar la paz. Hace poco volvió a ser viral porque circuló un audio en el que refutó las teorías de los periodistas de una emisora capitalina que más o menos venían a insinuar que Buenaventura, ese Distrito Especial Industrial, Portuario y Biodiverso que aporta anualmente 5 billones de pesos al PIB, según la DIAN, no tenía apenas derecho a convocar un paro para reclamar tanta injusticia y tanta indiferencia.

Leonard Rentería es uno de los cinco grandes personajes que trae la edición de marzo – abirl de Revista BOCAS, en la que la cantante colombiana Karol G es portada.

A pesar de conectar al país con las grandes economías del mundo y de mover miles de millones de dólares, en este puerto del Pacífico el 81 por ciento de sus habitantes vive sumido en la más absoluta pobreza, más de 100.000 personas han sido víctimas del conflicto armado y cada tanto padecen el drama del desplazamiento intraurbano y de salvajes asesinatos.

A Buenaventura llegan año tras año funcionarios del Gobierno nacional que organizan foros, mesas de concertación, debates. Una y otra vez. Promesas que no se cumplen. Hasta hoy, este territorio rodeado de cuencas hidrográficas tiene agua unas pocas horas un día por medio. Las oportunidades escasean y el futuro puede ser una semilla que no nació.

“Las políticas que deben resolver la realidad de Buenaventura no se dan nunca. Colombia tiene una mirada racista frente al territorio, como que eso de si el negro tiene, o no, importa poco siempre y cuando el negro esté garantizando que otros tengan. Nuestras peticiones se quedan en nada. Nos reconocen que tenemos acceso a derechos, pero nunca logramos tener esos derechos”, dice Leonard, uno de los voceros del movimiento #BuenaventuraResiste, conformado en su mayoría por jóvenes que buscan poner sobre la mesa el contexto de miseria y violencia de esa zona —otra más— condenada a la desgracia.

Leonard es hijo de María del Socorro Vallecilla y de Eulises Rentería Caicedo. Es el pequeño de siete hermanos (tres de padre y madre). Es terco y bravo. No le gusta reconocerse como líder social. Cuando se lo preguntan, responde que es “un habitante más de Buenaventura”. Pero es un líder, sin duda. Sus paisanos lo buscan para que medie ante las instituciones cuando les niegan sus derechos básicos. Como la salud, por ejemplo. También denuncia la corrupción, acompaña programas de prevención de reclutamiento de jóvenes en bandas ilegales y coordina actividades artísticas y culturales alrededor de los derechos humanos. Leonard lleva años trabajando en terreno, arrebatándoles ‘pelaos’ a las garras de la violencia. No siempre lo consigue. Pero no se rinde. No tiene tiempo para eso.

A Rentería le gusta la poesía de Candelario Obeso y de Mary Grueso Romero. A veces él también escribe poesía. Desde muy joven rapea y se ha presentado en uno que otro festival. Ya no canta mucho, pero un amigo le está insistiendo para que vuelva al ruedo y graben un disco juntos. Si tuviera que fijar el día y la hora en los que perdió la inocencia los lleva grabados con fuego: “La primera vez que presencié un asesinato era un niño todavía. Tal vez tenía quince años. En la parte de atrás de mi casa, en el barrio San Francisco de Asís, vi cuando bajaron a un hombre de un taxi. Llevaba las manos amarradas. Recuerdo que intentó correr y que le dispararon. Fue muy impactante. No sé quién era el señor, solo que lo llevaron ahí para matarlo”.

Debió haber un momento en el que supo que tenía madera para ser líder, que era capaz de aglutinar gente a su alrededor…
Yo creo que eso empezó en mi barrio, por allá cuando tenía 19 años. Yo vivía en una zona de puentes que básicamente estaban construidos sobre el mar. Entonces promoví la idea de que llenáramos ciertas zonas con barro. Poquito a poquito, porque queríamos tener una calle y ganarle espacio al mar.

¿Cómo lo logró?

Convoqué a los muchachos y empezamos entre todos a rellenar, gestionamos el material con los volqueteros que iban por el barrio. Algunos adultos nos decían que estábamos perdiendo el tiempo, que éramos unos pendejos porque el mar se iba a llevar eso, pero cuando vieron que ya casi estaba por la mitad empezaron a ayudarnos. Hoy, si vas, te encuentras la calle rellena. El único problema es que no alcanzó hasta el lote donde vivía con mis papás, pero al menos tengo la satisfacción de que se puede entrar con un taxi o con una moto. Y eso da como mucha alegría.

El líder social ha sufrido varias amenazas y desplazamientos a raíz de su actividad comunitaria en Buenaventura, en donde promueve la cultura como mecanismo de resistencia ante la guerra urbana.

'Me llamaron a decirme que me iban a picar': Leonard Rentería
Foto Revista BOCAS

Me levanté y le dije a Uribe [Álvaro] que no tenía sentido que alguien de afuera, que no ha sufrido la violencia como nosotros, nos negara la posibilidad de empezar a construir un camino hacia la paz

Dice que la danza y la música lo salvaron. ¿Por qué?

A mí nunca me ofrecieron participar en grupos ilegales, pero cuando uno crece en un contexto violento y asume la violencia como forma de comunicación, puede terminar en ese camino. El arte y la cultura, en mi caso, lo impidieron. Yo tenía un buen amigo, Óscar Guerrero, que se dedicaba al arte, a la danza, y terminó llevándome a un grupo donde él bailaba. Esa fue la oportunidad que me dio la vida. En ese grupo empecé a conocer más sobre nuestros derechos y sobre la resistencia afro, entre otras cosas. Y así fue como cambió mi forma de ver el mundo.

¿Qué bailaba?

Jota y currulao. Estuve como cinco años, de los trece casi hasta los dieciocho. Hacíamos presentaciones en Buenaventura y en ocasiones también en la zona rural y en Cali. Iba a clases los lunes, los miércoles y los viernes, de cuatro a siete de la noche. El grupo se llama Casa Cultural del Pacífico Ilakir.

La violencia, en todos los sentidos, se tragó a Buenaventura. Usted es un ejemplo de resistencia. ¿Cómo hace para no desfallecer siendo tan terrible lo que pasa allí?
No voy a negar que es difícil. Muchas veces he querido tirar la toalla, sobre todo cuando veía tantas necesidades en mi casa, tantas cosas que no se podían resolver. Y eso no quiere decir que quería meterme en un grupo ilegal, pero sentía mucha frustración, era doloroso saber que no podía resolver nada. Siempre digo que la esperanza la mantuvo mi mamá. Cuando yo iba a tomar decisiones, siempre, siempre, ponía a la familia, en especial a ella, en el centro. Incluso cuando tenía pensamientos negativos. Para mí ella fue una gran referencia, una referencia muy positiva.

¿Qué pensaba?

Esos pensamientos que uno tiene en algún momento. De quererse suicidar a los 17 años porque no le encuentra sentido a la vida. Y a mí me asaltaban esas ideas por la realidad que me rodeaba, porque veía tan injusto todo. Ese sentimiento volvió a aparecer cuando mi mamá falleció, en el 2009. Yo no entendía por qué ella, una mujer negra que se sacrificó tanto, que no fue al colegio, que trabajó en casa de familia lavando ropa ajena para mandarnos a estudiar, que era buena con todo el mundo; yo no entendía cómo una persona tan buena tenía que morirse sin que los hijos pudiéramos darle lo que se merecía. Y claro, eso hacía que regresaran los pensamientos negativos, pero ella volvió a ser mi fuerza porque me quedé con lo bonito, con lo hermosa que era, con los valores y principios que me inculcó y que ahora hacen que me mantenga firme.

¿Quiere hablar de ella?

Mi mamá se llamaba María del Socorro Vallecilla, tenía 44 años cuando murió, producto de un derrame cerebral y también por la injusticia del sistema de salud. Estamos hablando de una mujer con síntomas de derrame y habiendo una ambulancia libre no la priorizan. Me toca llevarla a mí en un taxi, escucharla suplicar que no la dejara morir y llegar al hospital y ver que no pudo resistir…

¿Y su papá?

Murió en el 2018. Tuvo dos trombosis y después le dio un derrame cerebral.

¿Cómo era su relación con él?

Un poco difícil porque él quería que yo fuera de cierta manera y me negué. Eso hizo que no tuviéramos mucha compatibilidad, pero al final, cuando crecí, él pudo comprender, pudo ver parte de mis luchas y entonces empezó a quererme y a aceptarme como era.

Rentería lidera un proceso social en Buenaventura, una de las ciudades más impactadas por la violencia del narcotráfico, y en la que los jóvenes son mayormente reclutados por los grupos armados.

'Me llamaron a decirme que me iban a picar': Leonard Rentería
Foto: Alfredo Camacho

Me llamaron a decirme que era un negro triple hijo de puta, que me iba a morir, que me iban a picar. Allegados al Centro Democrático me tildaban de auxiliador de las Farc

Vi que en algún momento fue pescador y que trabajó en la construcción.

Entre los diez y los catorce años acompañaba a mi papá a pescar, porque él no se quedaba quieto: era taxista, era pescador… Y en alguna etapa de la adolescencia también trabajé en la construcción para ayudar en la casa.

¿Cómo era ser un niño pescador?

Mi homenaje y mi respeto para los pescadores. Esa es una vida muy difícil. Había veces que salíamos a las cuatro o a las cinco de la tarde a pescar y volvíamos a la mañana siguiente, a las cinco, a las seis. Nos tocaba navegar con canalete, sin motor, mar afuera. Y luego era tener que llegar trasnochado a hacer tareas. Si yo me iba con mi papá, mi hermano tenía que vender el pescado. A veces yo prefería más salir a vender que ir a pescar. Era un trabajo bien difícil, bien duro.

¿Nunca le pasó nada en esas jornadas?

Cuando uno vive cerca del mar, nadar es de las primeras cosas que aprende. Y, sin embargo, yo siempre tuve miedo. A veces nos cogía la lluvia, llegaban los relámpagos, los truenos; y tenía que comenzar a achicar la lancha porque se metía el agua; lo único que pensaba era que nos íbamos a hundir.

En el colegio ya empezó a reivindicar los derechos de los jóvenes…

Es que me parecían bastante injustos los comportamientos de algunos profesores. Ellos desconocían la realidad de muchos alumnos. Exigían, hacían juicios de valor y castigaban sin saber que había estudiantes que tal vez llegaban tarde no porque quisieran, sino porque no tenían qué comer.

Y ahora hay una base, un colectivo de jóvenes como usted que están luchando por sus derechos…

Hay muchos, sí. Unos están en forma directa en nuestro movimiento, que se llama #BuenaventuraResiste y que está formado por varias organizaciones que llevamos décadas trabajando en el territorio. Hay una mesa permanente de casi veinte jóvenes que nos pensamos todo y hay otro conglomerado que apoya las diversas actividades que hacemos. Es un proceso bien interesante.

De ese proceso también formaba parte Jhon Jairo Ramírez, alguien fundamental en su vida.

Mi cuñado. Yo estaba en Rostros y Huellas, una organización de la que fui socio fundador y Jhon Jairo llega allí porque su hermana también era socia fundadora. Nos hicimos buenos amigos. Después él empezó a ir a mi casa, conoció a mi hermana y se hicieron pareja. Mi hermana ya tenía una hija, Nicole. A su primer esposo lo mataron. Con Jhon Jairo tuvo dos niñas más. A él lo asesinaron en el 2015.

¿Cómo ocurrió?

Él vivía con nosotros en la casa de San Francisco. De ahí fue sacado y asesinado en plena calle. De Jhon Jairo puedo decir que era un buen hombre, trabajador. Lamentablemente, el problema de las fronteras imaginarias ocasionó todo esto. Mucha gente llegó a pensar en algún momento que Jhon Jairo estaba vinculado a un grupo ilegal contrario al del barrio donde vivíamos, algo totalmente falso.

Después de eso entiendo que tuvo que desplazarse…

Nos fuimos a un hogar de paso en el barrio San Fernando, de Cali, con mi hermana, sus tres hijas, mi papá y yo. Fue difícil porque mi papá tenía dificultades para caminar, pero tengo que decir que allí todos lo querían. Todos. No era el mejor lugar para vivir por las condiciones, pero nunca nos faltó cariño. Tengo los mejores recuerdos de ese lugar. Estuvimos unos dos o tres meses, porque cuando nos llegó la ayuda humanitaria nos trasladamos a un apartamentico.

¿Cuánto tiempo estuvieron en Cali?

Mi familia se quedó en Cali más de un año, pero yo regresé a Buenaventura contra todo pronóstico porque no encontraba en qué trabajar.

Volvió a pesar de las amenazas…

No tenía opción. Debía volver. El Estado nos brindaba unas ayudas humanitarias cada cuatro meses y mi familia no podía permitirse comer cada cuatro meses. Alguien tenía que sacrificarse para resolver la situación. Entonces volví y me vinculé a un proyecto que me permitió tener unos recursos.

Está a punto de graduarse como psicólogo, pero ha habido un obstáculo tras otro para cursar su carrera…

Estudio en la universidad Antonio Nariño, en la sede Buenaventura. Aquí la única oferta que hay es privada. Yo tuve una beca de la empresa Gases de Occidente, pero la perdí cuando pasó lo de mi cuñado y nos tuvimos que desplazar. Las condiciones no se me dieron. Fue cuando surgió la necesidad de volver a Buenaventura y tratar de viajar los fines de semana a Cali para continuar en la sede de allí. Llegó un momento en que era imposible seguir viajando. Perdí la beca, pero comprendo; ellos tuvieron toda la paciencia e hicieron el ejercicio de esperarme.

Me defino como una persona que opta por la defensa de los oprimidos. No sé si a eso le llaman ser de izquierda, pero prefiero decir que utilizo mi voz en defensa de la Constitución

¿Cómo hizo para seguir estudiando?

Le pedí dinero prestado a la universidad. A partir del séptimo semestre creé una vaki (plataforma para recaudar dinero en línea a través de donaciones) y cuando terminaba el semestre, con lo que recogía, pagaba. Así he seguido. Ahora estoy en noveno semestre gracias a la solidaridad de mucha gente del interior y de fuera del país que ha donado dinero. Estoy haciendo prácticas profesionales y trabajo de grado. Aspiro a que en el primer semestre del 2022 ya tenga mi título de psicólogo.

Usted será el primer profesional de su familia.

Eso es muy bonito para mí. Yo soy el hermano pequeño y también el consejero, el que regaña, el que aconseja, al que acuden para que los escuche, para mediar. Y es bonito porque mi hermana también se ha puesto a estudiar y mi hermano tiene como meta ser arquitecto. Ellos ven en mí una motivación.

Cuando volvió a Buenaventura después del desplazamiento era 2016, el año en el que usted encaró al entonces senador Álvaro Uribe en una reunión que promovía el No al plebiscito por la Paz. Colombia empezó a conocerlo desde ese episodio.

Nosotros veníamos trabajando en una campaña que se llamaba ‘Súmate al arte por la paz’, que estaba activa desde antes del acuerdo. Trabajábamos en zonas vulnerables ofreciendo talleres sobre construcción de paz y presentaciones artísticas de jóvenes de Buenaventura. Cuando supe que venían a hablar del No, pensé que era una oportunidad para conocer sus argumentos, pero al llegar solo encontré falacias sobre el Acuerdo de Paz. Fue cuando me levanté y le dije a Uribe que no tenía sentido que alguien de afuera, que no ha sufrido la violencia como nosotros, nos negara la posibilidad de empezar a construir un camino hacia la paz.

Y lo amenazaron otra vez…

Me llamaron por teléfono varias veces para decirme que era un negro triple hijo de puta, que me iba a morir, que me iban a picar. Me amenazaban a través de las redes sociales, me acusaban de ‘castrochavista’; allegados al Centro Democrático me tildaban de auxiliador de las Farc. Dijeron montones de cosas que obviamente me pusieron en riesgo, pero eso no caló en el territorio porque la gente que me conoce sabía que yo no era el sujeto que estaban pintando.

¿Se volvió a ir?
Solo una semana para acudir a la Unidad Nacional de Protección en Bogotá, pero después volví a Buenaventura, porque si algo tengo claro es que el riesgo resulta mayor fuera del territorio. De hecho, cuando estuve en Bogotá recibí una llamada donde me decían que sabían que en ese momento estaba en un centro comercial. Eso me dio un poco de susto, pero gracias a Dios no pasó nada y seguí mi vida normal, sin permitir que me ganen el miedo y la intimidación.

¿Se ve haciendo política?

Fui candidato a la Cámara de Representantes por comunidades afrodescendientes en el 2018. Saqué casi dos mil y pico de votos. Entendí que se necesita mucha fuerza y preparación para ser político en un país como este. Y ahora prefiero concentrarme en terminar mi carrera.

Pero supongo que los políticos no dejan de buscarlo…La verdad es que a mí los políticos no me buscan porque saben que soy muy receloso. Muchas veces, cuando se acercan, no importa la tendencia, lo hacen con el ánimo de sacar beneficio. Y a mí no me gusta poner en manos de políticos procesos sociales que se consiguen a base de confianza, amor y cariño.

De niño fue pescador y ayudante de construcción. Su faceta como líder social la descubrió a los 19 años, cuando incentivó a sus vecinos a construir una calle con barro para ganarle espacio al mar.

'Me llamaron a decirme que me iban a picar': Leonard Rentería
Foto: Alfredo Camacho

¿En qué espectro político se ubica?

Yo no quiero entrar en esas lógicas. Me defino como una persona que opta por la defensa de los oprimidos. No sé si a eso le llaman ser de izquierda, pero prefiero decir que utilizo mi voz en defensa de la Constitución como principio y acuerdo primordial para Colombia. Lo que me mueve es el ejercicio constitucional.

Cito textualmente esta frase suya: “He caminado por tantos valles de muerte que lo único que hago es aferrarme a la vida”.

No nos queda otra que aferrarnos a la vida. Y no solo a la nuestra, sino también a las de quienes están en los territorios. Es una misión que siempre tendré, porque mi vida se debe a la resistencia de otros antes de que yo naciera. Entonces, lo mínimo que tengo que hacer, mi responsabilidad, es seguir defendiendo la vida de quienes nacerán en diez, veinte, treinta años.

Dice que sabe que hay un país que “no nos quiere como quisiéramos, pero seguiremos resistiendo desde el amor que nos mueve y no desde el odio que nos lanzan”.

¿Sabe qué pasa? Que uno comprende que el odio es como el ácido, como diría un sabio. Y lo que hace es destruir el recipiente que lo contiene. Uno tiene que aprender a manejar el equilibrio de sus emociones: claro que siente rabia, frustración; pero también se pregunta hasta dónde tiene sentido llenarse de odio para que ese odio lo consuma a uno mientras los demás siguen su vida normal. Entonces entiende que hay que conectarse con el país desde el amor, desde el arte, desde la espiritualidad, para poder decir, ‘listo, hay esta realidad, pero necesitamos que sea visible’; el odio seguramente nos llevaría a pensar que la salida es la violencia, pero ya sabemos que nada se resuelve así. Debemos generar iniciativas desde la reconciliación para tejer una relación estrecha con Colombia y demostrarles que estamos aquí y que existimos.

Habla de ‘conectarse con la espiritualidad’. ¿Cómo es la suya?

Soy cercano a la religión yoruba, pero también creo en Dios. Yo creo mucho en la religión yoruba porque es la que nos une con nuestros ancestros, con mamá África; y tiene mucho que ver con nuestra cosmovisión. Hay ahí unos orishas que han estado abriendo mis caminos y que han estado acompañándome y conectándome con África, que para mí es la cuna de la humanidad.

Los bonaverenses no solo reclaman el abandono institucional, sino también el de la sociedad colombiana…

La verdad es que sí se siente cierta distancia, pero pienso que los últimos días han sido bonitos en la medida que mucha gente de Colombia nos está apoyando. Ahora lo que nos toca es empezar a tener unidad entre nosotros porque en últimas la realidad que vivimos nosotros la viven también otros territorios y lo mejor que nos puede pasar es hermanar la resistencia más allá de diferencias ideológicas, económicas, sociales o de credo. Lo importante es que tenemos en común al mismo país. Agradezco a quienes abrazan a Buenaventura y los invito a que así mismo nos abracemos todos. Colombia merece otro presente y podemos hacerlo posible.

Se le notó la indignación cuando una periodista de Blu Radio cuestionó la decisión de bloquear el puerto como un último llamado de auxilio ante la situación que ustedes viven. ¿Cómo recibieron en Buenaventura su reacción?

La gente se recogió en lo que dije, porque sentían que esas palabras eran indicadas para hacerle ver a los periodistas y al país que existimos y que hacemos parte de Colombia.

¿Y su vida personal? ¿Tiene tiempo para pensar en otras cosas?

Disfruto mi vida y saco espacio para todo. Antes era mucho de ir a discotecas, pero ahora por el tema de seguridad ya no se puede. En mi casa tengo un balcón que he llamado ‘el balcón mágico’ y ahí siempre comparto con mis amigos más cercanos. Nunca falta el ‘curao’, que es una bebida tradicional de acá y está hecho con viche, un alcohol artesanal. Salir a hacer fotografías es otra de mis pasiones. Los sábados y domingos procuro no ocuparlos en asuntos de resistencia ni de lucha. Salgo, llevo a mis sobrinas al parque… No tengo ninguna relación sentimental; parece que la chispa de las relaciones no ha calado en mí, pero no tengo afán.

'Me llamaron a decirme que me iban a picar': Leonard Rentería
Foto Revista BOCAS

Fuente: ELTIEMPO.COM

POR: TATIANA ESCÁRRAGA
FOTOS: ALFREDO CAMACHO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 104. MARZO – ABRIL 2021

En la imagen, un bambú plantado fuera de la casa de una persona y en su jardín se extendió con tanta fuerza que rompió las paredes externas y luego brotó verticalmente a través del zócalo y subió por la pared interna.

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