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Mujeres, ciencia y tecnología: cinco preguntas que el Ministerio de Igualdad no va a responder – Domingo Soriano

Mujeres, ciencia y tecnología: cinco preguntas que el Ministerio de Igualdad no va a responder - Domingo Soriano

En las ciencias sociales no es sencillo encontrar o hacer experimentos de laboratorio. De hecho, siguiendo a Hayek o Mises, podríamos decir que uno de los grandes problemas de la Economía reside precisamente ahí, en el intento de replicar los métodos y las herramientas de las ciencias naturales en un campo completamente diferente.


A veces, sin embargo, la historia nos permite acercarnos a esos métodos. Por ejemplo, en la comparación comunismo vs capitalismo. Cogemos Alemania en 1945, Corea en 1950 o Cuba-Miami en 1960. A ambos lados del Muro de Berlín las condiciones parecían muy similares: un país devastado, una población de origen y cultura similar, niveles previos de riqueza o educación parecidos, etc… Sólo les separaban unos pocos kilómetros, una larguísima alambrada y dos sistemas legales. ¿El resultado? Berlín Oeste en 1988 y Berlín Este en 1988: echen un vistazo a las fotografías.


Y, sin embargo, ni siquiera en un experimento como éste se logró el consenso. En las ciencias naturales no ocurre así. Si alguien realiza una investigación en laboratorio y tiene éxito, sus colegas adoptarán sus conclusiones. Por supuesto, los resultados siempre estarán sujetos a que investigadores posteriores descubran algún error, perfeccionen el experimento o refuten lo que antes se daba por bueno. Pero tendrá que hacerlo siguiendo las máximas del método científico: falsabilidad de la hipótesis, reproducibilidad, revisión por pares… En la Economía o la Política nada es tan sencillo. Las razones por las que se produce uno u otro resultado pueden llevarnos a discusiones eternas, incluso en situaciones aparentemente tan obvias como la descrita arriba: en España, ahora mismo, hay ministros en el Gobierno que defienden que se vivía mejor en Berlín Oriental que en Berlín Occidental (y entre el 12-15% del electorado les vota).


Otro ejemplo, la incorporación de la mujer a la enseñanza superior y al mercado laboral. En 1900, por poner una fecha redonda, apenas había mujeres en ninguna institución universitaria. No importaba el campo de estudio (medicina, derecho, ingeniería…), en todos ellos, los hombres dominaban las matriculaciones y los empleos con tasas superiores al 90-95%. En muchos casos, eran el 100% de los alumnos. En 1950, tras la Segunda Guerra Mundial, la tendencia era similar. La presencia de mujeres en la universidad o en el mercado de trabajo ya no era algo tan excepcional como medio siglo antes, pero seguían siendo una minoría. En el año 2000, en la mayoría de los países occidentales, se había dado la vuelta a la situación. En muchas carreras (la mayoría), había más mujeres matriculadas que hombres. Y veinte años después, en este 2020-21 tan extraño que estamos viviendo, esa tendencia se mantiene.


Sin embargo, este asalto de las mujeres a las universidades no se ha completado. Sigue habiendo un campo en el que los hombres son mayoría. Nos referimos a las carreras y ocupaciones denominadas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, según sus siglas en inglés). ¿Por qué? Es uno de los debates más encendidos y politizados de la última década. También, por qué no decirlo, de los que más dinero mueven.


Nota del redactor: en ocasiones, en este debate sobre la presencia femenina en los sectores de la nueva economía o más tecnológicos, se toman como referencia las llamadas ICT (Tecnologías de la Comunicación y la Información). En este artículo, daremos cifras sobre el conjunto de las STEM, salvo apunte expreso en contrario. Como explicaremos a continuación, también esta clasificación tiene un punto algo arbitrario. Y, desde luego, no se puede equiparar STEM con “ciencia”, una confusión muy habitual en los medios y en el discurso político. Probablemente, en el lenguaje común, todos pensemos que un biólogo es más científico que un programador informático: sin embargo, en los estudios de género, al programador siempre se le considera “científico” o “trabajador de alta tecnología”. Mientras, a los médicos o biólogos (entre muchos otros) se les excluye a menudo de la estadística. ¿Por qué? Porque hay más mujeres que hombres en estas carreras y, si se incluyen en el informe, el titular ya no sería el mismo.


0 – La hipótesis


La respuesta oficial a nuestra pregunta es muy conocida. ¿Por qué no hay más mujeres que se matriculen en las ingenierías o en Informática? Por los “prejuicios”, nos dicen. Por poner sólo un ejemplo, así lo explica el Comité por los Derechos de las Mujeres y la Igualdad de Género del Parlamento Europeo, en una iniciativa de diciembre del pasado año: “Los estereotipos de género, la disuasión cultural, la falta de conciencia y de promoción de roles de conducta femeninos en estos campos, obstaculiza y afecta de forma negativa a las oportunidades de las niñas y las mujeres en el sector STEM”.


Nada nuevo hasta este punto. Simplificando un poco, diríamos que es una mezcla entre el argumento que podríamos denominar “anuncios de la tele” (los juguetes rosa empujan a las niñas a pensar que lo suyo es ser ama de casa), el del “mensaje subliminal” (quizás sin querer, en la escuela y en casa les insinúan que no son buenas en matemáticas) y directamente discriminatorio (no se matriculan en informática porque creen que tendrán menos oportunidades que los chicos).


Volvemos a las pruebas de laboratorio y a los modelos. ¿Cuál es la hipótesis oficial? Que hombres y mujeres son iguales y que, si tuvieran las mismas oportunidades o trato, elegirían carreras de forma indistinguible. La frontera suele establecerse en el 40%: si hay estudios en los que menos de 4 de cada 10 alumnos son chicas, es porque existe “discriminación o brecha de género”, un problema social que hay que solventar desde la ley, la política y la administración.


Y en este punto la pregunta sería: ¿se puede falsar esa hipótesis? O, si lo miramos de otra manera: ¿qué pruebas necesitarían los que defienden la postura de la discriminación para aceptar que están equivocados? Es decir, para aceptar que hombres y mujeres no son iguales y que los chicos y las chicas de 17-18 años tienen intereses diferentes. Y que si hay un 70% de mujeres en las carreras de la rama de Salud (Medicina, Óptica, Fisioterapia…) y un 70% de hombres en la rama de Ingeniería es, simple y llanamente, porque así lo han escogido con libertad esas alumnas y esos alumnos. Si tras 30-40-50 años de políticas de igualdad no has conseguido los resultados previstos, quizás el error se esconda en el planteamiento inicial. De eso van los experimentos, de plantear una hipótesis y ver si se cumple. ¿Y si no se cumple? Pues habrá que sacar las conclusiones.


Aquí es donde planteamos las preguntas que dan título a este artículo:


1 – ¿Por qué hay menos chicas en las ingenierías y no en derecho o periodismo o biología?


Hace 50-100 años, no había mucha diferencia en los números de mujeres matriculadas en las diferentes carreras. Había pocas de todo. En EEUU, por ejemplo, en 1950, menos del 25% de los licenciados y del 10% de los estudiantes de doctorado eran mujeres.


En este contexto, había profesiones muy “masculinizadas” (seguiremos este lenguaje, aunque asumimos que es bastante artificial) y en las que los comportamientos machistas eran la norma. No nos esconderemos: periodismo, era una de ellas. Mayoría abrumadora de hombres en las redacciones, actitudes machirulescas, horarios incompatibles con la conciliación familiar… Parece el caldo de cultivo perfecto para la exclusión femenina (si la hipótesis de la discriminación fuera cierta). La realidad es que las mujeres llevan años siendo mayoría en las facultades del ramo.



Pero no nos quedaremos con la anécdota de los periódistas machistas. Este gráfico del American Enterprise Institute (click para ampliar), muestra la evolución de las mujeres licenciadas en EEUU entre 1970 y la actualidad. Como vemos, hay campos en los que ya eran mayoría en los años 70 (medicina, educación, administración pública), aunque no era así en la década de los 40-50. ¿Por qué fueron estas profesiones las primeras que vieron la llegada masiva de mujeres a las facultades? Es una buena pregunta.


Pero hay otras ramas académicas en las que, en una época tan avanzada como los años 70, las mujeres norteamericanas eran un porcentaje muy reducido de los alumnos: Arquitectura, Ciencias Físicas, Administración de Empresas, Matemáticas-Estadística. En estas cuatro ramas, estaban por debajo del 15% de los matriculados. De nuevo, el caldo de cultivo perfecto para la hipótesis de la emulación: no se matriculan en estas carreras porque no tienen modelos, porque saben que serán una minoría y porque al ser minoría las discriminarán en el mercado laboral. El problema es que no se cumple la hipótesis: en estas cuatro ramas, las mujeres ya superan el 40% de estudiantes.


En realidad, las campañas de los últimos años sobre las mujeres, la ciencia o la tecnología se han centrado en las dos líneas que aparecen en la parte inferior-derecha del gráfico: las ramas de Ingeniería e Informática, en las que el porcentaje de licenciados-licenciadas sigue siendo del 75-80% frente al 20-25%.


Pero la pregunta es obvia: ¿por qué fijarnos en estas dos ramas y no en las otras 14? ¿Por qué las chicas que eran menos del 10% en Administración de Empresas en 1970 ahora rozan el 50%? Si todo fuera culpa de los anuncios de televisión o de los modelos sociales, deberían seguir siendo una minoría también en estas otras facultades.


2 – ¿La paradoja de la igualdad es una paradoja?


Este punto es conocido desde hace años, aunque más entre los especialistas que entre el público. Si el problema es de discriminación, de las actitudes sociales o del ambiente machista, la lógica nos dice que en los países más igualitarios debería haber más mujeres en las carreras tecnológicas (de nuevo, si seguimos con la hipótesis de que hombres y mujeres son iguales, tienen los mismos intereses y las diferencias estadísticas son la consecuencia de la presión cultural-social).


De nuevo, no es cierto. Este fenómeno se ha denominado “la paradoja de la igualdad” (hay muchos documentales y estudios con este título al alcance de una búsqueda de Google; aquí un artículo en The Atlantic en 2018): en los países más paritarios, el porcentaje de mujeres en las carreras tecnológicas es menor que en países con legislaciones discriminatorias. El ejemplo clásico es el de que hay un menor porcentaje de licenciadas en Informática en Suecia que en los Emiratos Árabes o Irán. ¿Por qué? Porque en los países pobres la prioridad absoluta es el sueldo y además porque este tipo de empleos permiten que las mujeres sean más independientes, que trabajen para empresas extranjeras, que incluso les abren la puerta a la posibilidad de salir de su país, etc…


Si uno cree que hombres y mujeres son iguales, esto es una paradoja de difícil respuesta. Si uno cree que hombres y mujeres pueden tener intereses diferentes, esto es la prueba de que está en lo cierto: a más libertad y desarrollo, las mujeres escogen aquello que más les gusta (siguen su vocación) y las otras consideraciones (sueldo, profesiones con más autonomía, opciones de trabajo en el extranjero) pasan a un segundo plano; no tanto porque no les interesen, sino porque eso está garantizado en cualquier trabajo.


3 – ¿Sirven para algo los ministerios de Igualdad?


Los argumentos de género, que aseguran que hombres y mujeres son iguales y que las preferencias diferentes que expresan cada día son el reflejo de la presión social, tienen muchas décadas. Desde los años 60-70 ha habido sociólogos o politólogos que han defendido que cualquier diferencia estadística era el resultado de la discriminación.


Pero los institutos oficiales no son tan antiguos. Ministerios de Igualdad, secretarías de Estado de género, observatorios de no discriminación… Esto comienza en los 80, crece en los 90, se institucionaliza en los 2000 y llega a su expresión actual a partir de 2008-2010. Y no sólo hablamos de los organismos oficiales: apenas hay alguna empresa de tamaño medio-grande en Europa que no tenga un departamento de igualdad en su organigrama.


Nos hemos gastado mucho dinero. Y la pregunta es ¿está sirviendo de algo? Pues en este punto de las mujeres y las carreras científicas, parece que no demasiado. En esta tabla, podemos observar las cifras de mujeres graduadas en estudios STEM en el año 2000 y en 2016 en doce países europeos. Como vemos, en algunos sube algo la cifra, en otros se mantiene constante y en otros baja. Pero no hay cambios significativos ni una tendencia clara.



Y un dato: España no es muy diferente al resto de la UE. Aunque a veces lo parezca, la realidad es que en nuestro país el porcentaje de mujeres en estos sectores es parecido al de nuestros vecinos. Hay muchas estadísticas, en función de la definición que tomemos, podemos aparecer algo por encima o por debajo de la media, pero no hay nada muy llamativo en las cifras de nuestro país.


Volvamos a las hipótesis previas y a los resultados. Con estas cifras sobre la mesa, se nos ocurren dos opciones:


(1) Todos esos institutos, ministerios y observatorios no están haciendo bien su trabajo. A lo mejor, tantas campañas sobre la discriminación de las mujeres en las carreras tecnológicas han provocado que algunas chicas que querían matricularse en estos estudios se hayan asustado. Es una hipótesis. La dejamos ahí, por si alguien quiere analizarla y testarla. La idea sería que los ministerios de Igualdad provocan que las mujeres se sientan menos seguras y piensen que sólo pueden lograr sus metas si alguien las ayuda. La llamaremos “la hipótesis de la victimización”.


(2) El punto de partida de todos estos organismos (la igualdad absoluta entre hombres y mujeres) es absurdo. Y el experimento no ha salido bien (no se ha demostrado que la hipótesis inicial fuera cierta). Las chicas y los chicos de 16 años son diferentes y tienen prioridades y gustos diferentes. Por muchas políticas de igualdad que se aprueben (y en algunos países llevamos ya más de medio siglo), esas diferencias siempre saldrán por uno u otro lado.


Bueno, en realidad, hay una tercera opción, la versión oficial: (3) todo este dinero no ha logrado nada no tanto porque se haya gastado mal… sino porque es poco dinero. Hay que destinar muchos más fondos a estos estudios, programas, observatorios, institutos. ¿Cuánto más? El necesario. ¿Y cómo sabremos cuánto es necesario? Será “lo necesario” cuando lleguemos al 50-50% en todo. ¿Y si nunca llegamos? Ésa será la prueba de que hay que destinar todavía más dinero.


El razonamiento es poco científico. Pero políticamente muy exitoso.


4 – ¿Por qué no es un problema que haya menos de un 30% de hombres en Medicina o Farmacia?


Esto nadie lo explica. Pero si las mujeres no se matriculan de informática por falta de modelos, algo parecido ocurrirá con los chicos en Magisterio o Farmacia. Sin embargo, no vemos tantas campañas sobre este tema.


Aquí la clave es que se considera, al menos de forma implícita, que las universidades “buenas” son las que escogen los chicos. Si uno lee los informes que publican los ministerios, institutos u observatorios de Igualdad, queda claro que el problema es que debería haber más chicas en STEM porque ahí es donde están las carreras más atractivas.


Visto de otra manera puede leerse en clave muy machista: porque supone menospreciar las elecciones de las chicas y minusvalorar Medicina, Biología o Farmacia como estudios “no científicos”. Y sí, como hemos dicho, se les excluye de muchas estadísticas para justificar el titular de que “no hay mujeres científicas”. Podría ser el punto de partida para el estudio de otra paradoja: un Ministerio de Igualdad que cree que los hombres son más listos o que escogen mejor sus estudios.


5 – ¿Un 25% de mujeres es disuasorio?


Con la última pregunta, volvemos en cierta medida a la primera. La hipótesis central es que las mujeres no escogen determinadas carreras por falta de modelos. Porque la sociedad no les anima. Porque creen que no podrán.


Hay facultades con menos mujeres que hombres pero hay pocas carreras en las que haya menos de un 20-25% de mujeres. Es verdad que si una alumna de primer año entra en un aula de ingeniería y hay 100 chicos y sólo una chica, puede sentirse un poco sola. Incluso así, eso no fue un óbice para que, hace décadas, las primeras estudiantes de ingeniería españolas se matriculasen. Lo hicieron y abrieron el camino a otras. Pero ahora mismo esa imagen es falsa. En muchas clases hay 25-75. En Ingeniería y en Medicina. Y eso no es estar sola (ni solo) ni carecer de modelos. Es ser menos.


De hecho, incluso en las carreras más paritarias, hay diferencias: quizás el 45-50-55% de los licenciados del título general son hombres o mujeres… pero si uno mira las especialidades, se encuentra a menudo con nuevas brechas y muy relevantes (quizás una especialidad en la que sólo el 10-15% de los alumnos son de uno u otro sexo). ¿Eso es un problema? Sólo si uno piensa que todo tiene que repartirse al 50%.


Si el objetivo es que haya un 50-50 (o al menos 40-60) en todos los ámbitos de nuestra vida, nunca lo lograremos. Siempre habrá una carrera, especialidad o región en el que no se cumpla. Y si un 25% de matriculadas es en sí mismo una prueba inapelable, una hipótesis no sometida a falsación, siempre habrá quién encuentre un dato que justifique una nueva intervención.


Parece un juego de palabras, pero de aquí podríamos sacar otra hipótesis: ¿hay alguna posibilidad de que los observatorios de Igualdad digan “ya hemos cumplido nuestra labor, el país es igualitario” y se disuelvan? ¿Qué dato necesitarían para dar ese paso? ¿O es matemáticamente imposible que todas las estadísticas de un país se repartan al 50% y siempre podrán encontrar una excusa que justifique se presencia, presupuesto y expansión? Lo dejamos ahí, por si algún investigador quiere analizarlo en su laboratorio.

Fuente de la Noticia

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