‘No consumimos las redes sociales, ellas nos consumen a nosotros’ – Novedades Tecnología – Tecnología


Cuando Marta Peirano descubrió en los años 90 la movida ‘hacker’ en Madrid, se dio cuenta de que había un mundo orwelliano que explorar. A partir de ahí arrancó una vida desde el periodismo que la ha llevado a ser una de las voces más destacadas en España y en el mundo sobre tecnología, arte digital y vigilancia. Hasta el punto de que su TEDx sobre privacidad se viralizó y superó el millón de visitas.

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Marta ha publicado libros sobre autómatas, sistemas de notación, futurismo tecnológico y, uno de los más conocidos, ‘El pequeño libro rojo del activista en red’, el primer libro del mundo prologado por Edward Snowden. Su última obra es ‘El enemigo conoce el sistema’. EL TIEMPO conversó con la periodista sobre todo lo que se esconde detrás de las grandes compañías de tecnología y las redes sociales y cómo nuestras vidas están inmersas en una espiral sin aparente salida.

Sí, es una sensación que parte de esta idea de que se puede cuantificar todo, eso que llamamos el ‘yo cuántico’, es decir, se mide todo para poder gestionar el tiempo lo mejor posible: las horas, los días, el pulso, el nivel de glucosa en la sangre… toda esta cuantificación de las actividades en el tiempo lo que pienso que ha hecho es partir el tiempo en tantos pedacitos pequeños que parecieran infinitos. Hemos caído en la trampa de ‘infinitar’ un tiempo que en realidad es completamente finito.

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Sí, y la misma máquina que te está recordando el tiempo todo el rato es la misma que te lo roba. En el momento en el que entras en esta espiral sin sentido de las redes sociales, caes en ese pozo. Hito Steyerl, artista japonesa-alemana, lo compara con Alicia cayendo por el agujero de conejo, que se queda en un estado de animación suspendida y ve pasar las cosas, pero nada cambia porque no hay techo, no hay suelo, no sabe si está cayendo o subiendo, flota y no se puede quedar lo suficiente para tomarse el té o para leer un libro, pero tampoco va hacia algún sitio. Ese es el estado de hipnosis en el que entramos con el celular.

Las redes sociales son como pequeñas máquinas tragamonedas de bolsillo, imitan sus tres características claves de adicción: aísla al individuo, en lugar de estar compartiendo viendo la televisión con tu familia, te pega a la pantalla; te ofrece un contenido infinito, de hecho, en las partes de las tragamonedas de los casinos uno no sabe si es de día o de noche y puedes seguir jugando hasta que te mueras, pasa igual con las redes; y luego tiene una cosa que en el juego se llama nivel ‘frequency’, la frecuencia del acontecimiento, que te causa el ‘shoot’ de dopamina. Un acontecimiento es cada vez que activas un proceso y le das a un botón y tiras de una palanca y aparecen unas campanas y unas cerezas que te dan un premio. Eso te genera dopamina. Entonces, cuantos más acontecimientos, más adictivo es.

No es algo nuevo, es la economía que comercia con el tiempo de atención de las personas. Es decir, no comercia con tu dinero, sino con el tiempo que pasas prestando atención. Básicamente empieza con la publicidad. Lo que llamamos capitalismo de datos o de plataformas forma parte de la economía de atención porque son plataformas publicitarias que trafican con tu atención.

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No lo digo yo, en los últimos años han salido muchos estudios que lo fundamentan y, simplificando, depende de dos factores: el primero es el aislamiento, sientes que estás haciendo cosas con gente porque aparentemente hay gente al otro lado de la pantalla que interactúa con tus contenidos, pero en realidad estás aislado; y el segundo factor es que parte del atractivo de estas máquinas es que nunca satisfacen tu deseo. El vaso siempre está como a un tercio.

Es que es fundamental entender que aunque uno es el ‘consumidor’ de la plataforma, en realidad la plataforma te está consumiendo a ti. Tú no estás extrayendo nada de la plataforma, tú crees que sí, pero es la plataforma la que extrae de ti. Extrae tu atención, tu tiempo y tus datos. Ese es el negocio. Las plataformas dicen que tienen un objetivo: Facebook dice que te quiere conectar con tus seres queridos; Twitter, que te quiere mantener actualizado; Spotify, que estés a la última de la vanguardia musical. Pero eso es lo que dicen que hacen; en últimas, lo que es real es que quieren son tus datos, tu tiempo y tu atención.

Creo que la clave de todo esto es que no tengo las aplicaciones en el celular. Las aplicaciones son como sirenas en el bolsillo, sirenas en el sentido de la ‘Odisea’, esas mujeres híbridas con peces que atraían a los marinos y hacían que se ahogaran. Entonces, yo no las tengo. Cuando no usas la aplicación desde el celular y lo haces desde el computador, todo está diseñado para que la experiencia sea superdesagradable. Por ejemplo, en Instagram, si no usas la aplicación no tienes acceso a los filtros. Ellos lo que quieren es que descargues la aplicación, que está diseñada para pedir permisos para todo: la cámara, el micrófono, tu agenda de contactos, y la que está mandando notificaciones. Y que, además, es la que permite saber dónde estás, con quién y qué haces.

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¿Quién diseña esto? Neurocientíficos, psicólogos, gente que está especializada en el comportamiento humano. Estas compañías tienen a las personas más preparadas e inteligentes y motivadas y equipadas del mundo haciendo aplicaciones para que tú te enganches. Es una guerra imposible. Además, tienen 3.000 millones de personas con las que experimentar. Entonces pueden testear cualquier tipo de cosa de forma inmediata.

Yo titulé mi libro aludiendo a una cita de Claude Shannon, padre de la computación moderna, pero le hice unos cambios, porque ‘el enemigo’ conoce el sistema y nosotros, no. Es decir, somos dependientes de estas plataformas digitales que manejan nuestros datos, que nos dicen cuántas calorías tenemos que comer, con quién tenemos que hablar y qué noticias tenemos que leer, y ellos saben todo sobre nosotros y nosotros no sabemos nada sobre ellos. Hay una asimetría de poder y, por lo tanto, el que conoce el sistema siempre va a ser nuestro enemigo porque nuestro único papel será ser siempre el de personas explotadas, no nos queda más camino que el de la explotación.

Pensemos en la nube, que es una metáfora que denota algo limpio, blanco, que flota, que es ligero, que está en todas partes a la vez y en ninguna, que se mueve. Y sin embargo, lo que define la nube digital es una concentración de servidores en un desierto asqueroso completamente protegido por criptografía, por muros y por seguridad y metralletas, y que es un lugar que no solo consume el 4 % de la electricidad que se consume en el mundo, sino que, además, contamina muchísimo. O sea, no es nada limpio, ni ligero ni está en todas partes al mismo tiempo… es algo pesado, oscuro, opaco y sucio… Ellos saben eso porque es su nube, pero nosotros no porque en el momento en el que lo llaman la nube, las imágenes que nos vienen a la cabeza son otras.

Lo que pasa es que nosotros hemos tomado consciencia de que nos espían, pero a mucha gente le da igual. Yo lo comparo siempre con lo que pasó cuando la gente se enteró de que fumar da cáncer, fue en los 70, y sin embargo no pasó nada, la gente siguió fumando igual o más. ¿Por qué? Porque saber una cosa y asimilarla no es lo mismo. Y, además, estamos viendo que no solo estamos enganchados a las redes sociales, sino que la sociedad, incluso como institución, está enganchada. Pensemos en los niños que no pueden ir a clase, van por Google Schoolar. La gente que no está trabajando en la oficina, pues está compartiendo documentos en Docs y se encuentra en Google Meet y por Zoom… Y esto no son solo las empresas, los gobiernos también lo hacen. No es una elección personal y subterránea como el adicto al tragamonedas, es una adicción generalizada, institucionalizada. Estas plataformas a las que estamos enganchados se están convirtiendo en nuestras infraestructuras críticas.

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Creo que le damos muchas vueltas a qué hacer de forma individual, cuando en verdad esto es un problema colectivo. Lo comparo siempre con el cambio climático en el sentido de que tú puedes reciclar, no usar aviones, no comer carne, no tener hijos, no consumir plásticos… pero esto no te salva del cambio climático. El cambio climático va a suceder igual. Lo que puedes hacer es acción colectiva, ¿por qué no intentas por empezar a cambiar tu comunidad de vecinos o tu asociación de padres o tu empresa o tu colegio? Explicarles que sí, tenemos que trabajar a distancia, y que es supercómodo usar Google Docs, pero que tiene unas contraprestaciones que son tal y tales… y que a lo mejor hay herramientas más libres que no se dedican a vigilarte…

Ahora mismo soy más optimista de lo que era hace un año, en el sentido de que es evidente que la pandemia ha favorecido muchísimo a las grandes empresas tecnológicas que nos tienen secuestrados a través de sus servicios y aplicaciones, pero a su vez se han puesto en evidencia las grandes desigualdades y las grandes servidumbres que habíamos naturalizado durante los últimos años. Soy optimista no en el sentido de que crea que todo va a ir mejor, sino que pienso que la pandemia nos ha dado un aviso que nos deberá permitir repensar los sistemas.

SIMÓN GRANJA MATIAS
Redacción Domingo

Fuente de la Noticia

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